Otra amenaza más
Estamos en el pasillo de los condenados para el próximo reparto de la financiación autonómica: pase lo que pase, seremos los más perjudicados por el nuevo reparto. De nada va a servir el haber enviado a dos expertos locales a defender nuestra posición en el próximo modelo ni la constatación de que somos una de las comunidades a las que más le está costando salir de la crisis. Si somos optimistas y nos acogemos al mejor escenario de lo que puede pasar (que aumente la financiación general lo suficiente) nos quedaríamos como estamos; si somos pesimistas (que el reparto entre comunidades se haga sobre la cuantía actual), perderemos nada menos que 300 millones de euros al año, y la autonomía será casi inviable, porque la capacidad de decidir solo la da el dinero del que uno dispone. Sin dinero, las libertades son muchas menos, porque no hay opciones para elegir.
El horizonte es preocupante, pero eso no significa que haya que rendirse. Solo demuestra que tendremos que resolver el problema económico por nosotros mismos, lo que no está resultando nada fácil. No lo ha sido ni siquiera en estos años en que teníamos la mayor financiación del país por habitante, algo de lo que ni siquiera nos felicitamos el día que se consiguió, allá por 2008. Pasó desapercibido, quizá porque las buenas noticias no son noticia y nadie se acuerda de los gobiernos más que por lo que hacen mal. El resto, se supone que es producto de la casualidad o de la obligación.
En el mejor de los casos, Cantabria se quedará como está en la financiación autonómica. En el peor, perderá 300 millones cada año
Si ese sobreestímulo financiero no nos ha servido para sacar la cabeza por encima del resto en estos años de crisis, imaginemos lo que puede pasar sin él. Cantabria no genera suficientes recursos endógenos para sostener su elevado nivel de gasto, lo que para muchos es la constatación de que la autonomía es inviable, como siempre defendieron, y que debería estar integrada en Castilla y León, o en Asturias. Pero quizá no tienen en cuenta que a esos vecinos nuestros no les va mejor, de forma que poco hubiésemos resuelto. Aunque en los últimos años hayan flojeado las inversiones, por falta de dinero, Cantabria tiene una red de carreteras, de servicios públicos y de servicios locales muy superior a la de estas comunidades. Basta comprobar la presión que están haciendo los vecinos de todo el norte de Palencia para poder ser atendidos en el Hospital Tres Mares, de Reinosa, algo que la Junta de Castilla y León admite como un derecho, más que como un déficit propio, porque exige que Cantabria preste este servicio pero no está dispuesta a abonar los dos millones de euros que nos costaría.
El problema de la financiación autonómica es que se basa en algoritmos que pudieron servir en el pasado pero ya no sirven para el presente. No contemplan, por ejemplo, la concentración de rentas que está produciendo la economía moderna en las grandes urbes de Madrid y Barcelona. Las empresas de capital local son cada vez son menos, porque la globalización les ha llevado a ser absorbidas por otras cuya sede social nunca está en Cantabria. Es cierto que las autonomías no entran en el reparto del Impuesto de Sociedades y que, en teoría, esto hace que resulte fiscalmente neutro, pero hay otros muchos flecos de IVA, Transmisiones, Actos Jurídicos Documentados o Patrimonio que se escapan a nuestra Hacienda, sin contar con el dramático efecto que tuvo y está teniendo la política de la Comunidad de Madrid al bonificar casi el 100% del Impuesto de Sucesiones.
La realidad es que aquello que hasta no hace tanto eran unos recursos endógenos de nuestra región ahora son exógenos y cada vez tiene menos sentido fraccionar las unidades económicas. Las fronteras son cosa del pasado, aunque muchos catalanes no lo entiendan así.
El sistema no tiene en cuenta la concentración de rentas que se está produciendo en las grandes ciudades
Si a estos problemas se le añaden las reclamaciones de entre 10.000 y 16.000 millones anuales de Cataluña, que obviamente conseguirá mucho más dinero –o, lo que es lo mismo, contribuirá menos–, es evidente que no hay forma de cuadrar este círculo de las necesidades autonómicas, a no ser que el Estado ponga encima de la mesa mucho más dinero para el reparto. Pero aún en ese caso, que para los demás sería una magnífica noticia, porque van a tener mucho más que ahora, para Cantabria será la menos mala, porque tendrá lo mismo.
Pase lo que pase, el sistema es perverso porque a cada negociación de la fórmula de reparto, el sistema autonómico pedirá más y más y el Estado no podrá aportarlo, porque cada vez tiene menos margen. El PP ha perdido una magnífica oportunidad en estos años de crisis para meter en cintura a las comunidades y forzarlas a hacer una auténtica reforma de sus administraciones, para que sean más eficientes, menos costosas y estén más ajustadas en su forma de trabajar a las necesidades del siglo XXI. No lo han hecho y ya no se podrá hacer en mucho tiempo, si es que se hace algún día. Así que tendremos un nuevo sistema de financiación autonómico que, más o menos, dejará a casi todos satisfechos a la firma (excepto a Cantabria, que será la principal perdedora) y empezará a ser considerado insuficiente desde el día siguiente.