Editorial
De haber sabido la que se avecinaba, esta revista no hubiese salido a la calle. Ya se sabe que las crisis contagian a todo tipo de negocios y más aún al de la prensa porque, con buen criterio, los lectores evitan deprimirse dos veces, al ver impreso lo que ya padecen.
Pese a todo, aquí estamos, lo que demuestra que la tenacidad a veces es capaz de doblegar las circunstancias. Pero solo a veces. En este periodo han desaparecido iniciativas de mucho mérito y han tenido que abandonar empresarios que pusieron todo su esfuerzo y todo su patrimonio en algo que finalmente no funcionó.
Es fácil suponer que esto es, más o menos, lo que ha ocurrido siempre, pero en estos veinte años el mundo ha cambiado de una forma tan radical que ni siquiera sabemos cuál ha pasado a ser nuestro lugar, algo que nos ayudaría a orientarnos en la crisis. Un lugar sobre el que no nos están ilustrando ni los políticos ni los expertos, porque evidentemente lo desconocen, más allá del lugar común de la I+D+i, la receta universal para dar la impresión de tener la solución exacta sin verse obligado a entrar en precisiones.
A comienzos del siglo XX cualquier empresario contaba con que su negocio le sobreviviese en al menos un par de generaciones. Hace unas décadas se conformaba con mantenerlo vivo mientras él lo estuviese. Hoy ha de reinventarlo prácticamente cada década. Esta volatilidad –como la que también sufre el asalariado en su empleo– es extenuante y en la mayoría de los casos no remunera el esfuerzo. O uno hace fortuna como Zuckerberg a los 19 años o se le pasa el arroz y aún en este caso, puede que a los 29 ya se tenga que buscar otra cosa.
Para que un proyecto tenga una evolución tan rápida se necesitan grandes masas de población y Cantabria nunca las tendrá. Nuestro modelo de negocio, el que nos permitía crecer como una mancha de aceite, es posible que se haya acabado para siempre y también es probable que tengamos que refugiarnos en el valor del medio natural, o lo que nos quede de él después de machacar las costas y de la prevista autorización para construir en suelo rústico.
El otro refugio está en la formación, el único valor que nos diferencia ahora que todo el Planeta por primera vez tiene acceso a las mismas herramientas, los ordenadores. La inteligencia se excita con más inteligencia no con más horas de clase ni con aulas informatizadas. Y, aunque nos empeñemos en no reconocer que nuestro problema educacional ya no es de dotación económica sino de ganas, una palanca tan poderosa como la inteligencia permitirá que unos pocos nos rediman a todos.
Esperamos seguir para contarlo. Para reflejar los éxitos de algunos y nuestro respeto por los muchos otros que se quedan en el camino, que siempre tendrán más valor que quienes no lo intentaron. Ojalá no tengamos que aumentar esa nómina de reconocimientos.