Aislamiento obligatorio

Asegurar el confort logrando a la vez el mayor ahorro energético está en camino de convertirse en el paradigma de los diferentes sistemas de calefacción que se ofrecen a los usuarios. Se trata de combatir eficazmente el frío a la par que se economiza en el consumo de recursos naturales no recuperables. Según las cifras manejadas al redactar el Protocolo de Kioto, los inmuebles de viviendas, oficinas y locales comerciales contribuyen en un 34% a las emisiones de gases que producen el efecto invernadero y, a su vez, la calefacción es el principal responsable de la contaminación que generan los edificios, con una contribución del 42%.
La Unión Europea ha decidido intervenir para conseguir un ahorro del 20% del consumo doméstico de energía y paliar de paso las emisiones contaminantes. Hasta ahora, la normativa comunitaria se reducía a una directiva sobre las calderas que no tenía un carácter vinculante, pero se está elaborando una nueva propuesta de directiva en la que se establece la revisión periódica de los sistemas de calefacción y refrigeración de todos los edificios, así como unos requisitos de aislamiento térmico. Esta propuesta afectará no sólo a los edificios de nueva construcción, sino que también se exigirá a los inmuebles viejos de más de 1.000 metros cuadrados cuando soliciten autorización para su reforma. En el borrador se establece un periodo de tres años para trasponer la directiva al derecho nacional. Si esta previsión se cumple, la norma obligará a todos los propietarios de edificios de viviendas y oficinas a certificar su eficiencia energética en el 2005.
La modernidad de esta propuesta choca con realidades más prosaicas como la que se refleja en los datos recogidos en el Panel de Hogares de la Unión Europea –una encuesta que se realiza anualmente en 70.000 viviendas de 13 países comunitarios (todos menos Finlandia y Suecia)– y según la cual los hogares españoles son, junto a los griegos, los peor equipados de la Unión, y la mitad de las familias carece de medios para tener una calefacción adecuada.

La importancia del aislamiento

La diversidad de factores que intervienen en el consumo de calefacción hace difícil ofrecer unos valores que sean representativos de las distintas situaciones posibles. En la práctica, cada vivienda o local es un caso singular que requiere un cálculo particular de su consumo.
Las necesidades de calefacción están estrechamente ligadas a las condiciones climáticas de la localidad en que la vivienda esté situada y, sobre todo, a las características del edificio: el tamaño de la vivienda o local, la superficie y el tipo de acristalamiento y la existencia o no de aislamiento térmico.
Por su contribución al ahorro de energía y a la mejora del confort, el aislamiento térmico es, sin duda, una de las inversiones más rentables que pueden realizarse en un edificio, sea o no de nueva construcción. Dependiendo de la zona climática, el consumo de calefacción puede ser entre un 20% y un 40% mayor en las viviendas que no tienen aislamiento. Este aumento del consumo es aún más elevado (30% a 70%) en viviendas unifamiliares.
El calor de la casa se pierde, en promedio, por las paredes (35%), el techo (25%), las rendijas (15%), el piso (15%) y las ventanas (10%).
Las necesidades de calefacción aumentan en la misma proporción que las superficies a calefactar, influyendo también el tipo de vivienda. Con un mismo aislamiento, un chalet convencional necesita el doble de calefacción que un piso en una ciudad.
Además de estos elementos pasivos, también se debe tener en cuenta que el control y regulación de la calefacción mediante cronotermostatos o válvulas termostáticas con reloj-programador ayudan a conseguir un importante ahorro energético. Se estima que el uso de estos aparatos reduce el consumo entre un 10% y un 20%.

Calderas atmosféricas y estancas

Aunque las instalaciones centralizadas, dotadas con contadores individuales, son las de funcionamiento más económico, el sistema que ha terminado por imponerse en las viviendas de nueva construcción es el de instalaciones individuales, formadas por una caldera y varios emisores o por acumuladores de calor por electricidad.
La potencia de la caldera debe estar adaptada a las necesidades de la vivienda y lo habitual para una superficie de 70 a 130 m2, es una potencia de 20.000 Kcal/h. Para calentar el agua que circulará por los radiadores, las calderas pueden alimentarse con gasóleo, gas natural, propano, butano o electricidad.
La utilización de combustibles gaseosos ha llevado siempre aparejado un cierto riesgo como consecuencia de la necesidad de asegurar una correcta ventilación de los productos resultantes de la combustión.
Las calderas de gas pueden ser atmosféricas, de tiro forzado o estancas. Las atmosféricas utilizan el aire del local en que se encuentran. Este aire se mezcla con el gas para la combustión y los humos resultantes se evacúan por una chimenea que va hasta el tejado. El local en que se instalen tiene que contar con una rejilla de ventilación, situada a menos de 30 centímetros del suelo, cuya superficie depende de la potencia de la caldera (se estima que 100 cm2 son suficientes para una caldera de 20.000 Kcal/h).
Las calderas de tiro forzado tienen las mismas características que las atmosféricas pero, en lugar de una chimenea hasta el tejado, tienen una salida de humos de una longitud máxima de tres metros y aproximadamente de 60 mm de diámetro. Además, disponen de un electroventilador para la expulsión de los productos de la combustión.
En opinión de los expertos, el mayor nivel de garantía contra fugas o malos rendimientos lo ofrecen las calderas estancas. En ellas, la combustión se realiza en un cajón totalmente aislado del local en que se encuentran. La entrada de aire para la combustión y la única salida que tienen los gases una vez quemados es la ventosa o conducto coaxial de salida de humos. Se trata de dos tubos de acero inoxidable, situados uno dentro de otro, que eliminan los productos de la combustión y permiten la entrada del aire que se precisa para el funcionamiento de la caldera.
Para reducir los costes que plantea la instalación de calderas individuales, los constructores suelen optar por calderas atmosféricas, más baratas que las estancas, canalizando la evacuación de gases a través de chimeneas colectivas tipo shunt. Unos sistemas que suelen presentar numerosas deficiencias en su construcción –falta de verticalidad, materiales inadecuados, una sección inferior a la necesaria o remates que obstaculizan la salida de gases– tal y como atestiguan las frecuentes denuncias realizadas por las comunidades de vecinos.

Ventajas de la tarifa eléctrica nocturna

El consumo de energía eléctrica no es uniforme a lo largo del día, sino que existe una demanda máxima en determinadas horas diurnas, llamadas horas punta, y una mínima durante la noche (horas valle).
La producción de energía eléctrica se ajusta en todo momento a la demanda, por lo que las instalaciones que componen el sistema eléctrico (generación, transporte y distribución) han de estar preparadas para atender la demanda punta en cualquier instante. Con el fin de aprovechar eficazmente el sistema, interesa limitar o reducir las puntas de demanda mediante un trasvase del consumo diurno a la noche y para fomentarlo existe una modalidad de tarifa eléctrica, la Tarifa Nocturna.
Esta tarifa es aplicable fundamentalmente en viviendas y en locales comerciales. Para el usuario, la principal ventaja es un descuento del 55% en el precio de la energía eléctrica durante las ocho horas nocturnas, aunque en las horas diurnas experimenta un ligero recargo del 3%.
La tarifa nocturna interesa especialmente a aquellos usuarios que disponen de calefacción y agua caliente eléctrica, y es aún más rentable cuando, para satisfacer ambos servicios, se instalan equipos de acumulación, cuyo consumo de energía es mayoritariamente nocturno.
Para los defensores de la calefacción eléctrica mediante acumuladores y tarifa nocturna, este sistema, además de representar un uso eficiente de la energía por trasladar a la noche el consumo, aporta ventajas como la seguridad, la permanente disponibilidad de esta energía y su limpieza (no existe combustión, humos, residuos ni olores; no consume oxígeno y no enrarece el ambiente).
Otras ventajas son su carácter individual, de manera que cada usuario es responsable exclusivamente de su propio consumo; puede elegir la temperatura de cada habitación a su gusto y no necesita instalaciones complicadas. Además, se puede programar y automatizar con gran sencillez y exige muy poco mantenimiento. A esto se añade que su rendimiento es muy elevado (se aprovecha prácticamente toda la energía eléctrica que se consume) y su coste, con la tarifa nocturna, es competitivo frente a otras energías.
Los combustibles fósiles y sus alternativas

El combustible a utilizar en los sistemas calefactores dependerá de los recursos energéticos propios del lugar y de su accesibilidad cuando se requiere transporte.
En el medio urbano, entre los combustibles fósiles lo razonable es optar por el gas, natural o propano, pues son menos contaminantes que el gasóleo, requieren menos mantenimiento y el coste de la termia es bastante parecido.
Al compás del progresivo despliegue de su red de canalización, el gas natural se está afianzando en España como el combustible mas idóneo para un entorno urbano. La comodidad de utilización, la ausencia de almacenamiento y su precio son algunas de las ventajas. Al ser más ligero que el aire, el gas natural se dispersa mucho más rápidamente que el butano o el propano, con lo que disminuyen los riegos de explosión.
El gas propano ofrece el mismo confort de utilización que el gas natural salvo que precisa ser almacenado. El bajo coste del propano es otra de sus ventajas, y puede ser una buena solución para quienes necesiten realizar una instalación de calefacción en un lugar al que esté prevista la llegada del gas canalizado, ya que las calderas para propano pueden utilizarse para gas natural mediante el cambio de los chiclés o inyectores.
El gasóleo C es el más utilizado en viviendas unifamiliares y en localidades donde no ha llegado aún el gas canalizado. Su mayor inconveniente es que hace falta almacenar un volumen bastante elevado para no tener que rellenar el depósito varias veces al año. El almacenamiento de productos petrolíferos debe ser realizado por instaladores autorizados y está regulado por unas normas muy estrictas para evitar derrames, explosiones o acumulaciones descontroladas.
El medio rural cuenta con un gran potencial para otros nuevos combustibles, todavía desaprovechados, como el biogás, el bioalcohol o la biomasa. En lugares con explotaciones ganaderas cabe la posibilidad de construir plantas de aprovechamiento de los residuos de la actividad, y mediante digestores anaerobios obtener biogás (metano) para funcionar con equipos de cogeneración y conseguir la autosuficiencia eléctrica y térmica.
Si la actividad local es predominantemente agrícola, lo más conveniente sería un sistema combinado de biogás y otro de biomasa. Aquí los restos de limpiezas forestales, podas y residuos inflamables, se incineran en una caldera de vapor, la cual mueve una turbina que, a su vez, hace funcionar un generador eléctrico, y el calor residual es aprovechado como energía térmica para agua caliente sanitaria y calefacción.
Son alternativas incipientes que puede ayudar, en un futuro, a que disminuya el consumo de combustibles fósiles.

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