Enrique González Macho: ‘Me agarró el virus del cine, y para este no hay vacuna’
El empresario cántabro, primer occidental que tuvo un cine en Moscú, repasa sus 50 años como productor, distribuidor y exhibidor
Pocos pueden presumir en el cine español de haber pasado por todos los oficios (productor-guionista-distribuidor-exhibidor…) y haber llegado, incluso, a presidir la Academia. Enrique González Macho (Santander, 1947) le quita importancia diciendo que, en muchos casos, “alguien tenía que hacerlo, y yo estaba allí en ese momento”. Algo más que eso tuvo que ocurrir para ser el primer occidental en abrir un cine en el Moscú soviético… y proyectando películas españolas. También para haberse hecho con los derechos de películas míticas de la antigua Unión Soviética. Episodios de una existencia singular reflejados en su libro ‘Mi vida en V.O.’
Es de Santander porque nació en verano, en una época en la que se veraneaba tres meses, pero no conoció la capital cántabra hasta treinta años después, al acabar el rodaje de ‘El Corazón del Bosque’, una película de Gutiérrez Aragón en la que era director de producción.
Enrique González Macho se acercó al mundo del cine a través de un trabajo ocasional como ayudante de producción, que acabó por depararle otros; escribió algún que otro guion e incluso tuvo un papel que nunca quiso recordar en una película. En todos los casos, porque “alguien tenía que hacerlo”, dice y probablemente se ajusta a la realidad, porque se trataba de producciones muy precarias, de serie B o C, y guiones inverosímiles, que siempre encontraban un hueco en un país donde había más de 8.000 cines (ahora hay unas 3.000 pantallas) y acababa de nacer la televisión.
Ese mundo le llevó en los años 70 a ir asumiendo responsabilidades en películas mucho más ambiciosas y, por un giro de guion inesperado, a la distribución, al quedarse con la empresa Alta Films, tras fallecer su propietario, un ‘niño de la guerra’ ruso-español. Ahí comenzaron sus relaciones con la antigua Unión Soviética. Compró y vendió películas a los rusos e incluso montó el primer cine extranjero que hubo en aquel país, antes de que la URSS abriese cualquier resquicio a Occidente. Un cine en Moscú que solo proyectaba películas españolas. Y tuvo éxito, pese al abismo cultural que había entre nuestro país y la URSS, hasta que llegó la mafia rusa y se lo quedó.
En España la exhibición era lo único que no había probado, y también lo hizo, tiempo después, al crear en Madrid de los Cines Renoir, con el dinero que le sobró de producir un documental sobre la guerra de España para los rusos y cuya devolución no admitieron porque, en el estricto sistema soviético, los presupuestos se hacían para cumplirlos. No se podía gastar de más, pero tampoco de menos. Para cerrar el círculo, llegó a ser Premio Nacional de Cinematografía y director de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Un cargo que tuvo que dejar, muy a su pesar, por desavenencias con otro cántabro, José María Lasalle, cuando este era secretario de Estado y que le deparó contenciosos que aún hoy siguen pendientes de resolver en los tribunales.
Sencillo y de fácil trato, a pesar de su amplia humanidad, González Macho recuerda que en su momento estuvo tentado de comprar un estudio con vistas al mar en Santander, pero los que vio tenían precios ‘tan desorbitados y estaban tan lejos del mar que se veía mejor Burgos”, dice socarrón. Aún así, conoce muy bien la región, porque su gran pasión no es el cine, sino viajar. Es autocaravanista, algo que “no sabe nadie en la profesión”, y el año pasado dedicó un mes entero a conocer Cantabria en profundidad.
Pregunta.-¿Cuál es su relación con Cantabria?
Respuesta.- Ya no tengo familia allí. La familia de mi madre vivía en las Rozas de Valdearroyo. Cuando fui por allí encontré un cementerio diminuto, con unas pocas tumbas totalmente cubiertas de zarzas. Una de ellas, la de mi abuelo y otra, la de una mujer que me crió en Madrid y que luego se volvió a Santander, pero le habíamos perdido la pista.
Eso sí, tengo mucha relación con Antonio Resines, que es cántabro. También tenía bastante contacto con Mario Camus, y, en general, con todos lo que han salido de Cantabria.
La entrada en la URSS
P.- Cuenta en ‘Mi vida en V.O. (Cincuenta años de cine en España)’, un libro de memorias que ha escrito en colaboración con la periodista Begoña Piña, que acabó en el cine después de dejar Arquitectura, primero, y después Económicas.
R.- En Arquitectura me di cuenta rápido que no era lo mío, por las matemáticas. En esa época en todas las familias había que ser ingeniero, médico ya era poca cosa. Entonces me fui a Económicas e inauguré la facultad de Somosaguas. Un desastre, aunque mi madre estaba muy contenta. Cuando surgió lo del cine mandé la economía a freír puñetas. Una suerte para este país, porque si llego a ser economista habría dejado esto como un páramo.
P.- Unos años después de entrar en el cine cae en sus manos la distribuidora Alta Films, fundada por uno de los ‘niños de la guerra’, españoles que crecieron en Rusia. Tenía en su cartera 80 títulos de cine ruso, del que confiesa en el libro que no sabía nada, y le abrió un mundo sorprendente. ¿Cómo vivió esa trama de espías que inició su relación con la URSS?
R.- Fue una situación muy tensa, la verdad. Cuando se enteraron de que los derechos de esas películas habían pasado a mi poder se me presentaron dos representantes del gobierno de la URSS en mi despacho para que los devolviese. Les expliqué que formaban parte del patrimonio de la empresa y los tribunales españoles me darían la razón. “Que sepa que usted no será nunca invitado a la Unión Soviética”, me respondieron. Yo les contesté que, si llevaba los cuarenta y cinco años que tenía sin ir, podía aguantar otro tanto.
Los rusos tenían mucho miedo de que se manipularan sus películas, pero con el tiempo vieron que yo solo quería trabajar con ellas y, al final, me acabaron invitando a ir, corriendo yo con los gastos, claro, y comprar más. Allí me pusieron catorce intérpretes, todo puro KGB. Y a pesar de las trabas que había, con el tiempo acabé haciendo allí lo que me dio la gana.
P.- ¿Cómo se fue haciendo con los derechos de algunas de las películas más importantes del cine ruso?
R.- El sistema que seguían para vender las películas era tremendo. Me llevaban a una sala con dos intérpretes que se empeñaban en describirme todo lo que ocurría en la película. Era horrible. Pude sacar algunas muy buenas porque en los regímenes dictatoriales, a veces hay disidentes dentro del propio sistema que se toleran.
Tenían películas que se veían en circuitos restringidos, pero no las exportaban y yo las conseguí. Por ejemplo, me vendieron ‘Dersu Uzala’ porque no les gustaba mucho y el director era japonés. Aunque se trataba de una película de coproducción soviética, no era lo que ellos defendían. Tuvo un éxito extraordinario en España.
P.- ¿El cine en España también tenía algunas licencias?
R.- Aquí, Franco dijo de Berlanga que no era comunista, que era un mal español. Lo decía como al que le sale un tonto. En general, hubo una cierta permisividad. Rafael Gil o Saenz de Heredia, que eran muy del régimen ayudaron a muchos que eran rojos, porque el cine unía mucho. Yo he visto a directores muy fachas dirigir a actores muy rojos y llevarse genial. También pasa ahora, así y a la inversa.
A mí me metió en esto José María Elorrieta, el padre de un amigo mío, que era muy falangista, y sabía lo que pensaba yo.
Sobrevivir en el cine
P.- Pasó de producir a distribuir, y de ahí a la exhibición, al montar una cadena de cines, los Renoir, que llegó a tener cientos de pantallas a pesar de apostar por la V.O. ¿Fue por circunstancias sobrevenidas o porque creía que podía aportar algo en esos campos?
R.- Fue una mezcla de ambas cosas pero, sobre todo, producto de la necesidad. Yo era técnico de producción, tenía dos hijos y cobraba una miseria. Además, en aquella época (los años 60 y principios de los 70) como no había dinero, cobrabas la mitad durante el rodaje y la otra mitad en función de los rendimientos… Bueno, pues jamás me ha llegado un duro por los rendimientos. Afortunadamente se ha mejorado mucho, porque tenía que hacer tres o cuatro películas para poder malvivir. Ahora pueden hacer una película al año y les da.
P.- Y después de tocar todos los palos, llegó a la presidencia de la Academia de Cine. Cuenta que le llamaron de Cantabria para tener sitio en los Goya.
R.- Yo me tomé muy en serio la Academia, me dejé media vida en los cuatro años que estuve, porque es muy compleja. Y los Goya son la ceremonia de una agrupación profesional. Es un acto privado y no tenemos subvenciones. Lo financiamos nosotros.
¡Y hay que ver lo que nos quiere la gente cuando llegan los Goya! Por eso, alguien llamó y preguntó si no había un espacio reservado para los cántabros. Le contesté que estarían Resines y todos los que son profesionales de esto. Y lo mismo pasó con los gallegos, que incluso me denunciaron en un juzgado. El juez me llamó a declarar y yo le dije que era mi fiesta e invitaba a quien me daba la gana. La cosa, evidentemente, no prosperó.
P.- Con alzas y bajas, usted ha sobrevivido durante 50 años, con un cambio de régimen de por medio, en un sector tan volátil e inestable como el cine.
R.- Yo no tenía ninguna vocación, la verdad. A mí lo que me gusta es viajar. Yo caí en esto como podía haber caído en otra cosa. Pero me cogió el virus del cine y como te agarre no lo paras. Para este no hay vacuna.
En el cine son muchos los llamados y pocos los elegidos, y cuando te abres camino ya eres uno de los elegidos. Es cierto que te devuelve bastante menos de lo que le das, pero yo no me puedo quejar.
P.- ¿Qué le ha faltado en esta larga carrera profesional?
R.- En términos generales, a mí me ha faltado algo en que soy un inútil, poso económico. Unos conocimientos con los que me hubiera ido mejor, porque el cine mueve mucho dinero en un espacio y un tiempo pequeños, y es muy fácil que todo esté mal calculado. Y conste que nunca he hecho el cine para hacerme rico, solo para vivir.
El extraño éxito en Galicia que pudo acabar en la cárcel
González Macho vivió la censura en primera persona, sobre todo en los años como director de producción “porque era un tema que llevaba yo personalmente en cada película”. Lo primero era la censura del guion, es decir, “de las intenciones”. “Si en la acción se daban un beso tenías que describir que iba a ser un púdico beso”. No recuerda las horas que pasó en la sexta planta del Ministerio de Información y Turismo, donde estaban los censores, tratando de convencerles de cada escena. “Había películas que eran imposibles de rodar”, lamenta.
El peor episodio que sufrió tuvo que ver con la película ‘Las melancólicas’. En esa época acostumbraban a rodar una versión más ‘picante’ para vender al extranjero y un empleado de su productora confundió las latas de la película y mandó a Galicia una de las copias destinadas al extranjero. Nadie dijo nada, pero la progresiva afluencia de público hizo que el cine que la recibió empezase a programar sesiones desde las 10.00 de la mañana, hasta pasar de vender 800 entradas diarias a 10.000.
Quizá por el carácter gallego, “allí nadie dijo nada, ni hubo un escándalo ni ninguna denuncia!”, señala. Fueron las cifras de la taquilla las que provocaron que un funcionario fuera a ver qué pasaba. “Fue un follón enorme y estuve a punto de ir a la cárcel. Pero los abogados nos dijeron que lo negásemos todo y hasta la actriz a la que se le veía un pecho, negó que fuese ella tantas veces como le ponían la moviola: –¿Esto lo ha grabado usted? –¿Yo? Yo no he rodado eso”. Así fue pasando el tiempo hasta que un día la Administración se olvidó del tema.
‘Los juicios me han destrozado la vida’
P.- Es inevitable referirse a los juicios por los que decidió dimitir de la dirección de la Academia. En 2017 fue acusado por la Fiscalía de manipular la taquilla para obtener subvenciones. ¿Cómo lo sobrelleva?
R.- Eso me ha destrozado la vida, así de claro. Yo fui (nadie me obligó) el portavoz de todo el sector cultural en la guerra del IVA [el PP lo subió del 8 al 21%]. Fui muy duro con ese tema y Montoro nunca me lo perdonó. Estuve tres veces en su despacho y en la tercera me echó. Después cogió el relevo un tipo que me perseguía, el que fue Secretario de Estado, José María Lasalle. Dijo públicamente que se iba a cargar a dos en el cine, uno era Enrique Cerezo y el otro era yo.
Con Enrique no pudo, porque es muy listo, así que fue a por mí. Por una estupidez, que no tenía nada de delictivo y que debía haber ido por la vía administrativa, él se empeñó en que fuera por lo penal. Me enteré de la denuncia un día viendo la televisión. Fue un shock y lo pasé muy mal.
Fueron cuatro juicios, de los cuales ya se han visto dos, y en ambos he sido absuelto, con la misma sentencia, que es firme y no admite recursos. Los otros dos juicios no salen, los aplazan constantemente. Y es que no había cometido ninguna ilegalidad. Las querellas se pusieron por puro desconocimiento del cine. Lees las sentencias y dicen claramente que había cumplido estrictamente la ley.
P.- ¿Su vida ha recuperado la normalidad?
R.- No hay manera de recuperarla ya. Culpa mía también, porque en su día mi abogado me dijo que me callara, y le hice caso. Cerezo me dijo que tenía que haber montado una buena, y quizá tenía razón.
Productoras de una sola película
España nunca ha tenido una auténtica ‘industria del cine’, aunque en algunos momentos llegó a ser un saneado negocio y en otros hubo subvenciones que casi amortizaban el coste de la película. El problema es que pocas veces llegaron a ponerse de acuerdo las cuatro patas imprescindibles para que el cine funcione: los autores, los productores, los distribuidores y los exhibidores (de hecho, gran parte del tiempo han vivido enfrentados).
González Macho pone de relieve en su libro algunos de los errores que han condenado al cine español a tener un papel subsidiario y a perder cuota de pantalla ante las superproducciones extranjeras, como el haber liquidado las productoras tradicionales orillándolas al apoyar el cine de autor, lo que ha dado lugar a productoras de una sola película, que se crean y desaparecen con ella, sin continuidad ni capacidad de mantener equipos.
Javier Ibáñez