Pernía y Harry
Una vez juzgado, sentenciado y ejecutada la pena, es inevitable preguntarse: ¿Lo de Pernía y Harry es lo más grave que se ha visto en el fútbol español? A tener de las sentencias, sí, puesto que Harry es el primer presidente de club de Primera División que ingresa en la cárcel por decisiones tomadas en el ejercicio del cargo y Pernía a punto ha estado. Es cierto que otros más insignes han pasado por la trena, como Gil, Ruiz de Lopera, José María del Nido, Lendoiro, González de Caldas o Núñez, pero por otras causas ajenas al fútbol, lo que indica que es una actividad con especial atractivo para los delincuentes. También hay que reconocer que por hechos relacionados con el fútbol han sido juzgados Ramón Calderón, Lorenzo Sanz, Dimitri Piterman (por lo del Alavés, no por lo del Racing), y varios de ellos fueron condenado económicamente o con inhabilitaciones, y que Sandro Rosell llegó a permanecer 21 meses en prisión preventiva, pero la Audiencia Nacional lo exoneró posteriormente, lo que no deja en muy buen lugar al primer juez.
Con estos precedentes, cuesta imaginar que lo más grave que se ha producido dentro de un mundo en el se mueven todos estos personajes haya sido lo de Harry y lo de Pernía, que se pusieron un sueldo, compraron un Audi para los desplazamientos o firmaron algunos contratos menores con clara apariencia de beneficiarse de los mismos.
Deslumbrados por un mundo en el que el dinero corría a manos llenas, acabaron tentados a participar en el negocio
La casualidad hizo que yo estuviese presente en las oficinas del estadio del Sardinero en una ocasión clave para entender cómo funciona este mundo. Por entonces aún se utilizaba el fax y dentro del estadio había dos, uno en las oficinas y otro en el despacho del presidente, que a la sazón era Pernía. De repente, el presidente apareció indignado en las oficinas anunciando que despedía al entrenador en ese mismo momento. Por supuesto, sin descomponer la figura, que al atildado Pernía como al agente 007 no se les mueve un solo pelo, por desesperada que sea la situación.
Lo ojos de todos se abrieron como platos, porque el entrenador venía de un equipo de campanillas, había costado más de lo que podía pagar el Racing y solo llevaba un mes. Tras la sorpresa vino la constatación. Un agente de futbolistas le acababa de pasar al entrenador un documento con la operación de los dos últimos fichajes y, por error, el número al que lo envió correspondía al aparato que estaba en el despacho de Pernía, que se quedó blanco al comprobar cómo, en la última línea, el agente se deducía una cantidad de lo que le había pagado el club por los jugadores como ‘comisión del Sr. entrenador’.
El fax que tenía que haber recogido sigilosamente el entrenador, en la que se reconocía su ‘mordida’, había ido a parar directamente a manos del presidente, que, como es lógico, se sintió traicionado. ¡Además de cobrar más de un millón de euros por temporada, el míster ponía el cazo en los fichajes!
Pernía, que hasta ese momento lo desconocía todo del futbol, cada día estaba más escandalizado. Había pasado por la política (una buena escuela para perder los pudores) y por la construcción, como delegado de SEOP en Cantabria, y la propia SEOP, al quedarse con el Racing como favor al Gobierno regional que no encontraba la forma de deshacerse del equipo, le colocó de presidente del club, sin asignarle una remuneración específica por ello. Las pocas ganas de Pernía –a quien el fútbol nunca le interesó– fueron aún menos cuando descubrió cómo eran los sueldos de la casa (eran los años en que el Racing manejó los presupuestos más altos, aunque fueran de los más modestos de Primera División) y, los muchos personajes que hacían negocio alrededor de equipo. Al calor de ese incidente me preguntó: “¿cuántos ejecutivos calculas que cobran en Cantabria más de un millón de euros al año”. –Probablemente, ninguno, le contesté. “Pues aquí tengo cinco (los jugadores del primer equipo) “y un sexto” (el entrenador que acababa de despedir), “¡que encima se quedaba con parte del dinero de los fichajes!”, añadió.
Pernía nunca se ha escandalizado fácilmente. Había sido secretario general del PP cántabro y había vivido la época política de Hormaechea, la de los tránsfugas a golpe de talonario y las obras que nunca se sabía lo que iban a costar; además había forjado su propia carrera gracias a su don de gentes y su figura de seductor. Pero aquello era mucho incluso para él. Se consideraba insultado en su amor propio y me señalaba un pasillo con despachos: “Aquí el más tonto cobra 120.000 euros”, decía. Y se sentía indignado, quizá no por esos sueldos, ni por los muchos personajes que hacían negocios saneados con fichajes, suministros, asesoramientos… sino por tirar de todo ese carro de afortunados y ser el único que no cobraba.
A medida que se sumergían en el día a día de esa enorme máquina de gastar dinero que es un club de Primera, ni él, ni Harry más tarde, resistieron la tentación. Pernía puede ser un pícaro y Harry un aventurero, pero pocos hubiesen renunciado a ponerse un sueldecito, generoso a nivel de calle, pero modestísimo dentro de un mundo tan desmesurado como es el del fútbol. Y nunca se juzgará a otros directivos que, sin sueldo o con él, se han llevado cantidades infinitamente superiores por comisiones en los fichajes; a quienes en clubes más poderosos venden a buen precio el favor de unas entradas en el palco para ver finales de Champions o partidos de la máxima rivalidad nacional; a los que hicieron jugosísimos negocios en esos palcos o a quien, como Gil ,compró el club con el dinero que pusieron los socios (fue juzgado por otras cosas). Pernía y Harry, en el fondo, han sido dos pardillos, y lo sabemos todos.