El empresario cántabro, una especie en extinción
Se acelera extraordinariamente la venta de empresas locales de largo arraigo a fondos o grandes corporaciones
La fábrica de Bosch Treto; la planta de M Serrano en Ambrosero; la de Chassis Brakes, en San Felices; la fábrica de cloro de Solvay; las dos de Alfonso Bravo en Ampuero; la de forja de Sidenor en Reinosa; el centro comercial Valle Real o el club deportivo Marisma tienen algo en común: han sido vendidos recientemente. Liberbank (muy vinculado a Cantabria) ha sido absorbido por Unicaja; Viesgo ha pasado a EDP; Aldro a la italiana ENI; el Igualatorio se lo ha quedado Axa… Si se desciende un escalón en tamaño, ha ocurrido lo mismo con Norgraft (envases de cartón), Columbia (tóner reciclado), Cesine (enseñanza), el área cloud de Softec… ¿Qué movimientos tectónicos dan lugar a esta desaparicion de los empresarios locales a un ritmo que no se había dado nunca antes?
Cada vez es más habitual que la jubilación de un empresario local dé lugar a la venta de la empresa que fundó, por no tener un sucesor interesado, casi siempre porque sus hijos tienen su propia carrera profesional y no se ven motivados para abandonarla tomando el testigo de su padre. Lo que no cabía esperar es que en la gran empresa, mucho más estable en el tiempo, los cambios de propiedad se hayan acelerado tanto o más. El motivo no es otro que el protagonismo adquirido por los fondos de inversión. Un dinero de procedencia muy diversa y tan fraccionada que resulta anónimo, y que está dispuesto a sacar mucho partido de una presencia temporal. Parafraseando el título de una película española, lo suyo no es amor sino sexo. No tienen un especial interés por esa actividad ni esa empresa, solo pretenden obtener una importante plusvalía cuando, en tres o cuatro años, encuentren un comprador dispuesto a pagar más. Y es mucha la cantidad de dinero que hay ahora mismo en el mercado internacional buscando inversiones, porque las más conservadoras (los bonos) no rentan nada o se están remunerando en negativo.
El resultado práctico es que la propiedad de las empresas cántabras cada vez es menos cántabra, especialmente la de aquellas que han alcanzado una cierta dimensión. La globalización, el endurecimiento de la competencia y el hecho de que las ventas por internet dejen cada vez menos nichos de mercado indemnes para los fabricantes o proveedores de servicios locales, hace que muchos empresarios hayan optado por tirar la toalla y vender. Otros han aprovechado la oportunidad de una buena oferta, frente a las crecientes incertidumbres del futuro próximo, y algunos más han llegado a la edad de jubilación y se han desprendido de la empresa por no tener sucesor. Tampoco han sido escasos los cambios de titularidad producto del colapso de la empresa: La Covadonga, Tinamenor, GFB o, la más reciente, Sniace, que está en proceso de liquidación.
Por unas u otras causas, el censo de empresas propiamente cántabras adelgaza a un ritmo vertiginoso. El Igualatorio, propiedad hasta ahora de 308 médicos de la región, ha pasado a menos de la multinacional Axa, tras ofrecerles 50 millones de euros por sus participaciones. La compañía francesa se ha hecho así con gran parte de la medicina privada de Cantabria; el Grupo Pitma ha vendido su comercializadora de electricidad y gas Aldro, después de un rapidísimo crecimiento, en algo más de 200 millones de euros al gigante italiano ENI. Pocas semanas antes, Viesgo, que previamente había entregado a Repsol su cartera de clientes y sus centrales renovables, pasaba a manos de la eléctrica portuguesa EDP, que en realidad es china desde hace algún tiempo. Por su parte, Formaspack vendió hace unos meses casi la mitad del capital a un fondo del Banco Santander que le va a permitir crecer mucho más rápido.
Un fondo de capital riesgo español, Portobello, se ha quedado al tiempo con la metalúrgica M Serrano y con Smart Hospital Valdecilla
Tras la decisión de Robert Bosch de vender, en 2017 su división de alternadores y motores de arranque (trece fábricas entre las que estaba su planta de Treto) a un grupo chino, han cambiado de manos muchas de las empresas que habían crecido alrededor de su factoría cántabra. Proveedores tan importantes como el Grupo Mecanor han pasado a la vasca Teknia, que además de la planta de Ampuero (278 trabajadores) se quedaba con las otras fábricas levantadas por Alfonso Bravo en Rumanía y México. Teknia ya había adquirido esta primavera otra de las fábricas creadas por este empresario en Cantabria, Bravo & Bippus (90 empleados).
Marisma, la última venta
La gestora catalana de centros deportivos Duet Sports ha adquirido la empresa familiar cántabra Fitmar Norte, propietaria del complejo Marisma Wellness Center, fundado hace ahora veintiún años. Duet Sports ya tenía diez centros deportivos repartidos por Cataluña (8), Madrid y Mallorca, y, desde comienzos de año, es propiedad del fondo Sixth Street Partners.
El centro deportivo de Santander está construido sobre una parcela municipal de El Sardinero, en régimen de concesión, y cuenta con unas instalaciones de 10.300 metros cuadrados, de los que 3.500 son zonas de agua, una de las mayores láminas de España. En 2019, antes del estallido de la pandemia, tenía cerca de 8.000 usuarios anuales, 4.000 de los cuales eran abonados. Actualmente, en Marisma Wellness Center trabajan más de 70 personas.
El complejo santanderino no ha sufrido los rigores de la covid como los de otras regiones donde se decretó el cierre de estos recintos en las primeras fases de la enfermedad, aunque sí ha tenido restricciones del 30% en su aforo. Eso ha supuesto que la pérdida de abonados durante el pasado año no superase el 15%, parte de los cuales los ha ido recuperando a medida que se ha normalizado la situación sanitaria. Una de las claves de este centro es la alta fidelidad de sus usuarios. La mitad lleva abonado prácticamente desde que se abrió.
Ademas de las instalaciones propiamente deportivas, que incluyen pistas de pádel y ténis, Marisma cuenta con cafetería, sala de audiovisuales, un urban spa y gabinetes de fisioterapia, nutrición-dietética y médico.
Duet Sports, que prepara nuevas adquisiciones, tiene cerca de dos décadas de experiencia en la gestión de instalaciones deportivas. Antes de la pandemia, contaba con un equipo formado por 420 empleados que daban servicio a 40.000 clientes. En ese momento la empresa facturaba 22 millones y obtenía un resultado de explotación de 6,9 millones de euros.
El último proveedor cántabro de la actual SEG Automotive que ha cambiado de manos es M Serrano, un taller que se hizo gigante a la sombra de la antigua Bosch. Ha pasado a otra firma vasca, USA Group, pletórica gracias al músculo financiero aportado por el fondo inversor Portobello, que ahora la controla.
Casi al mismo tiempo, Portobello también ha pasado a ser el principal accionista de otro negocio cántabro muy distinto, el Smart Hospital Valdecilla. El fondo de capital riesgo español que pilotan Juan Luis Ramírez, Ramón Cedeiras, Íñigo Sánchez-Asiain y Carlos Dolz se ha quedado con toda la división de servicios de Ferrovial, en la que hay actividades muy variadas.
Sidenor, por su parte, vendió la división reinosana de forja a un grupo germanoamericano, NFL; Norgraft tambiénb paso a una multinacional norteamericana y Valle Real, más recientemente, a un inversor inmobiliario eslovaco.
Ya no hay barreras protectoras
La lista es interminable y en todos los casos producto de una tendencia irremediable: la globalización. El mercado local es muy insuficiente para crecer y, hoy en día, sin crecer es difícil sobrevivir.
Hace años, las empresas locales se podían defender cómodamente en muchos sectores debido a que la entrada de productos o servicios foráneos era muy complicada. El transporte, los aranceles o las barreras gremiales permitían que los dentistas establecieran unas altas tarifas que nadie iba a romper; que los vendedores de piedra o cemento no temiesen la llegada de producto de fuera, o que muchas empresas de servicios supiesen que nadie vendría de otras regiones a disputarles su territorio.
Todo eso ha cambiado. Las empresas de tratamientos dentales rompieron la disciplina de los colegios profesionales, al ofrecer precios mucho más baratos; las compañías de servicios han creado tupidas redes nacionales, y en Santander operan ya varios de los principales despachos nacionales de abogados. Incluso las canteras se encuentran con la competencia de la piedra importada.
El empresariado local es consciente de este acoso progresivo de las grandes compañías, que antes se conformaban con las grandes plazas y ahora ya no desprecian ninguna esquina del país, por pequeña que sea. Empezó ocurriendo con las cadenas de comercio textil y los hipermercados; continuó con los supermercados (aunque aún sobreviven cadenas regionales pujantes), los periódicos y las radios y este fenómeno se extiende ahora a los concesionarios de vehículos, aunque en este caso los movimientos van en los dos sentidos. Puede entrar una cadena andaluza a vender camiones en Cantabria pero a su vez, el Grupo Blendio (Autogomas) se extiende por Asturias, Galicia, Vizcaya y La Rioja, hasta sumar 32 puntos de venta.
Empresas tan anónimas que ni siquiera las conocen sus propietarios
La calificación como sociedades anónimas no es nueva e indica la existencia de múltiples propietarios que se reparten el capital, pero esos propietarios tenían hasta ahora perfecta constancia de dónde habían invertido y de lo que era suyo. Ya no. El fondo de capital riesgo CVC, que ha comprado el 10% de La Liga de fútbol española por 2.500 millones de euros, ya era el propietario de muchas compañías en el país (Cortefiel, la aceitera Deoleo, el 20% de Gas Natural, el 25% de CLH…). Un portfolio tan amplio y diverso que sus partícipes probablemente desconozcan la mayoría de las empresas que poseen.
Durante años, podía ocurrir que de los aviones de Ryanair que aterrizan en Parayas se bajasen ciudadanas británicas copropietarias de una enorme compañía de inversión denominada Scotish Widows (Viudas Escocesas). Lo más seguro es que ni una sola de ellas reparase al pasar por delante del centro comercial Valle Real que parte era suyo (hace tiempo que el fondo trasmitió su participación).
Eso indica hasta qué punto se ha convertido en anónima la propiedad de muchas empresas. Son los gestores de los fondos y no los propietarios los que saben dónde está invertido su dinero. El inversor lo único que pide es rentabilidad y seguridad. Le es indiferente ser propietario de una empresa en Cantabria o en China, porque en realidad, no se siente como tal.
Ese nuevo capitalismo ha provocado que el empresariado sea sustituido por profesionales, que ni siquiera se sienten obligados a dar muchas explicaciones. El Banco Santander ya no es de la familia Botín, como se exageraba en el pasado. Ahora es de los fondos de inversión británicos y norteamericanos, de pensionistas y ahorradores de esos países que en muchos casos ni siquiera habrán oído hablar de la entidad cántabra.
La lista de empresas locales que han pasado a manos de fondos de inversión crece de forma sigilosa y acelerada. En este nuevo capitalismo, ni el propietario es consciente de ser empresario ni los trabajadores de esa compañía pueden ponerles cara. Nadie sabe muy bien quién está al otro lado del consejo de administración. El propio consejo esta formado, cada vez en mayor proporción, por personas independientes que no tienen ninguna relación con el capital (no poseen ni una sola acción de esa empresa) ni con los gestores.
Se trata de una realidad muy distinta a la que se suele dibujar en las polémicas diarias sobre quiénes controlan los bancos, la energía o los medios de comunicación. Los mismos que ven fantasmas detrás de cada empresa y cada sector, pueden formar parte, sin saberlo, de aquella conspiración que denuncian, porque tienen su dinero depositado en un fondo de inversión o un fondo de pensiones que ha tomado una participación muy importante en esa empresa. Es cierto que han empezado a tomarse cautelas para que estas inversiones sean más transparentes, a raíz de las presiones de los grupos ecologistas o antibelicistas para evitar que inviertan en negocios contrarios a sus creencias, algo que ni siquiera había conseguido el Vaticano.
Tardaremos mucho, en cualquier caso, en que cada ahorrador sepa realmente en qué se invierte su dinero, si es que llega a saberse del todo, y, por tanto, a conocer de verdad de quién son las grandes empresas. Hoy por hoy, la mayoría de ellas son entes jurídicos en las que un consejo de administración hace y deshace con bastante margen de maniobra, a pesar de controlar porcentajes muy pequeños del capital. El inversor ni siquiera sabe por qué su fondo apoya o deja de apoyar a esos administradores ni lo va a saber nunca, porque su papel es cada vez más pasivo.
Afortunadamente, no es el único ejemplo de protagonismo cántabro en las compras. La asociación Amica se ha quedado con la fábrica Columbia de Ilunion (ONCE) en Reinosa; Javier Cavada le ha adquirido a Wartsile, su anterior empresa, su fábrica de hélices navales de Maliaño, el Grupo Vidal de la Peña ha comprado el concesionario Tecnocas y Mademan se ha quedado con varias empresas de su sector de menor tamaño.
Lo habitual, en cualquier caso, son las integraciones de negocios locales en cadenas nacionales, hasta el punto que en muchos sectores las empresas que sobreviven fuera de estas grandes constelaciones pasan a tener la etiqueta de ‘independientes’, para significar que “todavía”, no ha pasado por el aro. Eso sí, todo el mundo está seguro de que lo harán antes o después, cuando la decisión pase a una nueva generación de la familia propietaria.
Es difícil saber si las ventajas de estas operaciones (marca, economías de escala, aprovisionamientos más baratos, etc) compensan la más evidente de las desventajas, la pérdida de la independencia, pero a la vista de la tendencia, se supone que sí. Al menos para el empresario que vende. Para el entorno, quizá no sea un buen negocio. Quien gestiona desde Madrid no tiene la misma sensibilidad a la hora de hacer inversiones o al plantear sus decisiones estratégicas, si cree que cerrar es más ventajoso que mantener esa empresa abierta, lo hará con menor carga de conciencia que un empresario local.
Pero la mayor desventaja es la pérdida de riqueza. Un fondo de inversión exigirá un retorno anual del 7% o superior, presionado para ofrecer rentabilidad a sus inversores, y si no lo obtiene por la generación de caja del negocio, lo hará a través de operaciones especulativas, o por ambas vías a la vez. El fondo australiano Macquarie y el kuwaití Wren House, que compraron Viesgo en 2015 han obtenido una plusvalía de más de 900 millones de euros en los cinco años que han permanecido, sin contar con los dividendos percibidos en este tiempo. Un negocio redondo.
Es un dinero que sale de la región. Cuando Viesgo fue absorbida por Endesa, durante el mandato de Aznar, la empresa pública se quedó los 110.000 millones de pesetas que la compañía cántabra había acumulado en reservas. Ese dinero se fue a Madrid y pronto pasó a manos de los italianos que adquirieron Endesa, al ser privatizada. La nuevos propietarios actúan como una enorme aspiradora de recursos de los lugares donde operan, y casi nunca se conforma con los rendimientos que tenía el empresario local.
Otro caso significativo es el de Bosch Sistemas de Frenado. El gigante alemán lo vendió a una compañía constituida exprofeso para esa compra por un fondo. Resultaba evidente que su vocación no era permanecer y, pocos años después, el fondo le ha dado el pase al grupo japonés Hitachi, el mayor fabricante del sector, se supone que con un buen margen.