El Papa Francisco vuelve al mismo lugar donde inició su pontificado

Por PEDRO LUIS ARROYO

La Basílica Santa María La Mayor de Roma, el primer lugar que visitó tras ser elegido y donde dispuso ser enterrado, está muy ligada al patrocinio de la Corona Española que cuenta con cargos honoríficos en la misma


La Basílica de Santa María la Mayor en Roma (Santa Maria Maggiore) se encuentra muy cerca de la Estación Termini y de la Plaza Vittorio Emanuele II, posiblemente dos de los lugares donde se concentra un mayor número de inmigrantes «extracomunitarios», término utilizado para suavizar la referencia a su procedencia asiática y africana. Muchos de ellos trabajan en servicios de esta concurrida zona turística, caracterizada por sus pequeños hoteles de precios accesibles. Otros tantos, como tenderos o clientes, llenan el colorido y espectacular Mercado del Esquilino, situado también en las inmediaciones. No faltan quienes, con escasa esperanza, esperan una oportunidad sentados en las terrazas de bares o restaurantes aún cerrados, en jardines o bajo los largos portales de la zona.

No parece casualidad que este templo católico, cuyos orígenes se remontan a antes del siglo IV, fuera elegido por el papa más progresista de la historia de la Iglesia para su primer y último viaje. Apenas unas horas después de ser elegido y de pronunciar sus primeras palabras ante los fieles en la Plaza de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, Francisco subió a uno de los coches del Vaticano —no al destinado al Papa— y acudió a Santa María la Mayor, sorprendiendo a turistas, estudiantes de la zona, sacerdotes y monjes de la Basílica.

Basílica de Santa María La Mayor

El pasado sábado, menos de una hora después de finalizado su funeral en la Plaza de San Pedro, un sencillo «papamóvil» con su humilde ataúd a la vista realizó una última vuelta por algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad —Plaza Venezia, Foro Itálico y Romano, Coliseo y la antigua Via Merulana— para regresar al mismo lugar donde su pontificado había comenzado hacía poco más de doce años: la Basílica de Santa María la Mayor.

Francisco no ha elegido cualquier rincón para su descanso eterno. Ha querido permanecer muy cerca de la Capilla Paulina y, sobre todo, a la vista del célebre icono Salus Populi Romani (Protectora del Pueblo Romano), una imagen de la Virgen y su Hijo que solía visitar antes y después de cada viaje pastoral alrededor del mundo. La datación de esta obra, aún objeto de debate, se sitúa entre los siglos IX y XII. Según la leyenda, fue pintada por San Lucas sobre un fragmento de la mesa utilizada en la Última Cena; otra versión aún más extraordinaria sostiene que fue elaborada con madera de una mesa construida por el propio Redentor y conservada por la Virgen tras la crucifixión. Esta misma leyenda cuenta que Santa Elena, madre del emperador Constantino, descubrió la imagen en el siglo IV. Roma le debe mucho a esta santa, quien reunió tantas reliquias de la vida de Jesucristo y los apóstoles que, sin ellas, la ciudad no sería hoy la misma.

Francisco no ha elegido cualquier rincón para su descanso eterno. Ha querido permanecer muy cerca de la Capilla Paulina y, sobre todo, a la vista del célebre icono Salus Populi Romani (Protectora del Pueblo Romano), una imagen de la Virgen y su Hijo que solía visitar antes y después de cada viaje pastoral alrededor del mundo.

Un hueco en una pared encalada

Tumba de San Pío V

Las colas se suceden ahora en Santa María la Mayor. Ayer domingo, el templo permaneció abierto hasta las diez de la noche para permitir que todos los interesados pudieran ver, aunque brevemente —pues los vigilantes exigen moverse sin detenerse ni un segundo—, el pequeño hueco cuadrado en la pared, marcado con una diminuta cruz y el nombre de Franciscus.

Un sepulcro mucho más humilde que los de sus predecesores Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan Pablo I o Pablo VI, todos enterrados en el Vaticano; y a años luz de la grandiosidad y arrogancia de los monumentos funerarios de sus vecinos en Santa María la Mayor: Sixto IV, Clemente IX o Pío V.

Tumba de Juan Pablo II
Sepulcro del Papa Benedicto XVI

La Basílica patrocinada por la Corona española

Al papa Francisco se le ha reprochado en ocasiones no haber visitado nunca países a los que estaba profundamente unido por nacimiento o historia, como Argentina, aunque sí viajó varias veces a Latinoamérica; o España, por afinidad cultural y espiritual. Sin embargo, sus restos descansan en un lugar cuya historia está íntimamente ligada a la Corona española, como atestiguan varios testimonios presentes en la basílica.

Ya el emperador Carlos I de España y V de Alemania —el mismo que, paradójicamente, comandaba las tropas que protagonizaron el célebre «Saqueo de Roma»— realizó importantes donaciones al templo. Según una leyenda, la lámina de oro que recubre su techo fue elaborada con los primeros cargamentos de oro llegados a España desde Perú, entregados por Cristóbal Colón.

Además, en el atrio derecho de la basílica, una majestuosa estatua de Felipe IV, obra del gran Gian Lorenzo Bernini, domina sin competencia alguna. Se erigió en reconocimiento a sus méritos: la creación de la «Obra Pía de Santa María la Mayor», que asignaba una renta anual al cabildo de la basílica a cambio de honores litúrgicos y oraciones por la Monarquía española.

Desde entonces, los reyes de España son protocanónigos honorarios del Cabildo Liberiano de Santa María la Mayor. Una placa de la Fundación Endesa, situada a la entrada de la Sacristía —en el extremo opuesto a la tienda de regalos—, recuerda que en 2018 los Reyes de España participaron en la ceremonia inaugural de la nueva iluminación de la basílica, en tiempos en que Endesa mantenía estrechos lazos con Enel Italia.

Quizá el papa Francisco ya no disfrute de la nueva luz artificial de su basílica predilecta; pero, probablemente, tampoco habría querido comprobar en qué se han convertido algunos de los patrocinadores y cargos honoríficos del lugar donde ahora reposan para siempre sus restos.

Por Pedro Luis Arroyo

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