Míriam González: ‘Tener una oficina de ética a la que consultar me evitó los conflictos de interés’
La esposa del que fuera vicepresidente británico impulsa un movimiento ciudadano en España para crear un código ético de altos cargos y una reforma fiscal
La vallisoletana Míriam González fue abogada en la UE durante muchos años y posteriormente ejerció en Londres, donde se casó con Nick Clegg el líder del Partido Liberal Demócrata de Gran Bretaña que, en 2010, gracias a unos resultados históricos, se convirtió en viceprimer ministro, tras un pacto de gobierno con los conservadores. González trata de impulsar ahora en España un código ético para los altos cargos y familiares, en el que figura una Oficina de Ética, a la que consultar los posibles conflictos de interés, como los que podían producirse en su actividad como abogada de grandes empresas y la de su marido. Bastaba que la Oficina diese su visto bueno para despejar, a priori, todas las sombras.
En una sociedad en la que los partidos invaden todos los ámbitos, como la española, ¿existe un hueco para las iniciativas de la sociedad civil como la que usted impulsa, España Mejor?
Míriam González. –Yo creo que ese espacio ahora no existe, y ese es uno de los grandes agujeros negros de la democracia española. Nunca hemos articulado bien ese espacio de la sociedad civil. Hay organizaciones estupendas, pero están muy fragmentadas, son demasiado especializadas y hay poca conexión entre el experto y la sociedad. Ya es hora de que empecemos a articular ese espacio y pienso que cuanta más polarización hay, más importante es abrirlo.
Ustedes han presentado un Código Ético para la política, que parece de enorme utilidad, pero puede que las demandas éticas de la sociedad cambien con el tiempo o el lugar. Por ejemplo, esas ‘dinastías’ republicanas que parecen del agrado de los norteamericanos, con dos presidentes Bush, padre e hijo, la candidatura de Hillary Clinton, esposa de otro presidente o el que muchos apostasen ahora por Michelle Obama las consideraríamos nepotismo en otros lugares. Pensemos en Argentina con Eva Perón o Cristina Fernández de Kirchner, o en Filipinas con Imelda Marcos.
M. G. –No tiene nada que ver Michelle Obama con Imelda Marcos, en Filipinas o con la señora Mubarak, en Egipto, que son regímenes dictatoriales, o con lo que intentaba hacer Gadafi en Libia. Es verdad, no obstante, que en EE UU se produce una situación casi dinástica, por la cantidad de dinero que tienes que meter en una campaña electoral, que hace que se reduzca mucho el número de candidatos en los distintos partidos. Por eso salió en su momento Hillary Clinton, y Michelle Obama ha decidido no hacerlo pero me hubiese parecido buenísima candidata, porque tiene una conexión estupenda con grupos superdiferentes. Poca gente tiene esa conexión tan personal y tan auténtica como ella. Yo soy superfan de Michelle Obama.
A usted, que fue la esposa del vicepresidente británico ¿no le propusieron en su momento tener un papel más activo en la política?
M. G. Es que no soy ni ciudadana británica. Allí no podría ni votar, y lo que a mí me gusta es mi país.
En 2010, su marido consiguió abrir una brecha muy importante en un sistema electoral bipartidista, el británico, en el que resulta muy difícil que aparezcan terceros partidos. ¿Por qué no se consolidó ese espacio liberal, a medio camino entre conservadores y laboristas?
M. G. Pues porque los partidos pequeños en las coaliciones sufren muchísimo.
¿Pero no se ha podido reabrir ese espacio de centro, ni siquiera con el extraordinario deterioro del partido conservador que se ha producido en los últimos años?
M. G. Es un sistema electoral brutal que lo hace dificilísimo. Lo que consiguieron los liberales en 2010 fue dificilísimo y porque todos los astros se pusieron en una buena dirección. Allí es casi imposible que se den coaliciones, y de cara al futuro aún menos, porque tanto los laboristas como los liberales han aprendido a luchar de una manera muy táctica [por los distritos] qué es lo que ha ocurrido en estas elecciones, en la que, con mucho menos voto popular, han conseguido no sé cuántos diputados más. Y esto es simplemente porque han ido hiperdisciplinados a buscar ese voto estratégico, algo que ahora está haciendo el Partido Demócrata en EE UU, aunque su sistema no se presta tanto a buscar el recoveco como en el Reino Unido. Han aprendido cómo luchar contra el populismo, están superdisciplinados, no se salen del mensaje y han limado sus puntos débiles.
¿Qué cosas positivas ha conocido en Gran Bretaña que considera aplicables a la realidad española?
M. G. Hay muchas cosas positivas y también muchas negativas. Yo creo que nuestro sistema democrático, el español, que es más nuevo, ha quitado parafernalia y le da una frescura muy positiva a las cosas, aunque a veces no logramos aprovecharlo para hacer cambios.
Una de las cosas por las que estamos abogando, el código ético del gobierno, es algo positivo que no solamente he visto en el Reino Unido sino que existe en un montón de países. Y en ellos hay algo que nosotros no tenemos, las obligaciones reforzadas para aquellos que están en lo más alto del poder político.
Yo lo viví muy directamente en el Reino Unido. A mí se me aplicaba el sistema de conflictos de interés y me parece que es estupendo, para la sociedad y para los propios políticos y familiares, porque en el fondo te protege. Tú tienes una Oficina de Ética y, como yo estaba de abogada en un bufete que llevaba cantidad de cosas con empresas que iban a producir muchas situaciones de conflicto de interés, me pusieron a un funcionario, que por cierto, ahora es la mano derecha de Keir Starmer [el actual premier]. Yo comunicaba a esta persona los clientes y potenciales clientes que tenía, o con quien me había reunido, para separar a mi marido de todo ello. Es una cosa buenísima y poner en marcha esa oficina ética es muy fácil.
¿Supone que eso evitaría conflictos como el que afecta a la mujer del presidente del Gobierno o que cualquier otra se vea en la obligación de no hacer prácticamente nada para evitar sospechas?
M. G. La sociedad se queja de los políticos y los políticos se quejan de la presión de la sociedad, y en el fondo todos tienen parte de razón. Pero si no tienes sistemas preventivos, siempre estarás expuesto a salir en primera página de los periódicos o a que te lleven a un juez. Hay gente que propone regular las actividades de los familiares, pero eso es una cosa imposible, porque no se produce solamente con la mujer o el marido de quien está en la presidencia del gobierno, es que hay que hacerlo con todos los ministros y no solamente con su mujer o marido, con su hermano, con su padre y no sé con cuántos más. No puedes regular a cada uno de ellos. A quien tienes que regular es a aquel que tienen el poder, y no es un sistema muy complejo. Y eso te da seguridad a ti [al político y a los familiares] y también a los ciudadanos.
En algún momento ha declarado que España da la sensación de haber perdido la confianza en el futuro pero, a la vista de lo que ocurrió en Gran Bretaña con el Brexit o de lo que está pasando en otros países con la llegada el Gobierno de los partidos de extrema derecha, da la sensación de que toda Europa está perdiendo esa confianza en el futuro.
M. G. A mí eso me produce poco consuelo. Lo que quiero es que mi país avance, y creo que aquí tenemos un potencial enorme. Ves cómo se trabaja en España, en las empresas, en la clase profesional, de una manera superseria y me preocupa es que no se refleje en ese potencial del país. Eso me parece imperdonable.
Ahora que, desde luego que Europa tiene una situación complicada. En Europa ahora tenemos que movernos a la fase siguiente de la economía, donde estamos muy mal posicionados. No estamos haciendo casi nada para instalarnos en los grupos de países avanzados en tecnología y parte de esa responsabilidad es de la presidencia española, sobre todo en lo que tiene que ver con la inteligencia artificial.
‘No puede ser que, en un país con tanto desempleo, el empleo se grave con cuotas sociales tan altas’
Nadie está reaccionando y estamos condenando a las siguientes generaciones a utilizar la tecnología que inventan otros. Qué menos que centrarnos nosotros en algo que todavía está abierto ahí, que son las aplicaciones de esa tecnología, y poder destacar, al menos, en algunos sectores.
Otro de los muchos problemas que tenemos en Europa es la carga burocrática. No sé por qué estamos dejando que sea una lanza del populismo cuando todos sabemos que es verdad que tenemos que reducirla. Los problemas no se van a solucionar solos.
Llama la atención que esa desesperanza se produzca en una situación económica razonablemente buena, al menos en España.
M. G. A mí me parece que en España no somos realistas. Sería increíble que no estuviésemos creciendo con la inyección de fondos que nos están haciendo desde la Unión Europea. Y no es una crítica a este gobierno, porque nos ha ocurrido muchas veces. Llevamos tres inyecciones enormes de fondos, las cosas parece que van bien, todo es maravilloso, pero tropezamos con una piedra y caemos más que los demás. Y vuelta al principio. Si tú fueses alemán, ¿seguirías apoyando todo esto? Cuando pasa en todos los países que recibían los fondos, (en Italia la situación es muy parecida), lo probable es que estemos a las puertas de ver que Alemania empieza a cuestionarse muchas cosas, porque ellos tienen muchísimos problemas internos.
Y me parece que esa visión positiva de la economía depende de cómo se miren las cifras, porque hay distintas lecturas. Yo lo que quiero ver es un aumento de la productividad.
Analizar por qué no crece la productividad nos llevaría mucho tiempo y no podemos dejar al margen su documento para una reforma fiscal. Como sabe, ahora mismo se combinan en España dos modelos, el del Gobierno central, y el de la mayoría de las autonomías, que están gobernadas por el PP y se han coordinado para bajar los impuestos que controlan, a la vez piden más financiación al Estado. ¿Qué saldrá de ese puzle?
M. G. Nosotros intentamos no centrarnos en la lucha política táctica, que es lo que está detrás de ese posicionamiento por ambos lados, sino en plantear una discusión social. Y nos parece que en términos de fiscalidad hay una cosa que es de cajón, la seguridad jurídica, algo que es gratis.
Y esos problemas no se han dado solamente durante este gobierno, también durante el anterior y el anterior. No puede ser que no podamos dar a los inversores internacionales –también a los nacionales– una seguridad jurídica, simplemente porque no parece que sea una prioridad nacional.
En este debate de subir o bajar los impuestos hay una parte específica que es la cuota social de las empresas, que es un impuesto al trabajo. No podemos estar gravando el empleo en un país con tanto desempleo. Es de cajón. No estamos proponiendo una reducción drástica de las cotizaciones, pero vamos a ver si las podemos rebajar, y ya que en tenemos a los jóvenes en una situación hipercomplicada, utilizar ese dinero para conseguir que accedan al mercado de trabajo y empiecen a tirar de la economía.
También proponemos fomentar la innovación. Si tienes desgravaciones fiscales para la innovación, ¿por qué no apoyar financieramente al que hace la innovación? Porque la innovación no solo es que se me ocurran cosas a mí, es que alguien ponga el dinero para que yo lo pueda hacer.
Tenemos que ir forzando a los partidos a centrarse en esos problemas reales, y no en los problemas tácticos. Tenemos tendencia a quejarnos de las cosas pero no nos movemos para que esa exigencia social sea efectiva.
Han pasado muchos gobiernos y ninguno ha modificado ese estado de cosas que ustedes proponen cambiar.
M. G. Porque no lo logramos articular una respuesta social con intensidad a lo largo del tiempo. Se ve muy claramente en el campo de la ética. Desde hace unos meses estamos viviendo una situación [la de la mujer del presidente Sánchez] con la que hemos visto claramente que tenemos un problema con la regulación de los conflictos de interés. Las normas que tenemos sobre los familiares de los políticos están bastante anticuadas y no tenemos sistemas preventivos, pero llega el verano, la sociedad se va de vacaciones y pasamos la página.
El liberalismo no acaba de cuajar en España, quizá porque sus promotores no son capaces de conseguir que se aprecie su mensaje o porque el ejemplo de los países más liberales tampoco es muy coherente. EE UU, que es su referente, impuso hace unos meses un arancel del 100% a los coches chinos y Canadá acaba de hacer lo mismo. En cambio la UE, supuestamente mucho más intervencionista, tiene un tipo tres veces inferior.
M. G. Nuestra iniciativa no es de ideología liberal, no es de ninguna ideología. Tenemos gente de muchísimas distintas y la mayoría no tiene una etiqueta política concreta. Yo, personalmente, sí que soy liberal, liberal con minúsculas, y creo sobre todo en ese liberalismo de John Stuart Mills, el de los controles y garantías sobre el poder. Me parece una caricatura cómo se ve a veces el liberalismo en España, y es curioso porque fue aquí donde se le puso nombre.
Es un liberalismo de quitar toda reglamentación, cuando Stuart Mills ya hablaba de la igualdad de oportunidades y cómo la reglamentación ayuda a tenerla. A mí lo que me interesa del liberalismo es que el poder ha de estar en los individuos y los políticos han de estar al servicio de los individuos y no al revés.
En ese liberalismo del comercio internacional, al que yo me dedico profesionalmente, tenemos, por una parte, el populismo, por otra con el proteccionismo, que a mí me parece un gran error, pero entiendo parte de las reacciones de algunos países. Cuando trabajaba en la Unión Europea estaba muy involucrada en las negociaciones de los acuerdos comerciales internacionales, que algunos casos llevé directamente. Y sí que creo que la liberalización que se estableció y la inclusión de China en la Organización Mundial del Comercio, si lo tuviésemos que hacer otra vez, lo haríamos con muchas más salvaguardas.
Eso está dando lugar a una reacción, porque todas las acciones conllevan reacciones: voy a poner tasas a lo bestia para que me crea la gente de Detroit [la cuna del sector automovilístico estadounidense]. Y siempre que reaccionas muy fuerte cometes muchos errores.
‘Europa ha abandonado la posibilidad de estar en tecnología avanzada y nos vamos a encontrar con otra Comisión de continuidad. Diez años de lo mismo es mucho tiempo perdido’
Esa idea inicial del liberalismo en el orden internacional –que es mucho mejor gestionar las relaciones entre todos nosotros con un comercio abierto que con guerras– es la que yo defiendo a pies juntillas. Y me parece que estamos mucho mejor con un orden multilateral que como estamos a punto de ir ahora, que esto se nos cae. ¿Por qué? Porque EE UU, que sostenía el orden mundial internacional, no podía ser más liberal: yo tengo todo el poder mundial y sin embargo me someto a una serie de normas, porque creo que en el fondo es mejor. Ahora, EE UU está dando la vuelta a esta serie de compromisos, algo que empezó Trump y ha seguido Biden.
El resultado es que tenemos un desastre internacional y no sabemos cómo enderezarlo. Pero el interés de la Unión Europea, el último gran bastión de ese orden liberal multilateral, es intentar que esto no se desmorone del todo, porque, de lo contrario, nuestra posición y nuestro poder en el mundo va a ser muchísimo menor. Y estamos a punto de que eso ocurra.
Su marido es el presidente de Meta, la antigua Facebook. ¿Cómo podemos conseguir que las grandes compañías tecnológicas tributen por el negocio que realmente hacen en cada país y no a través de sus sedes, que generalmente están en países de muy baja tributación?
M. G. -En la Unión Europea se ha hablado mucho de una armonización fiscal e incluso de si parte de esa fiscalidad diferente es una ayuda de estado, pero nunca se ha ido hasta el fondo de la cuestión. Me imagino que el segundo equipo de Von der Leyen seguirán intentando ver si pueden lograr una armonización mayor.
Pero también hay que entender cuál es exactamente el negocio real de esas compañías, que no son los usuarios sino las empresas que pagan los anuncios, y comparar este tipo de negocios con cómo se hacen en cualquier sitio de EE UU. Esto nos va a ocurrir mucho más con la inteligencia artificial.
En último término, creo que si queremos que las grandes tecnológicas coticen más en Europa, lo que tenemos que tener son más empresas tecnológicas de primer nivel, y hemos abandonado esa posibilidad, por no tener un mercado interior tecnológico y digital.
¿Por qué se produce todo esto en California y no en Boston? Pues porque está mucho más lejos del poder político. Se creó ahí una burbuja de gente que estaba haciendo innovación sin tener al poder político encima.
En Europa ya se nos ha pasado esa oportunidad. Pero si te planteas cómo replicar un Spotify –la única tecnológica que tienes en la Unión Europea– tienes que tener un mercado interior sin tantas trabas y donde sea fácil hacerlo.
Tenemos la desventaja de los distintos idiomas, frente a un mercado americano a lo bestia, en el que todos hablan el mismo idioma y donde todo es muchísimo más fácil. Yo he creado algunas empresas en EE UU y en 24 horas lo tienes hecho.
Nosotros, no tenemos solamente los reguladores nacionales que teníamos antes, es que además hemos creado los europeos. Si planteas una yincana y encima no tienes el acceso a la financiación que tienes en EE UU, está claro que afrontas muchas más desventajas.
¿Pero no puede ocurrir que cualquier iniciativa que nazca en Europa, si tiene éxito, sea rápidamente adquirida por una multinacional americana, que ya ha adquirido una dimensión planetaria?
M. G. Yo creo que sí que se pueden replicar iniciativas como la de Spotify.
Yo he pasado doce años trabajando en la Unión Europea y se nos olvida constantemente que es una construcción jurídica. A ti te hacen comisario y lo primero que piensas es en cuántos reglamentos voy a hacer y cuántas direcciones generales vas a tener. Eso es lo que mide mi éxito. Hay que volver a poner el mercado interior en la agenda, pero nos vamos a encontrar con otra comisión de continuidad. Van a ser diez años de lo mismo, y es mucho tiempo perdido cuando todo va tan rápido.