150 años del Club de Regatas, que dio origen a la vela deportiva en España

La afición elitista que se convirtió en un deporte popular

La vela es el deporte que más campeonatos del mundo y medallas olímpicas le ha dado a España. Y Cantabria ha sido cuna de muchos de esos regatistas. No ha sido una circunstancia fortuita. En Santander surgió, en 1870, el primer club deportivo del país para el impulso de las competiciones de vela, el Club de Regatas, impulsado por la alta burguesía local y esa escuela creó una larguísima estela de aficionados que, cada vez más democratizada, acabó por justificar el asentamiento de la Escuela de Alto Rendimiento de Vela donde residen y entrenan los regatistas olímpicos. El Club de Regatas, que en mayo ha cumplido 150 años, se apartó de la vela al escindirse los socios que crearon el Marítimo, pero sus salones evocan aún el sabor de aquella época.


No hay muchas instituciones privadas que hayan resistido 150 años de avatares, en Cantabria ni en otros lugares. Por eso es tan singular que el Club de Regatas de Santander cumpla siglo y medio de vida. Pero más singular aún es el hecho de haber introducido la vela deportiva en España y haber creado un gran interés popular en la ciudad por este deporte que, inicialmente, estaba vinculado únicamente a quienes podían costearse un balandro de gran eslora, es decir los muy adinerados.

En 2005, la historiadora Paloma Prieto Gorricho recogió en un libro editado por el propio Club de Regatas su larga trayectoria, desde las reuniones informales previas a su constitución, que los hijos de los consignatarios, navieros y grandes comerciantes celebraban en la Correduría del Muelle, 15, el escritorio de Modesto Piñeiro o en la mansión que tenía en Cañadío Martín Ruiz Marqués, para comentar las excusiones en balandro o con vela al tercio que realizaban a El Astillero y al Río Cubas, una actividad de moda entre la alta burguesía costera europea.

El Palacio de Pombo fue adquirido por el Club en 1899, por 625.000 pesetas.

Las 42 personas que participaban asiduamente en estos encuentros, encabezadas por Ruiz Marqués, fundaron el 28 de mayo de 1870 el Club de Regatas de Santander, con una sede compartida en el número 11 del Muelle (uno de los dos edificios del Paseo de Pereda que, unidos por un puente forman la sede del Banco Santander). Desde la planta baja, en el llamado Café de los Amigos, y más tarde desde el entresuelo, tenían una visión perfecta de sus desafíos deportivos, ya que el mar llegaba casi hasta las casas (los Jardines de Pereda no existían) cuyos bajos solían ser almacenes en los que esperaban a embarcar los sacos de harina castellana o se alijaban los de café, cacao y azúcar que llegaban de América, con una exótica mezcla de olores de aguardiente de caña, clavo, canela, tabaco y maderas tropicales.

Ruiz Marqués fue el primer presidente del Club, y entre los fundadores figuraban los hermanos Maraña, los hermanos Gamba, Augusto Aldama, Alberto Gutiérrez Vélez, Jorge Ibersen, José Ruiz Zavala o Abelardo Unzueta.

El acicate para constituirse formalmente fue la organización de una regata contra los bilbaínos, pero también nacía con una intención social, la de mejorar los sistemas de salvamento marítimo, muy precarios por entonces, como lo demostró el hundimiento de una lancha pesquera santanderina a los pocos meses, que llevó a los socios a organizar una colecta. Otra de sus gestiones fue la de tratar de conseguir que todos los barcos mercantes portasen botes salvavidas.

Un excelente organizador

El Club estaba claramente inspirado por los británicos, que la alta burguesía santanderina conocía por sus contactos comerciales, y pronto tuvo una intensa vida social, no solo lúdica, porque participó activamente en numerosas suscripciones en favor de las familias de los muertos en naufragios.

En cualquier caso, su razón de ser estaba en la promoción de las actividades náuticas y las competiciones de balandros, algunas de ellas con motivo de las fiestas de Santander. Su éxito como organizador hizo que el propio Ayuntamiento optase en 1873 por dejar en manos del Club los festejos patronales, entre los que debían tener una notoriedad singular los de carácter náutico, aunque el programa de actividades también incluía una exposición y una feria.

Una regata internacional a su salida desde la Bahía de Santander.

Para el Club representó una importante vía de financiación durante muchos años, aunque, como suele ocurrir en estos casos, también acabó por originarle un serio problema cuando, décadas después, otra corporación decidió  retomar la organización de los festejos y suspender esta colaboración.

Los balandros tenían muy poco que ver con la vela ligera actual, tanto por la gran carestía de los barcos como por la tripulación que necesitaban. Para poder realizar las regatas, el Club necesitaba crear una flota local y armó varios barcos a partir de 1872 que, junto a los encargados por algunos miembros adinerados en astilleros cántabros, pero también de Escocia, Inglaterra o Francia, ya justificaban los desafíos en la Bahía.

Por su propia actividad, los socios tenían muchos contactos en otros puertos del Golfo de Vizcaya y enseguida se aprestaron a participar con sus barcos en las regatas que se realizaban en Bilbao, Burdeos o Bayona, donde era bien conocida la grímpola roja y blanca del Club santanderino.

El prestigio de la flota santanderina llegó cada vez más lejos, al participar en regatas tan elitistas como las de Kiel (Alemania) o Cowes, en el sur de Inglaterra.

Los éxitos de los yatchmen santanderinos en estos encuentros de la jetset europea impulsaron el interés por la vela en Santander. Paloma Prieto relata así el entusiasmo que todo esto despertaba en la ciudad: “A medida que se fueron alcanzado triunfos en las competiciones, la popularidad del Club se incrementaba y, con ella, la admiración que los santanderinos sentían por la institución (…) Mientras el Club representaba con dignidad y éxito a Santander allá donde regateaba, la población de la ciudad le mostraba su apoyo incondicional”.

Un acontecimiento para toda la ciudad

Las regatas de la bahía cada vez tenían más seguidores en los muelles y la ciudad empezó a servirse del Club para ampliar el abanico de atractivos estivales que ofrecer a la corte, esos centenares de sofisticadas y acomodadísimas familias que acompañaban a los Reyes allá donde ellos decidiesen veranear. Una corte que el Rey cuidaba con esmero y para la que gestionó personalmente la implantación de algunos de los deportes de moda que triunfaban en las capitales europeas más chic.

El distribuidor de la primera planta, presidido por un viejo piano ya sin uso (para los conciertos se utiliza otro que se encuentra en uno de los salones). En las vitrinas se muestran los trofeos de vela nacionales e internacionales que hace un siglo eran festejados por toda la ciudad.

La vela era una estrella más en el firmamento del ocio refinado de la época: los balandros, el golf (se creó el Club de Pedreña), los caballos (nació el Hipódromo de Bellavista) y el tenis (la Sociedad de Tenis ya se había fundado en 1906).

Las regatas que organizaba el Club atraían a competidores foráneos, que extendían el nombre de Santander, y fueron añadiendo otras competiciones menores, como las de barcas de remo (las traineras) o las de yolas. También surgieron los barcos que permitían seguirlas de cerca, o los fuegos artificiales que se disparaban en algunas pruebas celebradas a la caída de la tarde, o los juegos infantiles acuáticos y no acuáticos que entretenían a la parroquia mientras esperaba el regreso a meta de las embarcaciones. También se establecieron servicios especiales de transporte público hasta el Sardinero para los que querían seguirlas desde tierra en toda su evolución.

Las regatas se convertían en una fiesta para la ciudad, en la que colaboraban con entusiasmo los periódicos y las empresas locales, mayor aún desde que empezó a competir el Rey, que ganó en no pocas ocasiones, casi siempre con el ‘Tonino’, su barco preferido.

Para entonces, la afición se había ido extendiendo por toda la fachada atlántica, hasta acordar los clubes que se habían creado la disputa de una Copa del Cantábrico, en 1900. Algunos años después, el Rey Alfonso XIII, que desde 1993 era presidente de honor del Club de Regatas (a partir de entonces, Real) pidió ampliar la competición para acoger a los que surgieron en otros lugares del país.

Se crearon varias copas, locales y regionales con mucho eco, pero el prestigio de los yatchmen santanderinos se forjó en las regatas internacionales. Eran también la fuente de innovaciones técnicas y de evolución de las embarcaciones, que fueron pasando de los cruisers convencionales, que podían acabar sus días dedicados a paseos por la bahía o a la pesca, a las racers, mucho más orientadas a la velocidad, o los sonderklasse, que tuvieron mucho predicamento en las aguas españolas. También sirvieron para ir unificando los reglamentos, que evolucionaban en función de cómo lo hacían las embarcaciones.

La compra del Palacio de Pombo

Los éxitos del Club de Regatas y el gran incremento en el número de socios requerían una nueva sede. El primer traslado se produjo como consecuencia del terrible incendio que sufrió la ciudad en 1880, que destruyó muchos edificios notables, entre ellos el que albergaba el club.

Provisionalmente, la sede se estableció en el Café Cántabro, pero no fue tan sencillo encontrar una nueva con la dignidad y la dimensión que tenían en mente los socios. Así pasó el tiempo hasta que algunos de ellos pusieron la vista en el Palacio de Pombo, que al morir su promotor, el empresario Juan Pombo, había pasado a su hija Everilda. Un edificio majestuoso, de 5.500 metros cuadrados, cuyos jardines fueron en su día la actual Plaza de Pombo.

La escalera monumental del edificio que, tras la construcción del hotel, seguirá siendo la entrada para los socios.

Los socios pagaron 625.000 pesetas por este magnífico inmueble, el único palacio decimonónico que se conserva en el casco urbano, una cuantía muy notable hace más de 120 años. Solo le aquejaba un inconveniente: no tenía una fachada al mar , aunque estaba muy cerca.

El club se endeudó en 750.000 pesetas (la diferencia se utilizó en amueblarlo) cuantía que avalaron los socios a razón de 500 pesetas casa uno.

La nueva sede, ya suntuosamente amueblada, se ocupó en octubre de 1899. No se dejó ningún detalle a la improvisación. Por acuerdo de la junta, los camareros debía llevar patillas y fracs con botones dorados, como en los clubs ingleses.

La escisión del Marítimo

En todo el Cantábrico había prendido la afición a la vela ligera y, a partir de la federación de clubs surgida, se creó en 1906 la Federación Española, de la que el santanderino Victoriano López-Dóriga fue nombrado presidente provisional.

Dado que el Rey había aceptado la presidencia del Club de Regatas y que, a partir de 1908 empezó a participar en las competiciones que se celebraban en la Bahía, con una creciente afición que tuvo mucho que ver con su deseo de pasar los veranos en Santander, la ciudad se convirtió, de hecho, en la capital española de la vela.

Curiosamente, cuando más regatas organizaba el Club y más triunfos obtenía, empezó a abrirse una brecha en su interior entre quienes se decantaban por las actividades sociales y culturales (los conciertos y los bailes que celebraba tenían gran predicamento) y los balandristas que, además, insistían en tener una sede desde donde poder ver las competiciones y cuyos salones estuviesen inundados por la grandiosidad del mar.

Las disensiones internas eran tan importantes que en 1913 estos últimos ya tenían preparado un nuevo club y se hubiese producido la escisión inmediatamente de no haberse iniciado la Primera Guerra Mundial, que cambió todas las prioridades.

Durante la guerra se redujeron las competiciones y bajó el nivel de los participantes. Una vez acabada, no fue fácil recuperar la gloria, porque en Bilbao había más balandristas y el Club santanderino sufrió un duro golpe económico cuando se quedó sin la subvención municipal que recibía como organizador de las fiestas patronales.

La clase media toma el relevo

En su libro, Paloma Prieto añade otra clave para entender los cambios internos que se estaban produciendo, el cambio que se había ido produciendo en la masa social del Club de Regatas con la entrada de una clase media más interesada por las actividades sociales que por la vela, un deporte que requería mucho tiempo y medios. La escisión, aplazada por la guerra, se formalizó en 1927, cuando la alta burguesía formó el Club Marítimo, cuya primera junta estaba presidida por Gonzalo García de los Ríos y formada por Ramiro Pérez, Fernando Bolívar, Alfredo Piris, Alfredo Pérez Sanjurjo, Walter Meade, Luis Huidobro, Luis Derqui, Miguel López-Dóriga y José Agüero.

Uno de los dos grandes salones del Club, que conservan los frescos y los estucados de la época. En este, en concreto, se impartieron durante años clases de esgrima.

El Club de Regatas, que ya había ido espaciando las competiciones de vela que organizaba, acabó renunciando a ellas en 1932 y centrándose en las de traineras. En cambio, se convertía en un espacio social de referencia para la clase media santanderina, con sus tertulias, veladas lírico-literarias y bailes.

Durante la Guerra Civil, el edificio fue ocupado y maltratado, su mobiliario se dispersó (tardaría en recuperarse) y después nunca llegaría a recuperar las viejas glorias. En la posguerra, aunque nombró a Franco presidente honorario, la sociedad santanderina no estaba para festejos y la economía del Club era precaria, por lo que su actividad fue mortecina. Lo más notable es su acuerdo con la Federación Norte de Billar para organizar un campeonato de España, que fue origen de otros muchos eventos de este deporte, y del surgimiento de grandes billaristas locales, especialmente el socio Francisco Ruiz Alcalde, que ganó 12 campeonatos de España.

También ha tenido éxitos importantes en ajedrez, un deporte que el Club de Regatas impulsó desde los años 50.

La progresiva entrada de profesionales y pequeños empresarios no evitaba una permanente penuria económica, que se resolvía con el alquiler de buena parte del edificio y, a partir de la llegada de la democracia y la legalización del juego, con la apertura de una sala de bingo (la segunda licencia que se dio en España), que durante muchos años le proporcionó una importantísima fuente de ingresos.

Un hotel en las plantas superiores

El Club ocupaba hasta ahora la primera planta, donde contaba con dos grandes salones, una cafetería y su espectacular biblioteca clásica; en la segunda estaban los salones de juegos de cartas (el bridge, sobre todo) y de dominó; y en la tercera, los de billar y ajedrez.

El 150 aniversario ha coincidido con el muy esperado inicio de la obra de reforma de las últimas plantas para la construcción de un hotel NH Collection, que también facilitará la rehabilitación del resto del edificio. Con esta cesión el Club de Regatas sanea de nuevo sus cuentas, que se ha visto penalizadas en los últimos años por la disminución de socios y la pérdida de algunos de los alquileres.

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