Editorial
Visto que todos los caminos llevaban al mismo punto, resulta evidente que Mirones debió dimitir el primer día, lo que nos hubiese ahorrado estas guerras intestinas. Pero eso es demasiado simplista, porque en España dimitir se entiende como una declaración tácita de culpabilidad y no como un acto honorable, de forma que aunque sólo fuese por su imagen personal, al ya expresidente le resultaba más gratificador esperar a ser exonerado por los tribunales estando en el cargo, aunque lo único que le haya servido es para asegurarse de no ser la única víctima.
La sorpresa es que los caídos no han sido dos (el presidente y el secretario general, que ha sido despedido), sino tres. Como en las balaceras de saloon, alguien ha aprovechado la confusión para añadir a las bajas al líder opositor González Cuevas. Que la carambola también haya enviado a la tronera al principal beneficiario de tanto revuelo indica que la operación de la patronal tiene calados mucho más profundos de lo que dejaba entrever. Con el inesperado cambio de Gobierno en Cantabria, las denuncias del secretario general se han convertido en el vehículo propicio para dar un giro de 180 grados a un movimiento patronal que resultaba poco proclive hacia el nuevo Gabinete. Y los empresarios que más se juegan en la Administración han procurado cortar las cabezas ajenas antes de que cayesen las propias por falta de negocio. El Gobierno se asegura así una parte no-beligerante en la concertación, a sabiendas de que los sindicatos enseñarán las uñas cuando se den a conocer las migajas a repartir. A su vez, los constructores se quitan de enmedio a González Cuevas, que tuvo su utilidad mientras gobernaba Revilla, pero que resulta demasiado brusco para los nuevos tiempos.
Encajadas las piezas por quienes movían el tablero, el problema está en la provisionalidad. Gobernar la CEOE con un comité ejecutivo en funciones resulta muy poco convincente cuando se van a tomar decisiones tan relevantes como la reforma de los estatutos, la integración de patronales de la dimensión de Pymetal o la negociación de la concertación social para los próximos cuatro años. Sin entrar en lo estatutario, lo lógico sería convocar elecciones y que sean los afiliados los que cierren esta etapa. No parece consecuente que para resolver la crisis del país se hayan venido reclamando insistentemente unas elecciones y para resolver la de CEOE se pida dejar pasar el tiempo. Y más inconsecuente aún es que sea esta la postura de la Tercera Vía, la que más empeño ha puesto en la salida de Mirones y –aparentemente– de su equipo.
Las elecciones no van a embarullar más el panorama, sino que contribuirían a aclararlo. Mantener en funciones de forma indefinida al presidente y al comité ejecutivo que él mismo deinge parece revelar un cierto temor a que el dimitido pudiera volver a montar una candidatura con opciones de ganar, lo que resultaría demasiado paradójico. No hay que olvidar que Mirones ha conservado la mayoría en la Junta Directiva hasta el último momento. Para la extraña amalgama de oficiales y críticos que han pasado a controlar la patronal cántabra, el tiempo alejará cada vez más ese fantasma y les dará el margen suficiente para empastar una candidatura ganadora. El tiempo juega a su favor y al del Gobierno, pero el colectivo que defienden no está para esperar.