La mejor guía para asimilar cómo estará China presente en nuestras vidas

Julio Ceballos se convierte en un referente para entender el cambio cultural más importante al que se enfrenta Occidente en siglos

Su concepto del tiempo es muy distinto al nuestro, quizá porque es la única cultura que lleva cinco milenios ininterrumpidos sobre la faz de la Tierra. Eso les permite planificar a largo plazo, incluso en un mundo tan incierto como el actual. China no se parece a ningún otro país, en parte porque es más que un país, y el consultor reinosano Julio Ceballos ha escrito el primer libro que permite empezar a entender una cultura tan compleja, que quizá sea la hegemónica en unas pocas décadas. Solo por esa perspectiva, deberíamos estar más atentos y preparados. Después de 17 años en el país que ha recorrido haciendo negocios y hablando en su idioma, Ceballos se ha convertido en uno de los poquísimos gurús occidentales que pueden aconsejar sobre cómo abordar ese choque cultural.


Julio Ceballos era uno de los muchos niños españoles que en 1989 salían a las calles con unas huchas del Domund en forma de cabeza de chinito. Otros llevaban la de un indio o un negrito, razas todas desgraciadas, sometidas a hambrunas y gobiernos infames. En 2006 él mismo se instaló en China, a través de Sodercan, que trataba de hacer una región más cosmopolita en lo económico y China se veía como tierra de promisión.

No lo fue, porque China es complicada, tremendamente complicada para un occidental, y pocos occidentales la conocen mejor que Julio, que como los jesuitas del siglo XVI decidió que la única forma de trascender a la superficialidad con que los occidentales tratamos todo cuanto tiene que ver con China (por puro desconocimiento) era aprender el idioma. Por supuesto, sin acercarse a los 60.000 ideogramas que pueden componer su escritura. Como mucho, acercarse a los 6.000 que memoriza un chino actual y que le bastan y sobran para comunicarse en una quinta parte del planeta, su país.

En poco más de un mes, la editorial Ariel (grupo Planeta) ha impreso tres ediciones del libro.

Ceballos, que en poco más de un mes ha visto cómo salían de las máquinas tres ediciones de su libro ‘Observar el arroz crecer’, se ha convertido en uno de los mayores conocedores de China. Por tanto, es uno de los poquísimos europeos (también se puede meter a los americanos en este saco) que puede hacerse una mínima idea de cómo será el futuro. Un horizonte tan neblinoso desde que el mundo se globalizó que nadie se atreve ya a hacer libros de ciencia ficción. Solo los chinos, porque ellos son los únicos que tienen programado el futuro y desde que se apagaron los rescoldos de la malhadada Revolución Cultural y se abonaron al pragmatismo más absoluto del desarrollo, dejando a un lado la ideología, han cumplido todas las previsiones como un reloj.

La situación, por tanto, es desigual. Ellos tienen muchas más certezas que nosotros, los occidentales; saben lo que buscan –lo cuál les de da muchas ventajas– y eso es un estímulo indudable para su población, mientras la nuestra muestra evidentes señales de desorientación y malestar. Puede que sea inevitable que en esa carrera acabemos siendo subsidiarios de los chinos, que ya han comprado muchas de nuestras empresas (SEG Automotiv, EDP…). Quizá no falten muchos años para ese escenario para el que no estamos preparados, igual que no lo estaríamos para recibir a un extraterrestre, porque ni siquiera nos atrevemos a imaginar que nuestra cultura deje de ser la hegemónica.

Son muchas las razones que invitan a pensar que Julio Ceballos va a ser un personaje relevante en el futuro próximo y no por su labor comercial en China, donde ya no reside de forma permanente pero mantiene una delegación con doce personas. Su papel debería ser orientar a corporaciones y a gobiernos para que empiecen a entender a China y puedan aprovechar mejor sus oportunidades. Pero también para que sepan relacionarse mejor en un contexto geopolítico muy complejo. Hasta hace poco, lo que ocurriese en China era irrelevante para un empresario o un político del otro extremo del mundo. Ahora ni siquiera podemos permitirnos que China baje su ritmo de crecimiento, porque su estornudo será nuestro catarro.

Sólo quien se ha esforzado en aprender el idioma y entender su visión colectiva de la vida (para los chinos el grupo es lo realmente importante, y eso se aplica en todos los ámbitos de la vida) puede servir como interlocutor en este inevitable choque de civilizaciones. Que probablemente no será cruento, porque a ninguna de las dos les interesa, pero que va a suponer un enorme shock en la adaptación de los patrones mentales.


“Son gentes habituadas a espabilar y a no dar nunca el futuro por ganado. Si el día tuviera 28 horas, trabajarían las 28 horas. El PCCh lo sabe (pues es mucho más chino que comunista) y tiene su proyecto de Estado claro, bien comunicado y ejecutado sistemáticamente a través de planes quinquenales que no dependen –para bien y para mal– de ciclos electorales. A su vez, la ciudadanía está acostumbrada a esa tenacidad y al sacrificio, pero también a cambios de todo tipo, a grandes movilizaciones y a los timonazos de un sistema duro y pragmático que experimenta con pruebas y errores para garantizar un proyecto a largo plazo sin interrupciones. Esta adaptación continua no significa conformismo, sino aprender a jugar del mejor modo posible con las cartas que la vida nos va dando, pues las cosas no siempre salen como uno quiere. Esta gente no pierde el tiempo en lamentaciones. Cuando algo no resulta como les gustaría, cambian de tercio y, muy rápido, recalibran sus expectativas, adaptándose a la nueva realizad para no sufrir más de la cuenta…” Julio Ceballos. ‘Observar el arroz crecer’


Ceballos pudo constatar nada más llegar que ni siquiera los chinitos eran como aparecían en las huchas, amarillos y con un sombrero cónico de pajas de bambú (eso es más propio de Laos y Camboya), lo que da idea de la poca información que teníamos sobre ellos. Ahora sabemos más pero seguimos sin entenderles y su figura se va a convertir en una referencia. La presencia del consultor cántabro en televisiones y periódicos desde la aparición de su libro ya indica que se trata de un descubrimiento: por fin tenemos a alguien que nos ilustre sobre el mundo que viene. Por cierto, Ceballos es un optimista nato, y a pesar de que la ingente información sociológica que ha recopilado en su libro produce desasosiego muchas veces, está convencido de que sabremos convivir entre civilizaciones, algo que resulta muy reconfortante.

Desde que los turcos estuvieron a las puertas de París en el siglo VIII y fueron rechazados en la batalla de Poitiers es probable que la cultura occidental no se haya enfrentado a retos parecidos. Por muy desarrolladas que fuesen, todas las culturas han acabado desapareciendo a lo largo de la historia sin unas razones claras (el Egipto de los faraones, Roma, Grecia, los aztecas…) salvo los chinos, que mantienen la continuidad imperial desde hace unos cinco mil años, con la excepción de lo que ellos llaman el siglo de humillación (el período de intervención en el país de las potencias occidentales, Rusia y Japón entre 1839 y 1949) y eso demuestra su espíritu inquebrantable. Si algo revela esa linealidad histórica (el comunismo es otro modo de ese grupalismo) es su extraordinaria flexibilidad para adaptarse a las circunstancias y una laboriosidad incontestables que hemos perdido en Occidente.

También hemos perdido la batalla de la población: 500 millones de europeos y otros tantos norteamericanos podíamos ejercer un control del planeta mientras el resto del mundo se encontraba en unas condiciones míseras. Pero ahora, China (1.400 millones) y la India, que acaban de superar esta cifra, se han convertido en la primera y sexta economía del planeta por volumen de producción. Juntos consiguen que el mapamundi de Mercator (España y Europa en el centro del mundo y ellos en los extremos) ya no tenga otro sentido que el hecho de haberlo dibujado nosotros.

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