¿Por qué abandonan los autónomos?
Ganadería, comercio, hostelería e industria han perdido más de 3.000 negocios en una década
Con pocos días de diferencia han cerrado varios negocios de larga trayectoria en la que conocieron un éxito indudable, como el restaurante La Granja (Cayón), La Posada del Mar y La Bodega Montaña (Santander) o la Carnicería Miguel (Muriedas). En España existen más de 3,3 millones de trabajadores autónomos, de los que 41.000 se encuentran en Cantabria. La cifra no ha variado en una década, pero hay cuatro sectores (hostelería, comercio, ganadería e industria) que están viviendo mermas muy significativas. Las razones más habituales son las dificultades para competir en un mercado global y la falta de reemplazo: quienes se jubilan no encuentran sucesor.
Las cifras indican que los trabajadores por cuenta propia se mantienen estables en Cantabria. Hay 41.355 autónomos, prácticamente el mismo número que diez años atrás (41.289), pero lo que ha variado es su composición sectorial. Según la Unión de Asociaciones de Trabajadores Autónomos y Emprendedores de Cantabria (UATAE Cantabria), hay cuatro los sectores que están experimentado una importante disminución: ganadería y pesca; comercio; hostelería e industria manufacturera.
En la última década, han perdido 3.230 integrantes, algo que quizá pase algo desapercibido al haberse compensado por un aumento similar en los autónomos relacionados con actividades artísticas, recreativas, inmobiliarias, sanitarias o educativas. También son más en el ámbito de las actividades profesionales, científicas o en la construcción, si bien en este último sector hay que tener en cuenta que en 2013 –el año de comparación– se encontraba en un momento de absoluta desolación, con cierres diarios.
A pesar de la pérdida de autónomos, hostelería y comercio aún suman el 33% de los censados de Cantabria, lo que significa que uno de cada tres trabajadores por cuenta propia se encuadra en estas actividades.
Luis Pérez, presidente de UGAM
‘Los jóvenes tienen que ver un futuro en la ganadería’
El nuevo presidente de la Asociación UGAM (Unión de Ganaderos y Agricultores Montañeses), Luis Pérez, es una de las excepciones en la realidad ganadera regional: un joven que ha decidido continuar con la profesión que aprendió de sus abuelos. Junto con su hermano Andrés, regenta una ganadería de 400 ovejas y la quesería El Pendo, en Escobedo de Camargo.
Los abuelos del nuevo presidente de UGAM tenían una ganadería vacuna que, como en tantas otras familias cántabras, gestionaba su abuela. “Mi abuelo me regaló mi primera oveja cuando era un chaval y despertó en mí el gusanillo de la ganadería. Sin embargo, la falta de relevo generacional es uno de los principales problemas del sector”, reconoce.
¿Por qué los jóvenes no se decantan por este oficio? A su juicio, hay varios motivos, entre los que apunta “la gran incertidumbre económica que supone dedicarse a este sector y la necesidad de dignificarlo. Aunque somos unos profesionales esenciales, la sociedad no nos valora como debiera. Hay una brecha enorme entre el campo y la ciudad, incluso en Cantabria que es una comunidad esencialmente ganadera”, se lamenta.
“Los ganaderos somos un sector estratégico y si Cantabria tiene estos pastos y paisajes es gracias a quienes se han dedicado toda la vida a esto y a quienes nos seguimos dedicando a ello”, subraya Pérez. También aprovechar para reivindicar su profesionalidad: “Además de ganaderos somos empresarios, como los de cualquier otro sector, y tenemos que estar orgullosos de ello”.
El nuevo presidente de UGAM añade otro factor a la retirada, “los precios bajos que se reciben por las producciones y los elevados costes de los insumos. Todo ello, sumado a coyunturas como las sequías del año pasado o la guerra de Ucrania, son un cóctel explosivo para el sector”.
Tampoco ayuda “la excesiva burocracia del sector ganadero, algo que echa para atrás a gente joven que se plantea dedicarse a esto”, y se pone a sí mismo como ejemplo. A pesar de haber abierto su ganadería en 2014 con la idea de complementarla con una quesería, no pudo hacerlo hasta dos años más tarde, debido a esa burocracia.
Su receta para que haya un reemplazo en la ganadería parece más sencilla de lo que es: “Hay que facilitar una buena estructura y asegurar unos precios justos para los productores. Se tiene que vislumbrar un futuro económico en el sector”.
Los jóvenes no quieren trabajar en el campo
El sector primario ha sido históricamente uno de los pilares de la economía regional. En los últimos veinte años, el sector ganadero local ha perdido más de diez mil productores hasta quedarse en los 3.973 autónomos actuales y uno de cada cuatro ha desaparecido en esta última década, casi siempre por jubilaciones sin reemplazo.
Esa tendencia no va a cambiar a mejor, porque el 60% de los ganaderos que siguen al frente de su explotación tienen más de 55 años y se van a jubilar sin encontrar el reemplazo de jóvenes que se incorporen al sector, como ocurría con las generaciones anteriores.
Hay otro factor que está cambiando este colectivo. Tradicionalmente, la gran mayoría de los ganaderos se han dedicado a la leche, pero en los últimos años, los bajos precios del producto y la dependencia a que obliga esta actividad, con dos ordeños diarios ineludibles, ha hecho que parte de los que sobreviven se hayan pasado al ganado de carne, cuyo manejo es bastante menos fatigoso.
Mariano Mora, hostelero (La Prensa y La Radio)
‘Ser propietario en hostelería significa trabajar 16 horas’
El mundo de la hostelería es complicado ya que parte de la jornada coincide con los horarios en los otros se divierten. Eso es uno de los motivos por los que el relevo generacional escasea, en opinión de muchos hosteleros, como Mariano Mora, propietario de La Prensa, La Radio y El Rinconcito.
De sus cuatro descendientes –tres hijos y una hija– solo uno de ellos, David, parece dispuesto a continuar con el negocio familiar. “A pesar de que es ingeniero de energía eólica, he tenido la suerte de que desde pequeño le he enganchado a la hostelería. No le gusta la cocina, pero le encanta la sala y está en La Prensa conmigo”, comenta Mora. “Mi hija es ingeniera de Telecomunicaciones y la hostelería nunca le ha llamado la atención”. Tampoco parece la vocación de los dos pequeños, más atraídos por las ciencias, “aunque yo quería que hicieran cocina”.
“Hay trabajos en los que no hay que echar tanta horas. Cuando se gerencia un local hay que llegar el primero y marcharse el último. En los 54 años que llevo en esto, el 70% de mis jornadas han sido de 16 horas y entiendo que las nuevas generaciones no lo quieran”.
Mora advierte que muchos pequeños negocios se han visto abocados al cierre. “Antes, mucha gente que podía vivir con un pequeño bar; ahora, esa figura está desapareciendo, ya que muchos de estos negocios no dan como para tener un buen sueldo”, se lamenta. “La pandemia también ha hecho mella en el sector y, aunque muchos nos hemos podido defender, otros se han quedado por el camino. Los pequeños son, una vez más, los que más lo han sufrido”, añade.
Otra de las piedras con las que tropieza el sector es la falta de personal: “A día de hoy cuesta encontrarlo, algo que no entiendo, porque se está pagando muy bien a los camareros”. Y deja entender que ni siquiera se consigue bajando el nivel de exigencia: “La figura del camarero tradicional que te trinchaba un pescado o que sabía vender el producto ya no existe prácticamente. Por lo general, el personal está muy poco profesionalizado”, una queja que se ha hecho muy común entre los empresarios del sector.
Ciudades sin comerciantes
Otro sector donde los autónomos están a la baja es el comercio, que emplea a más de tres millones de trabajadores el país y aporta el 13,7% del valor añadido bruto. Esa fuerza no impide que esté registrando la mayor pérdida de trabajadores por cuenta propia. Aunque se abren nuevas tiendas cada día, no son suficientes para compensar los cierres, y el año pasado desaparecieron 19.699 comercios, lo que significa que se pierden 54 establecimientos en cada jornada, derrotados por la deriva de los consumidores hacia la compra digital, la feroz competencia de las grandes superficies e, incluso, la pandemia, que castigó duramente a este sector.
“La fiebre de los descuentos permanentes, la climatología, los costes disparados y la presión inflacionaria, con el consiguiente frenazo del consumo, están disminuyendo a pasos agigantados las posibilidades de supervivencia del comercio tradicional”, afirma Ana Cabrero, presidenta de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA) Cantabria.
La radiografía del comercio local no es muy distinta a la nacional. En la región ha perdido 1.229 licencias, un 12,3% de los que había hace diez años. Solamente este verano han desaparecido 40 pequeños comercios.“Y eso en un país en el que los comerciantes cohesionan nuestros pueblos y ciudades. Los comercios de proximidad nos permiten hacer las compras diarias y no podríamos imaginar una vida sin ellos. Desde el inicio de la pandemia, su lucha ha consistido en permanecer abiertos. Y después de la pandemia se han centrado en resistir”, se lamenta la presidenta de ATA Cantabria.
Basta dar un paseo por las principales calles de Santander o Torrelavega para constatar que ese proceso está cambiando su fisonomía: cada vez hay menos tiendas y las nuevas aperturas son, generalmente, de grandes marcas o cadenas. El local que dejó la librería Estvdio, en Santander ahora lo ocupan La Casa del Libro y la perfumería Arenal. A pocos metros, el espacio de Jota ha pasado a la cadena Springfield.
La última ubicación del bazar-juguetería San Carlos, que a tantos niños hizo soñar, es utilizado actualmente por una cadena de calzado y en la gran tienda de Pérez del Molino están ahora enseñas nacionales como Sfera (El Corte Inglés) o la perfumería Arenal, por citar unos pocos ejemplos de Santander.
Ni siquiera estas grandes cadenas pueden absorber las decenas de locales cerrados, un buen número de ellos en calles tan anheladas en el pasado como San Francisco o Isabel II, en pleno centro de la ciuad. Por eso, Cabrero subraya la necesidad de “políticas más eficaces, basadas en ayudas para el facilitar el relevo generacional, para la contratación, la modernización o las reformas”.
Julián Crespo, presidente de EmTorre
‘Los alquileres de los locales comerciales son astronómicos’
Julián Crespo es el presidente de la asociación de comerciantes EmTorre, que cuenta con 240 asociados en la capital del Besaya. Las cifras de la pérdida de autónomos en el sector no le sorprenden: “El cierre de comercios es algo que se está produciendo no solo en Torrelavega o Cantabria sino en toda España”.
Desde su punto de vista, muchos de los comercios que han bajado la persiana definitivamente lo han hecho por falta de relevo generacional. “En Torrelavega, existe mucho comercio tradicionalmente familiar y hay comerciantes que no tienen hijos o los tienen pero no se quieren dedicar a ello”, explica.
También cree que los precios del sector inmobiliario no ayudan a quienes podrían estar dispuestos a abrir un comercio. “Los precios de los alquileres son astronómicos. Muchos comercios podrían abrirse si los dueños de los locales bajaran los precios de alquiler, pero entiendo que cada uno gestiona sus bienes como quiere y tampoco estoy de acuerdo en que haya una ley que marque unos precios”, admite.
Otro hándicap que destaca al presidente de EmTorre es el aparcamiento. “La gente quiere seguir cogiendo el coche para ir de compras y, aunque aquí hay un aparcamiento en La Lechera, todo el mundo quiere aparcar en la puerta, como lo puede hacer en los centros comerciales”. Y son, precisamente, estos espacios los competidores directos del comercio local.
Crespo cree que los comerciantes han de jugar sus cartas: “Los centros comerciales pueden hacer más ofertas que el pequeño comerciante, pero no debemos achantarnos. La gente no vive al lado de los centros comerciales, sino que vive junto al comercio de la ciudad. Tenemos que esforzarnos por poner los escaparates bonitos, sacar las ofertas a la calle, ser cercanos y amables con los clientes… Tenemos que combatir con las armas que tenemos”.
Tampoco elude la responsabilidad del sector y reconoce que parte de esos cierres pueden deberse a no haberse adaptado a los tiempos actuales. “No todo es culpa de la gente. También los comerciantes tenemos que poner de nuestra parte. Hay comercios que siguen abriendo de ocho a una y de cinco a ocho, un horario que viene de cuando solo trabajaba el hombre y quien iba a los recados era la mujer. Pero eso ha cambiado. La gente puede comprar al salir del trabajo, que suele ser a mediodía o por la tarde a última hora. A esas horas pueden ir a los centros comerciales y nosotros tenemos que adaptarnos”. Y agrega que “los comerciantes tenemos que concienciarnos de que debemos ir cambiando con la sociedad”.
Mismos locales, aunque menos hosteleros
España tiene es la nación con más bares y restaurantes por habitante de todo el mundo, con cerca de 300.000, uno por cada 170 ciudadanos. Su impacto en la economía nacional es muy relevante, al dar empleo a más de 1.700.000 personas y ser un reclamo para los turistas.
Pese a esa apariencia de éxito, este sector también ha experimentado pérdidas significativas tanto a nivel nacional como regional, donde 600 hosteleros han abandonado en la última década, un 11,4% de los que tenía Cantabria en 2013. La comunidad detentaba en octubre 4.822 ocupados dedicados a la hostelería por cuenta propia.
A diferencia de lo que ocurre con el comercio, esta pérdida no es tan visible, ya que no suele conllevar el cierre de los locales. Bastantes de ellos, una vez reformados, están pasando a formar parte de grupos empresariales más potentes, que controlan cuatro, seis o más establecimientos.
Javier Bedia, hostelero y expresidente de la Asociación Empresarial de Hosteleros de Cantabria (AEHC) asegura que “los márgenes del hostelero medio se han estrechado de manera brutal. Además, el covid ha dejado tocados a muchos pequeños autónomos. Quien consiguió aguantar a duras penas, se ha mantenido tirando de sus ahorros y préstamos ICO, que hay que devolver”.
En muchos casos, añade, el precio de los alquileres ha subido, sin tener en cuenta la realidad económica de estos empresarios.
Bedia subraya que “la pérdida de autónomos en el sector también viene dada por el gran número de jubilaciones que se están produciendo [la generación baby boom está alcanzando los 65 años] y no tienen relevo generacional, por la dureza del trabajo. La mayor parte de los empresarios de hostelería estamos en nuestros negocios todos los días de la semana y hacemos de todo, pero las nuevas generaciones, que se han preparado y formado para la vida laboral, a veces no quieren esto”.
La falta de personal se suma a la lista de desafíos del sector. Un reciente informe de ATA señala que casi la mitad de los hosteleros busca trabajadores. Cuatro de cada diez dicen haber tenido dificultades para encontrarlos y un 17,1% no lo ha conseguido.
A pesar de estas circunstancias adversas, los hosteleros miran al futuro con optimismo. “En Cantabria, el número de locales está creciendo, porque hay varios jóvenes que se han quedado con un buen número de negocios. Son gente que llega con nuevas ideas, ganas de trabajar y un dinamismo impresionante que están manteniendo la hostelería regional viva”, destaca Bedia.
Pedro Gómez, gerente de Montajes Pedro
‘No todos tienen que ser médicos. También está la FP’
Al igual que ocurre en otros sectores, la industria regional viene denunciando la dificultad para cubrir algunos puestos. “La principal traba para emprender en este sector es, hoy por hoy, la falta de personal. Yo tengo 55 años, y cuando me jubile, la gran mayoría de mis trabajadores lo harán también”, explica Pedro Gómez, gerente de Montajes Pedro. “Mi empresa no puede seguir creciendo porque no hay caldereros, mecánicos industriales ni soldadores. Desde hace unos años, todo el mundo estudia carreras y ya no queda quien se dedique a estas profesiones, que son igualmente necesarias”.
El empresario considera que “quizá haya que explicar a las nuevas generaciones que no hace falta que todo el mundo sea médico, que se puede estudiar Formación Profesional”, y apunta que “debería ser dual de verdad (50% del tiempo estudiando y 50% en la empresa aprendiendo)”.
Gómez se queja de que la Administración “tampoco pone nada fácil: da la sensación de que todo son trabas para el empresario. Ahora mismo no hay ninguna flexibilidad en el mercado laboral y cuando se contrata a alguien hay que hacerle fijo, te guste o no te guste”.
La globalización también se ha convertido en un problema para las empresas industriales nacionales. “Mucha gente prefiere comprar en otros países, donde la mano de obra es mucho más barata, lo que repercute en el precio final. ¿Cómo podemos competir con los precios de China?”, se pregunta el empresario.
“Soy el primero que espero que mis hijos no quieran continuar con mi empresa, ya que a día de hoy es difícil subsistir: las condiciones de mercado no son buenas, la Administración nos lo pone difícil y, socialmente, los empresarios estamos estigmatizados”, concluye Gómez con cierto desánimo.
La industria tampoco encuentra trabajadores
La industria es otro de los sectores que más autónomos pierde, aunque la cifra no sea tan llamativa como en otras actividades. En Cantabria están censados en este sector 2.162 empresarios, 173 menos que hace diez años.
Lo que no indican las cifras es si una parte de los que ya no aparecen han pasado al Régimen General, dado que muchos de ellos pueden haber sido falsos autónomos que, en realidad deberían estar contratados como personal laboral por la empresa para la que trabajan, al estar sometidos a la organización, horarios e incluso medios de producción de esas compañías.
En cualquier caso, quienes permanecen en el sector justifican esa tendencia a la baja por los mismos motivos que en otras actividades: la jubilación de la generación del baby boom unida a una falta de relevo generacional de la que los empresarios de la región vienen alertando hace meses.
A pesar de que la industria ofrece trabajo y unas condiciones económicas superiores a la media, los pequeños empresarios tienen cada vez más dificultades para cubrir las vacantes de soldadores, caldereros o mecanizadores, lo que indica que la formación lleva mucho tiempo sin adecuarse a las necesidades de las empresas de corte industrial, y no es el único sector que se encuentra con ese problema.
La responsabilidad no es exclusiva de quienes deciden qué enseñanzas harán falta y cuáles no. Se ha producido un cambio sociológico y los trabajadores tampoco se sienten estimulados a montar su propio negocio cuando, en el pasado, muchos oficiales de los grandes talleres acababan por establecerse por su cuenta. Las grandes incertidumbres sobre el futuro, unidas a los crecientes requisitos en inversión, certificaciones o alquileres hacen vez menos accesible emprender en este sector.
Los jóvenes con iniciativa ya no piensan en conseguir una máquina de soldar para establecerse por su cuenta, como en los años 60 o 70, sino en el ordenador, y sus miras están puestas en el campo de la tecnología, donde el umbral de entrada parece más abordable y el trabajo más cómodo y creativo. El tiempo dirá si aciertan o no.
María Quintana