Editorial
Cualquier país necesita válvulas de escape para aliviar la presión y más cuando atraviesa circunstancias dramáticas. Puede que el fútbol o el veraneo sean imprescindibles para coger fuerzas o mantener la moral, pero nada de eso permite escaparse de una realidad, la de este otoño, que se desmorona cada día un poco más. Hasta hace un año, en Cantabria lo veíamos con cierto distanciamiento, porque la tasa de paro era muy inferior a la del resto del país y la deuda (incluida la de los cajones) era bastante menos agobiante que la de otras comunidades, pero desde entonces hemos acortado las distancias a un ritmo insólito, como si estuviésemos ansiosos por llegar a un destino del que ahora estamos muy cerca: el colapso absoluto. Y si nadie lo remedia, se producirá este invierno.
Las comedias y las tragedias tienen siempre algún punto de contacto. También esas dos españas, la de los toros y la que luego ha de buscarse la forma de sobrevivir cada día, representadas ahora por la asfixia económica que viven muchas familias y, en el lado tragicómico, por el amargo sainete que protagoniza el Racing. Por extrañas coincidencias, tanto la región como el club parecen empeñados en ir de la mano para despeñarse juntos, a lo Thelma y Louise. El equipo de fútbol es posible que a este paso no llegue a celebrar el centenario. Cantabria no va a desaparecer, pero no es fácil saber cuál puede ser su destino, después del desmantelamiento contumaz y sistemático que está sufriendo su tejido económico, hasta llegar a tener un número de pensionistas y desempleados absolutamente insostenible sobre los hombros de los que conserven el empleo.
No hacen falta muchos estudios para darse cuenta de hacia dónde vamos. A pesar de la subida de impuestos, desde enero se recauda un 20% menos que el año pasado, cuando ya se había producido una sensible merma en los ingresos de Hacienda. Esa es la estadística más fiable para detectar el hundimiento de la actividad. Nos encaminamos directamente hacia la nada, sin visos de que en algún momento se produzca un mínimo cambio de rumbo. Y, si se tiene en cuenta que en el resto del país la caída de la recaudación ha sido del 1%, estamos empeñados en llegar más rápido que nadie. Para colmo, la experiencia de las dos crisis anteriores, la de finales de los 70 y la del 93, nos demuestra que Cantabria entra más tarde en recesión (también ahora) pero también sale más tarde de ella. Así que tenemos para rato.
Cargar las tintas no suele ser muy aconsejable, pero es muy difícil ver la realidad de otra manera y es irresponsable no verla. Puede que el Gobierno hasta le encuentre matices “optimistas” al aumento del paro, pero no los tiene. Ni hay indicios de una mejora ni hay ideas para cambiar a medio plazo esta realidad y las medidas que se están tomando sólo contribuyen a hacerla más dramática. Ni siquiera se va a cumplir el objetivo de déficit, al que se le han rendido todas las demás políticas. Es verdad que no hay dinero, pero Cantabria debe veinte veces menos de lo que necesita un solo banco, Bankia, y el Gobierno ha encontrado rápidamente la forma de tapar su agujero. Si, como se ve, no podemos resolverlo por nosotros mismos, hay que pedir el rescate lo antes posible. Los náufragos no necesitan teleféricos, necesitan un salvavidas. Y lo necesitan ya.