Editorial

El tiempo dirá si acertaron vascos y asturianos o acertamos nosotros, pero por lo pronto, en 2009 los tráficos del puerto de Santander cayeron menos que los de sus competidores, en 2010 han mejorado, mientras que otros de más inversiones bajaban y, en 2011, sin presidente, sigue creciendo más que sus vecinos. Es cuestión de tener instalaciones, pero también de una estrategia comercial y de sentido común; el que ha faltado en el puerto deportivo que hemos hecho en Laredo, por ejemplo. Y de un poco de suerte. En un mundo tan complejo como el que hemos creado, las fortalezas y las debilidades resultan tan cambiantes que a veces se alternan entre sí.
Nuestro puerto es multiproducto y multicliente, es decir que tiene un poco de todo, mientras que los de Bilbao y Gijón dependen extraordinariamente de Petronor, uno, y de Arcelor-Mittal, el otro. Cualquier incidencia en uno de esos dos clientes resultará devastadora para ellos y, con una estructura tan dependiente de una sola empresa, lanzarse a tan mastodónticas inversiones parece demasiado arriesgado, por mucho que la opinión pública respalde estas políticas de crecimiento al precio que sea y los propios políticos sigan convencidos de que basta con tener el suelo o muelles para que aflore la riqueza.

Hasta hace cuatro años, las inversiones en infraestructuras se justificaban por el hecho de que algún día resultarían rentables, aunque no se supiese muy bien cuándo. Sobraba financiación y faltaba realismo en el país. Ahora ya no vale con un cálculo tan grosero y hay que valorar mucho los riesgos. Los puertos de Gijón y Bilbao pueden quedar, de la noche a la mañana, en una posición tan desairada como la que tendría Parayas si un día Ryanair decide operar desde Sondica o desde Ranón y nos deja compuestos y sin pasajeros después de las inversiones que hemos hecho para duplicar el aeropuerto.
Bilbao, sin las mangueras de Petronor, y Gijón, sin los fletes relacionados con el acero, se quedarían con unos tráficos no muy superiores a los de Santander, lo que indica que el puerto cántabro se ha defendido razonablemente bien. Y, aunque no llegue al umbral de la rentabilidad habrá que seguir defendiendo su independencia ahora que la nueva Ley de Puertos permitiría la absorción de su Autoridad Portuaria por una entidad mayor. A Martínez Sieso le tocará defenderlo y probablemente hay muchas maneras de hacerlo mejores que aceptar una construcción masiva de viviendas en sus terrenos excedentes, con el amparo del Plan de reordenación del Frente Marítimo que pactaron sus antecesores y el Ayuntamiento de Santander. Ni es lo que necesita la ciudad, por muy ahogada de dinero que esté, ni lo que necesita el Puerto, que puede prescindir perfectamente de un muelle donde se puedan juntar cuatro cruceros (algo que nunca ocurrirá) o de tener dos terminales de pasajeros. Pero, por lo que se ve, seguimos sin quitarnos de encima el virus de la especulación y las administraciones públicas están tan inoculadas o más que sus administrados.

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