¡Dale a la bola!
La máquina para subastar pescado inventada en Santander que acabó con las polémicas en las lonjas
En el sector pesquero es habitual la expresión ¡dále a la bola!, sin conocer su origen, pero es fácil deducirlo si uno se topa con una vieja máquina para las subastas inventada en Santander hace algo más de un siglo que se exhibe en un centro de interpretación de Foz, una localidad de la Mariña lucense muy próxima a Burela, el puerto que con entradas de pescado del país.
Esta ‘mesa de rula’, como se conocía entre los pescadores y compradores, porque los precios rolan o rulan a la baja hasta que uno de los participantes en la subasta detiene el proceso con su oferta, llegó al centro tras ser derribada la antigua cofradía de pescadores de Foz, y ahora es uno de los escasísimos testigos que pueden dar fe del pasado pesquero de la villa, donde esta actividad ha desaparecido por completo. Solo la buena voluntad de varios vecinos, que empezaron a recuperar artes y mecanismos usados en las faenas pesqueras, en las subastas y en otras tareas en puerto, y los materiales procedentes de la lonja demolida se pudo formar la modesta colección que hoy exhibe el centro de interpretación.
Ninguna pieza es tan llamativa como el bombo de madera de castaño que se empleaba para subastar el pescado, la ‘rula’ o ‘la bola’, según los lugares. Una placa deja bien claro quien es el autor (P. Racamonde), dónde y cuándo se hizo (Santander, 1920) y que se trata de un mecanismo patentado, por lo cual, –excusado está el decirlo–, no podía ser reproducido por un tercero. Lo más sorprendente es que todavía funciona, con sesenta números para otros tantos compradores de pescado. Cada uno tenía su bolita, que se introducía en un vasito o campanita de metal, y un cable con un pulsador le conectaba con la máquina. Cuando se cantaba (siempre a la baja) el precio que creía adecuado, el interesado en la compra de esa partida accionaba el botón para abrir la trampilla y caía su bola. De ahí la expresión ¡dále a la bola!.
Cada uno de estos pequeños vasitos de metal que coronan este mueble octogonal vierte sobre una rampa y unos conductos internos –como ocurre con los bombos de la lotería– conducen a un grifo de salida al exterior, donde las bolas quedan enfiladas. Si varios compradores pujan a la vez, el grifo determina con absoluta fiabilidad la foto finish. Al abrirlo, ya no hay discusión posible sobre el orden, porque aparece primero la bola quien ha pulsado antes, aunque sea solo un instante, sin posibilidad de manipularlo.
Esta máquina acababa con las innumerables polémicas que se suscitaban en las compras a viva voz durante la rula, una subasta a la baja que el comprador detenía cuando llegaba a la cifra que estaba dispuesto a pagar.
Este sistema de subasta siempre ha sido discutido, porque obliga a los mayoristas a una concentración máxima, dado que tienen que valorar al instante la cuantía máxima que están dispuestos a pagar y la que cree que van a ofrecer sus rivales, lo que puede inducirles al error. En ocasiones se le ha propuesto a las cofradías abandonar esta subasta inversa para utilizar la convencional –la que emplean, por ejemplo, los subastadores de arte– pero los estudios psicológicos demuestran que el sistema utilizado no es neutro, y los pescadores consiguen mejores precios cuando el comprador no tiene una puja anterior como referencia y toda su atención está puesta en anticiparse al rival para llevarse el lote.
Otras ‘rulas’ en el Norte
La rula de Foz no es única. En Ribadesella y en dos localidades del País Vasco se conservan otras máquinas subastadoras semejantes, pero no tan bien conservadas ni evolucionadas como la del santanderino Racamonde.
La que se guarda en el Arrantzaleen Museoa de Bermeo es más sencilla y funcional, puesto que no tiene mueble. Esta hecha de hierro fundido y se compone de una tolva en forma de embudo coronada por una veintena de casillas en las que se depositaban las bolas, y una base igual de sólida y pesada. La máquina presidía la sala y los compradores ocupaban la primera fila de asientos, la única que tenía en el apoyabrazos de la derecha un botón que accionaba unos alambres preparados para abrir la trampilla correspondiente. Este sistema, de finales del siglo XIX, se empleaba para adquirir una pesca que ni siquiera había llegado aún a puerto, pero de la que ya se anunciaba su arribada.
Algunas de estas máquinas de subasta han seguido funcionando en las lonjas del norte del país hasta que los paneles electrónicos sustituyeron a quienes cantaban los precios a viva voz. En la actualidad, aunque suele haber escaños con pulsador para los compradores, también pueden deambular por la sala, acercándose a las cajas de pescado que componen los lotes y activar un terminal inalámbrico cuando aparece en la gran pantalla el precio al que han decidido comprar. Un proceso que tiene mucho de estrategia y de control mental, ya que los compradores evitan cualquier gestualidad que pueda delatar su intención ante sus competidores y algunos, incluso, aprietan el pulsador desde su bolsillo.
De lo que pudo pasar con P. Racamonde, el constructor de la máquina, no hay constancia y tampoco de si su modelo patentado se empleaba en otros lugares. Lo cierto es que su apellido es originario de Lugo (hay un pueblo del interior con este nombre) y es probable que el constructor estuviese vinculado con la zona y eso le facilitase la venta de su máquina. En ese caso, el misterio está en saber que le trajo a Santander para crear aquí su taller.