Proyectos europeos, entre la modorra y la falta de imaginación
En mitad del confinamiento llegó una noticia ilusionante. No era la vacuna, para la que todavía habría que esperar meses y no atacaba el virus pero restablecía el ánimo: Europa había habilitado unos ingentes fondos extraordinarios para reactivar los países más afectados por la pandemia. A Italia y a España, en concreto, les había tocado la lotería en el reparto, aunque, no lo olvidemos, era como consecuencia del enorme agujero que la covid había creado en sus economías, muy dependientes del turismo. Nuestros 70.000 millones de euros a fondo perdido y otros tantos a devolver parecían un maná bíblico pero ya entonces se ponía el énfasis en el escaso plazo que la UE concedía para proponer los proyectos, aprobarlos y ejecutarlos, algo que tiene perfecta lógica, porque para las circunstancias habituales ya están los presupuestos ordinarios de los estados y de la Unión.
Las empresas se pusieron las pilas y aquel verano de 2020, con cierta ingenuidad, muchísimas presentaron sus propuestas con la intención de ser las primeras o, al menos, orientar a su favor las líneas de ayudas. Una tarea que asumieron con especial empeño las cámaras de comercio y la CEOE, aunque se olvidaran de las pequeñas empresas, para las que, supuestamente, ya llegaría el momento.
Hemos consumido más de la mitad del tiempo y no hay un solo proyecto que de verdad pueda cambiar el futuro de Cantabria
Han pasado más de 20 meses y los programas de ayudas van a paso muy lento, de forma que si las empresas se recuperan va a ser por el movimiento del mercado y no por los fondos europeos. Si no tienen la suerte de que las salve el repunte de la demanda y su propio esfuerzo, se van a morir, así de claro, y más después de esta oleada de plagas bíblicas que se suman a la pandemia: la subida del precio de la energía, la guerra de Ucrania, la huelga de sectores claves, el desabastecimiento… Cuando les lleguen los fondos, si fueran a llegarles, ya no habrá quien los recoja.
En el reparto, las Administraciones resultaban mejor atendidas. Tenían la información de lo que había que hacer, sabían cómo hacerlo y eran juez y parte, pero meses después la realidad ha demostrado que no tenían proyectos, se limitaron a rebuscar en los cajones y tampoco tenían muy claro lo que resultaba financiable y lo que no. Taparon la falta de imaginación añadiéndole a todo la palabra ‘digitalización’, la llave que abre casi todas las puertas en los fondos de la UE, aunque nadie sepa muy bien hasta dónde más se puede llegar en este terreno si la mayoría de las empresas ya tienen su web, hacen comercio electrónico y el confinamiento demostró que pueden trabajar a distancia.
Si colar entre los proyectos financiables la obra del Mupac era improbable, lo de La Pasiega, una temeridad, porque ni siquiera un milagro podría conseguir que este polígono, o al menos una parte, pueda estar hecho a finales del año que viene. Basta ver lo que ha avanzado en una década.
A última hora estaremos apurados buscando iniciativas para que no se pierda el dinero
Al final, ha ocurrido lo que cabía esperar. Los funcionarios de Madrid no han podido hacer la vista gorda, a sabiendas de que en Bruselas no iban a tragar con estas propuestas por muchos lazos de colores que les pusiésemos, y han echado atrás los principales proyectos presentados por Cantabria, en realidad, los únicos.
Ha sido un revolcón muy incómodo aunque todavía estamos a tiempo de presentar otros proyectos. Pero ¿los hoy? ¿Se ha trabajado en otras ideas? ¿Se han pedido? Si no los tenemos, como cabe temer, es evidente que hemos perdido casi dos años y en los veinte meses que quedan no habrá tiempo material para completar todo el proceso hasta la ejecución. Por tanto, corremos el riesgo de que a medida que se acerque la fecha tope empiecen a temblar las rodillas de muchos de nuestros dirigentes ante la evidencia de que no podremos gastar todo lo que nos ofrecieron y ese será el mayor de los fracasos, no ser capaces, siquiera, de pedir, cuando lo lógico es presentar una infinita carta a los Reyes, ante la eventualidad de que otros se queden cortos (algo que ocurrirá en todas las comunidades) y se admita un turno final para rebañar en los restos.
Las consejerías tendrían que estar poniéndose las pilas y poniéndoselas a los empresarios para que no se pierda un euro. Ese debería ser el gran objetivo para este año y para el próximo, pero la sensación es que estamos esperando al toque de campana para salir de la modorra. Si todo lo que podemos ofrecer es el cajón de los viejos proyectos o barnizar cualquier capítulo de gasto corriente con la palabra ‘digitalización’ no vamos a ir muy lejos. Y lo peor es que ni siquiera es un problema de gestión sino de falta de ideas.