Raúl Alegría, el cántabro que exporta ilusión
Hay personas como el cántabro Raúl Alegría que descubren su vocación prácticamente desde que empiezan a andar. A sus cuatro años, ya hacía pequeños trucos de magia y sus padres, asombrados, grababan sus números y los inmortalizaban en cintas de vídeo VHS.
Alegría veía su afición como un juego pero solo tres años después comprobó que el ilusionismo podía ser un medio de vida. “En el cumpleaños de un amigo de mi padre me propusieron hacer mi primera actuación y me pagaron, como detalle, 1.000 pesetas. Vi que con ello se podía cobrar y me motivé todavía más”, recuerda.
Con 11 años, se convirtió en el socio más joven del Círculo de Ilusionistas de Cantabria, al que hasta entonces solo podían acceder mayores de 18 años, y comenzó a hacer actuaciones en cumpleaños, comuniones, pubs y discotecas.
Raúl cada vez era más consciente de su proyección como profesional de la magia aunque estudió Comercio y Marketing, dos disciplinas que sin embargo acabaron siendo fundamentales en su trayectoria. Luego, intensificó sus esfuerzos para ser el mejor en su campo y preparó una gran variedad de números de magia con los que presentarse en competiciones. En 2004 recibió el premio nacional de magia en Zaragoza y ese éxito le sirvió para ir de festival en festival, sumando nuevos galardones en Francia, Portugal y Suiza.
Más tarde, fundó Alegría Producciones, una compañía especializada en espectáculos de magia, circo y cabaret, y se decantó por hacer escapismos de gran impacto y espectaculares montajes de calle con equipos de grandes dimensiones.
Trabajó con Joaquín Ayala, un maestro de magia que tenía una empresa en Las Vegas. De Norteamérica le llegaban los ingenios cada vez más sofisticados que Raúl empleaba en los festivales y en los espectáculos del Circo Quimera, un circo italiano que alquilaba cada verano y para el que fichaba a un amplio elenco de artistas, asumiendo un riesgo empresarial tan relevante, aunque muy distinto, como el que exigen sus inverosímiles escapismos, cubierto de cadenas y sumergido en tanques cerrados de agua.
Recientemente ha adquirido una nave industrial en el polígono de Parayas, donde ha empezado a construir por sí mismo los aparatos que requieren sus espectáculos y donde también dispone de espacio para oficinas y una zona de ensayos. “Aquí pasamos las horas”, explica.
Sus números han adquirido una dimensión de gran formato, hasta el punto que en algunas actuaciones moviliza a medio centenar de trabajadores. Una evolución que no todas las compañías culturales logran realizar con éxito.
En 2019 presentó en la bahía de Santander el escape de la Mina Marina (una bomba a punto de estallar) y, tras ese evento, la International Magicians Society le otorgó el Merlin Award, el Óscar de la magia al mejor escapista mundial.
En estos momentos, la empresa de Alegría se ha visto obligada a adaptarse a la realidad del coronavirus, y aunque ya va retomando los proyectos nacionales que tenía paralizados, las producciones internacionales siguen sin poder llevarse a cabo. No obstante, confía en recuperar la normalidad el próximo año. “La magia nunca va a morir, porque los magos hacemos creer y ver a la gente cosas que escapan de la lógica del cerebro humano”, sentencia.
David Pérez