La gastronomía regional pasa a los museos
La cultura y la gastronomía están íntimamente unidas. La gastronomía no es solo un reflejo de la historia, la geografía o las costumbres de un territorio. En 2010, la Unesco declaró la gastronomía mediterránea patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, lo que situó la cocina a la altura de la lengua, la literatura, la música o la artesanía.
Cantabria cada vez apuesta más por hacer de su oferta gastronómica un rasgo cultural, algo que dos empresas de la región, Sobaos Joselín y Conservas Ana María, han llevado a su máxima expresión con la apertura de sendos museos sobre dos de los productos regionales más característicos.
En 2018, la familia Sáinz, propietaria de Sobaos Joselín, inauguró sus nuevas instalaciones, en las que quiso dedicar un espacio a divulgar la historia de su producto estrella, el sobao.
Allí se exhibe material etnográfico, herramientas del pasado e incluso la Lambretta que usaba Joselín para distribuir sobaos por las ferias de la comarca. El museo ofrece al visitante toda la información disponible sobre el origen y evolución del sobao, las herramientas que se utilizaban antaño en su elaboración y el modelo productivo tradicional del pasiego. “Nuestro objetivo es que la sociedad entienda por qué se hacen sobaos aquí y cuál es su origen”, constata el gerente, José Manuel Carral.
El museo tiene capacidad para acoger a grupos de hasta 60 personas. En julio y agosto, recibe entre 100 y 200 visitas diarias y el resto del año llegan, sobre todo, escolares cántabros, aunque también los hay franceses.
“Tratamos de alcanzar convenios con agencias de viajes o mayoristas de destinos turísticos para que vengan a nuestra fábrica y al museo. No es fácil, porque no estamos en una de las trayectorias de paso turístico, pero vamos creciendo poco a poco gracias al boca a boca”, se sincera Carral.
De igual modo, Conservas Ana María hizo realidad un sueño de su fundadora con la apertura, el pasado año, de un museo-exposición con el que divulga la historia conservera de la villa y el proceso de elaboración de la anchoa.
Con unas 15.000 visitas anuales, el trabajo de la fábrica se entorpecía, en cierto modo y, como traslada Carmen Cueto, responsable de calidad de la compañía, “era algo que faltaba en Santoña, la cuna de la anchoa”. Así, aunque de manera ocasional se siguen haciendo visitas a la fábrica, el grueso de los interesados en la elaboración de este producto se concentran en el museo.
Una experiencia inmersiva –el espacio recrea un barco pesquero sumergido en un fondo marino– en la que el visitante puede conocer de la historia de la anchoa a través de máquinas, útiles y herramientas que tradicionalmente se han destinado a la pesca y la elaboración de esta semiconserva; así como conocer todo el proceso de elaboración desde que se pesca el bocarte en alta mar hasta que acaba en una lata, gracias a una demostración in situ.
Todo ello se complementa con una proyección audiovisual y fotografías de distintas épocas en las que se constata que el proceso de elaboración de la anchoa no ha variado sustancialmente. “La gente sale contentísima”, asegura Cueto. “Es una forma de hacer marca, pero también de ayudar al sector, porque aunque es una explicación o un museo de Ana María, tanto la historia como la forma de trabajar es común para todos”, apostilla Cueto.