Cerveza campurriana para los esquiadores

Las microcervecerías son algo más que una moda pasajera. Han venido para quedarse, a pesar del ninguneo al que están sometidas por parte de las grandes industrias cerveceras y de que la legislación que regula el sector tampoco se lo pone fácil.
Pero la curiosidad que despierta entre los aficionados a la cerveza la posibilidad de probar nuevos sabores y la calidad que aporta el toque artesanal les está abriendo un esperanzador camino. Una de las que lo intenta desde hace año y medio es la marca reinosana Ibre, que ha culminado un acuerdo con Cantur para distribuir su cerveza en la estación invernal de Alto Campoo. De esta forma, los aficionados al esquí que han pasado esta temporada por su edificio multiusos han tenido la oportunidad de probar un sabor que potencia la imagen de marca de la zona campurriana, porque la cerveza artesanal no deja de ser un exponente más de la gastronomía local y de la industria agroalimentaria rural.

La lucha por los cañeros

Una de las ideas de Marcos Alonso y Mercedes Robles al poner en marcha su proyecto era distribuir su cerveza en barril. Se ahorraban así los costes que conlleva la comercialización en botella (envases, etiquetas y la logística necesaria para su distribución). Sin embargo, este formato tenía una contrapartida: No resulta difícil encontrar establecimientos de hostelería dispuestos a poner a la venta unas botellas de cerveza artesanal pero son muchos menos los que aceptan colocar otro cañero más en la barra. Muchas veces, por la presión de las grandes cerveceras, que si bien no pueden imponer cláusulas monopolísticas sí ofrecen a los propietarios de esos establecimientos incentivos para dar preferencia a su marca (mobiliario para las terrazas, publicidad, aperitivos, etc).
Ibre ha tenido que superar estas dificultades y ha conseguido que siete locales hayan instalado ya sus cañeros de cerveza, cuatro en Reinosa y los restantes en Aguilar de Campoo, Torrelavega y Brañavieja.
Distribuir en este formato cuenta con la ventaja de que los barriles son de pequeño tamaño (20 o 30 litros). No ocupan mucho espacio y no necesitan botella de gas, ya que cuentan con un compresor incorporado.
El pequeño volumen de estos recipientes facilita que estas cervezas artesanales puedan incorporarse a la barra de cualquier establecimiento, por reducido que sea el espacio del que disponen, añadiendo más variedad a la gama de cervezas que ofrece el local.

El salto a la distribución en botella

Al tratarse de cañero, el tipo de cerveza que elabora Ibre es el habitual para este formato, la lager clásica, una cerveza rubia y fresca. Eso no impide que la pequeña empresa reinosana también produzca una cerveza tostada, tipo alt, con más cuerpo y una densidad de espuma que se corresponde con el tiempo de maduración.
Además, se ha lanzado a ofrecer propuestas más exóticas, como una cerveza con toques de jengibre y naranja amarga: “Son lotes estacionales, producciones pequeñas” –precisa Marcos Alonso–. “Pero estamos probando sabores”, reconoce.
El siguiente paso ha sido la distribución en botella tanto de estas pequeñas pruebas como de los dos tipos básicos de cerveza que elabora.
A ellas se podría añadir este invierno una cerveza tipo abadía, es decir, de alta fermentación, fuerte, malteada y afrutada, que se bebe a temperatura ambiente. La proximidad del Monasterio de Montesclaros ha servido de inspiración para retomar una tradición cervecera que hunde sus raíces en las abadías europeas de la Edad Media.
Con su capacidad actual, esta microcervecería puede llegar a elaborar unos dos mil litros al mes del tipo lager para cañero, y una cantidad similar de cerveza para botella.
En su lucha por reducir costes, con decisiones como la de imprimir las etiquetas en blanco y negro, han ajustado el precio de la botella de 33 cl, a 1,10 euros en venta a mayoristas. El pequeño margen de ganancia es uno de los handicaps de las microcervecerías, a las que su carácter artesanal limita la capacidad de producción. Es en ese difícil equilibrio a la hora de fijar un precio que no sea muy superior a la cerveza industrial y que al mismo tiempo resulte remunerador donde se juega la supervivencia de estas iniciativas, que deben luchar, además, con la ausencia de una cultura cervecera popular como la que tienen otros países. Tampoco se lo ponen fácil, a pesar de su pequeño tamaño, las grandes industrias.

La necesidad de importar materias primas

El primer obstáculo con el que se encuentran las microcerveceras es el acceso a la materia prima que necesitan, la cebada, la malta y el lúpulo. A pesar de que en Castilla se producen en grandes cantidades, Ibre se ve forzada a importar esos productos de Bélgica porque las adquisiciones en el mercado nacional están copadas por las grandes industrias cerveceras.
Tampoco la legislación facilita la puesta en marcha de estos pequeños proyectos empresariales, dado que no discrimina entre grandes industrias e instalaciones artesanales y exige, por ejemplo, el mismo rigor en los informes de impacto ambiental. Esta situación podría cambiar con la nueva normativa en la que trabaja el Ministerio de Agricultura y en la que ya se reconoce la especificidad de la cerveza artesana.
En España son 573 los productores de cerveza artesanal registrados, diez de ellos en Cantabria, y en la última Feria de la Alimentación, en Barcelona, se presentaron nada menos que 800 marcas. Unas cifras que reflejan el ímpetu con que han brotado en nuestro país estas industrias artesanas. Ahora les queda por delante el reto de convencer a los aficionados a la cerveza de que caben más sabores y matices de los que suponen.

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