Pablo Hojas, el magisterio generoso de quien nació con una cámara de fotos
El periodismo literario y gráfico son dos oficios hermanos que parecen destinados a ser ejercidos conjuntamente, pero pocos fotógrafos son tan conscientes del valor informativo de la imagen por sí misma como el recientemente fallecido Pablo Hojas. Sus fotos no ilustraban un espacio, como las de muchos otros, sino que eran, en sí mismas, la noticia. Nunca fue un fotógrafo de salir del paso, porque sabía lo que buscaba, y solo de esta forma es posible encontrarlo.
Tenía otra virtud profesional más, la de ser un excepcional fotógrafo artístico, de forma que cada foto tenía varias lecturas, y tampoco eso suele resultar habitual.
Quien reúne tan buenas habilidades, lo probable es que intente preservarlas para sí mismo, y más en un oficio que se vive de lo que publicas. Él sumaba una extraordinaria generosidad a las virtudes profesionales y se pasó la vida creando escuela, hasta llenar la profesión de discípulos, de cuyas fotos se sentía tan orgulloso como de las propias.
Hojas provenía de una larga saga de fotógrafos, pero tardó en incorporarse a la fotografía informativa, algo que no le hubiese costado mientras su padre, Pablo Hojas Llama, era el referente de esta profesión. Era una época muy distinta, con cámaras de carrete –con fotos, por supuesto, en blanco y negro– y en la que el fotógrafo era un ser casi ubicuo, que iba por las carreteras a toda velocidad, muchas veces con la complicidad de los propios policías, con los que confraternizaba en cada accidente y en cada suceso pintoresco de esos que tanto gustan a los periódicos.
Al revelar, el carrete del día entregaba iba desgranando desde la foto del gol del Racing al camión atravesado en alguna calle estrecha que había ocasionado un monumental atasco o la imagen del entrevistado de turno. Con todo ello llegaba Pablo Hojas padre a la redacción con la misma levedad que su figura.
Solo había tirado una foto, una sola, de tu información y en aquellas cámaras no había pantallita para saber si había salido bien o mal, si se había velado, había quedado desenfocada o poco iluminada. Hojas padre no lo necesitaba. Una sola foto de cada tema, eso sí, pero no fallaba nunca. Con otros fotógrafos, cada día era un sobresalto.
Pablo hijo optó por las fotos artísticas, y ya tenía un largo reconocimiento cuando empezó a coger el testigo de su padre en lo informativo. Quizá por su actividad anterior o por su innata capacidad para entender dónde estaba el meollo de la noticia, cambió para siempre la forma de hacer fotoperiodismo en Cantabria, al dar carpetazo a aquel pragmatismo máximo de su padre y de muchos otros, e introducir una fotografía mucho más poliédrica y cargada de intenciones.
Sui influencia llegó mucho más allá de las fronteras regionales, porque tanto la corresponsalía gráfica de El País como su paso por la UIMP como fotógrafo oficial le mostraron a muchos otros informadores gráficos cómo convertir el detalle en categoría o cómo hacer una foto única y con sello propio en el mismo lugar donde estaban tantos otros colegas. Y eso hizo que muchos tratasen de copiarlo, aunque casi siempre se quedasen en un intento meritorio. Quien imita no suele querer reconocerlo nunca, pero el carisma de Pablo hizo que para muchos de esos profesionales fuese un motivo de orgullo tratar de hacer las cosas como él, lo consiguiesen o no.
Tanto él como su padre han dejado un legado de miles de fotos que ya forman parte de la historia de Santander y de la autonomía, porque Pablo siempre estuvo allí donde pasaban cosas. Nunca hubo que advertirle de lo que podría resultar interesante desde el punto de vista informativo, y nunca hubo que discutirle un encuadre, porque era ‘el encuadre’ sin discusión.
Y retrató a cuantas figuras de la política, la literatura, la ciencia o el arte pasaron por la UIMP y a cuantas estrellas de Hollywood o del panorama nacional hacían cada año el anuncio navideño de Freixenet, probablemente el más glamouroso que se haya intentado en Europa.
En El País, en Alerta, en esta revista –con la que colaboró solo por echar una mano–, en la UIMP y en los cursos de Polientes le recordarán como un compañero tan bueno como buen profesional. Uno más, aún siendo el jefe. Y entre las burbujas de aquel champán quedará una estrella flotando, que será la suya. Las fotos solo son un poco de luz atrapada en un papel tratado con químicos. Atraparla tiene un poco de magia y esa la aportaba él.