El Túnel de Tetuán recupera la desaparecida vía peatonal al Sardinero
La obra ha resultado más compleja de lo previsto y ha costado cuatro millones
Han tenido que pasar varias décadas para que el túnel que une Tetuán con La Cañía, en Santander, haya vuelto a cobrar vida. No solo su aspecto es diferente, sino también quién lo transitará: por donde originariamente pasaba el tranvía, ahora lo hacen peatones y ciclistas. Las obras, que ha desarrollado la constructora SIEC a lo largo de dos años, han supuesto una inversión de cuatro millones de euros por parte del Ayuntamiento de Santander, más de lo inicialmente previsto. Tras solventar los obstáculos aparecidos durante la rehabilitación, el túnel se ha convertido una realidad que ya recorren decenas de santanderinos a diario.
Son muchas las imágenes del Santander de finales de siglo XIX y principios del XX en las que se aprecia el protagonismo del tranvía en el movimiento de la ciudad. La primera línea se inauguró en 1875, y usaba mulas para tirar del vehículo, como se hacía con los vagones de las minas. Dos años después se sustituyeron por vapor.
Esa línea unía Puertochico con Cuatro Caminos y, en vista de su éxito, pronto se estableció una nueva, conocida como el Tranvía de Pombo, porque fue el marqués de Pombo su promotor. Enlazaba el centro (la desaparecida Estación del Norte) con La Cañía, en El Sardinero, salvando el Alto de Miranda a través de un pasadizo cuya boca sur estaba en el barrio de Tetuán, un paso que, al desaparecer este tranvía por falta de rentabilidad, quedó para uso exclusivo de peatones hasta los años 60, en que fue cerrado por su escaso uso. Ese largo ostracismo ha provocado que fuera desconocido para la mayoría de los santanderinos actuales.
Tras su reciente reinauguración, han sido muchos los que se han apresurado a conocer este antiguo túnel, y lo han podido recorrer de un lado a otro, en poco más de tres minutos.
La propuesta de reabrirlo al tránsito peatonal fue formulada en el año 2013 por el ingeniero de Telecomunicaciones y empresario Jaime Gómez-Obregón a través del portal municipal de ideas para la ciudad. Su idea resultó la ganadora de entre todas las propuestas realizadas y el Ayuntamiento de Santander confirmó que estudiaría la viabilidad de reabrirlo (las dos bocas estaban clausuradas).
Ese compromiso, sin embargo, cayó en el olvido hasta que, en diciembre de 2016, los vecinos y hosteleros de Tetuán pidieron nuevamente la reapertura y, finalmente, el Consistorio aprobó las obras para rescatarla.
Dos años de obras
En 2017, los técnicos del Ayuntamiento realizaron la inspección del antiguo pasadizo, que encontraron totalmente inundado por aguas subterráneas y barro pero en un aparente buen estado de conservación.
Tras varios cambios en la fecha en que debían empezar las obras, finalmente lo hicieron poco antes del estallido del covid, en febrero de 2020, a cargo de la constructora SIEC y con un presupuesto inicial de 3,4 millones de euros. Luego llegó la pandemia, que durante meses obligó a reducir bastante el ritmo de los trabajos.
No ha sido el único motivo de los retrasos. Las actuaciones acabaron por extenderse bastante más allá del propio túnel, que tiene una longitud de 300 metros, y la intervención de SIEC ha alcanzado casi los 700 metros, al urbanizar el entorno de los dos accesos (la boca Suroeste, en la zona de Tetuán, y la boca Nordeste, en la vertiente del Sardinero).
“Debido a las limitadas dimensiones del túnel (entre 3,30 y 3,70 metros de altura, dependiendo de la zona, y 3,80 metros de anchura), no se ha podido trabajar a un ritmo más ágil”, explican desde la constructora. “Se trata de una zona lineal que no permite amontonar trabajos, sino que requiere que se vayan haciendo de uno en uno”, justifica Tomás Roiz, el jefe de obra, que destaca que en los picos de trabajo se juntaban 40 o 50 personas, entre todas las empresas participantes.
Además, en estos dos años, la constructora ha tenido que salvar varios imprevistos. El primero de ellos, en enero de 2021, fue el hallazgo de un viejo apeadero del tranvía y un paso elevado para facilitar el acceso al andén que existía junto a la boca del Sardinero, lo que condujo a la modificación del proyecto y la dilatación del plazo de finalización. Se decidió que ambos elementos debían ser conservadas, dado que se encontraban en perfecto estado.
Conservar el histórico paso a nivel supuso no poder acceder hasta la entrada del túnel con camiones ni retroexcavadoras, por su altura. “Nos vimos obligados a utilizar maquinaria muy pequeña, que llevaba el material hacia afuera, donde se cargaba en los camiones más grandes”, recuerda el jefe de obra.
Cuatro meses después, tuvo lugar un derrumbe interior de la bóveda, a la altura de la calle Ramón y Cajal, que implicó un sobrecoste en los trabajos de 405.000 euros y un nuevo retraso. Roiz achaca este incidente a la existencia de manantiales en esa zona. “El derrumbe tuvo que trabajarse con artes mineras, inyectando hormigón y cemento desde fuera para rellenar el hueco producido”.
Los trabajos han sido extremadamente cautelosos, por tratarse de una obra subterránea en un entorno urbano. “Durante todo el tiempo que han durado las obras, el topógrafo ha controlado semanalmente el movimiento de los edificios cercanos al túnel”, revela Roiz.
Además del acondicionamiento interior del túnel y de los accesos, ha habido que añadir todas las instalaciones complementarias (iluminación, detección de gases, ventilación, detección y extinción de incendios, cámaras de vigilancia, redes de saneamientos, megafonía, etc.).
La constructora tenía claro dónde estaba la boca del túnel de Tetuán, pero no ocurría lo mismo con la de La Cañía, sumergida a 14 metros de profundidad, ya que esa trinchera se rellenó tras cerrarse el túnel. Para localizarla y reabrirla, SIEC tuvo que realizar sondeos y prospecciones.
Una vez identificada, se realizó un pozo de ataque de pilotes secantes, de 11 metros de diámetro, que se ha mantenido a la vista de forma decorativa y permite que entre luz directa hacia el pequeño espacio creado entre la entrada original y el falso túnel de 40 metros que han construido.
A pesar de haber estado enterrada tantos años, la entrada del Sardinero se encontraba en perfecto estado. Una piedra con las letras TSV (Tren de Vapor Sardinero) y la cifra 1892 –el año de su inauguración– da la bienvenida a quien accede por este lado.
Junto a esta zona, se ha habilitado una escalera que conecta con las calles Ramón y Cajal y Joaquín Costa, salvando 20 metros de desnivel. También se han plantado árboles y colocado mobiliario urbano, lo que ha beneficiado a los vecinos de la zona, ya que antes de estas obras era un descampado bastante descuidado.
Al otro lado, la plaza de Alhucemas (en la zona de Tetuán) también ha sacado partido de estas obras. En ellas se han sustituido los dos antiguos bancos por otros más modernos y se ha instalado un banco corrido de 36 metros de longitud, una zona de ejercicios para personas mayores y otra multideporte.
Cerca de esta boca se ha habilitado una nueva escalera de acceso directo al Barrio Camino.
Un recorrido histórico
Quienes se dirigen al túnel por cualquiera de sus dos bocas atraviesan previamente un camino flanqueado por sendos muros de gaviones (jaulas de mallas metálicas rellenas con piedras), hasta llegar a las puertas de aluminio galvanizado que, de manera automática, abren y cierran el paso cada día, ya que por motivos de seguridad, el túnel permanecerá cerrado por las noches (su horario de apertura es de siete de la mañana a medianoche).
En los primeros metros de la entrada de La Cañía, unas gotas que se filtran a través del túnel dejan bien claro que se sitúa bajo una zona de manantiales. “Podría forrarse, pero se perdería su esencia”, opina el jefe de obra.
Durante casi medio año, la constructora se ha encargado de asegurar este pasadizo. “Cada dos metros y medio, se han realizado 11 perforaciones para inyectar cemento y consolidar todo el revestimiento exterior del túnel; lo que supone entre 1.300 y 1.400 perforaciones”, recalca Roiz. Estas inyecciones sirven para reforzar el terreno y garantizar bóvedas de descarga en el interior de la formación rocosa. También reducen las filtraciones de agua por las fisuras del macizo rocoso.
Pasear por el túnel es volver al pasado. A lo largo de sus 300 metros está forrado con tres materiales: arenisca, caliza y ladrillo. “Probablemente se irían mezclando en función del material con el que contaban”, se aventura a afirmar Roiz.
Además, se pueden ver seis apartaderos que servían para que los mecánicos que reparaban los tranvías pudieran resguardarse al arrancar los vehículos.
Aunque la mayoría de instalaciones de servicio son subterráneas, algunas de ellas delatan que seguimos en el siglo XXI: las luces, la red de bocas de riego, que permitirán limpiarlo, o los detectores de gases, destinados a garantizar la seguridad de los viandantes.
También lo demuestran las ocho cámaras que se han instalado a lo largo del túnel y las dos de 360º situadas en las bocas, para prevenir actos vandálicos. Para evitar que algún viandante se quede dentro al cierre de las puertas hay 14 altavoces desde los que se avisará con tiempo suficiente para salir.
Más carril bici
La reapertura del túnel ha facilitado completar el eje ciclista de Santander por sus dos entradas: la boca sur conecta con el carril bici de Puertochico a su paso por Casimiro Sainz, y la boca norte con el del Sardinero a su paso por Reina Victoria.
Tedcon Integral está realizando estos nuevos tramos, en los que el Ayuntamiento empleará cerca de 300.000 euros.
El de Tetuán (de unos 920 metros) comenzará en el paso de peatones de la Plaza de Amaliach, junto a la glorieta de La Pescadora, y partirá en dirección Este hasta llegar al aparcamiento junto al centro de salud y, desde allí, por la acera norte hasta llegar a la Plaza de Alhucemas, punto final.
Por su parte, el tramo del Sardinero (de unos 430 metros) comenzará en la acera norte de la avenida Reina Victoria y proseguirá por ella –ocupando parcialmente el aparcamiento de motocicletas– y por la calle Joaquín Costa hasta enlazar con el vial de acceso al túnel.
En el interior del pasadizo, el carril continúa, pero solo señalado con símbolos, para mantener la estética original.
Esta actuación, que finalizará en julio, permitirá continuar impulsando la red de carriles bici en Santander. Antes de la pandemia, la ciudad disponía de 28 kilómetros y ha alcanzado ya los 33 kilómetros, que prácticamente permiten cerrar el anillo ciclista de la ciudad.
Más que un túnel
El Túnel de Tetuán solo tuvo su utilidad prevista entre 1892 y 1911, ya que no disponía del gálibo necesario para electrificar el tranvía que lo recorría –necesitaba instalar una línea aérea– ni para una segunda vía, algo indispensable para competir con las demás empresas que llevaban viajeros al Sardinero sobre raíles.
Tras la inauguración de la tracción eléctrica en el Tranvía de Gandarillas, en julio de 1912, la imposibilidad de competir obligó a cerrar el tranvía del túnel y en 1917 caducó la concesión. Aunque en ese momento surgió un proyecto de adaptarlo a la circulación de peatones y vehículos, no llegó a prosperar.
Durante la Guerra Civil, se usó como refugio antiaéreo y en los años 50 se reabrió como paso peatonal, pero el constante vandalismo contra la iluminación terminó con la renuncia del Ayuntamiento a mantenerlo.
Alrededor de 1970, al encontrarse su interior en mal estado, sus bocas fueron cegadas por motivos de seguridad y en 1986, el entonces alcalde de Santander, Juan Hormaechea, ordenó que se taparan los agujeros resultantes junto a ambas entradas, por lo que el túnel quedó definitivamente en el olvido para la mayor parte de ciudadanos.
Esta reapertura permitirá a muchos santanderinos ahorrar tiempo en sus desplazamientos, ya sean a pie o en bicicleta, y conocer una parte de la historia de la ciudad hasta ahora enterrada.
María Quintana