Editorial
De Sniace se decía mucho, pero no se decía todo. Convertida en un totem intocable por la presión que ejercían los sindicatos sobre la calle y los medios de comunicación (que ni siquiera se atrevieron a criticar con la dureza que merecía la agresión a la ministra Matilde Fernández), todos parecían esperar que la varita mágica de Mezquita encontrase soluciones para lo que aparentemente no las tenía. Y el presidente de Sniace iba sacando milagros de la chistera que la han permitido sobrevivir hasta hoy. Incluso logró lo que parecía imposible, encontrar accionistas, en lugar de los tradicionales especuladores.
Ninguna de las alternativas bastaba por sí misma y la fábrica era absolutamente dependiente de las administraciones públicas, en forma de licencias, autorizaciones o recalificaciones de terrenos. Algo tan recurrente que ni siquiera es posible recordar las veces que se planteó, siempre con la comprensión general. Por eso, no deja de resultar desconcertante la escandalera pública que algunos pretenden montar a raíz de la única idea sensata que se ha planteado al respecto en muchos años: que el inmenso suelo que Sniace no necesita dentro de su recinto fabril se convierta en un polígono industrial, lo que le permitirá a la fábrica obtener el dinero que necesita para reabrir, a otras empresas tener un lugar donde asentarse y a la ciudad encontrar ese factor de desarrollo que tanto espera. Pues bien, eso según el PP de Torrelavega y según la exalcaldesa socialista Gómez Morante es nada menos que un pelotazo urbanístico. Curiosamente, las torres de viviendas de once plantas que en otro momento se planteó construir junto a las chimeneas de la fábrica, y que la hubiesen llevado a cerrar en dos días, no.
Los terrenos de Sniace pueden ser el pulmón económico de Torrelavega porque proporcionan un suelo magníficamente situado, requieren una inversión pequeña y tienen una disponibilidad rápida. Quizá no sea el lugar adecuado para un puerto seco, como sugirió la vicepresidenta regional, porque no cuenta con vía RENFE, aunque podría enlazarla en Requejada, a muy corta distancia y con un acceso sencillo a través de Solvay, pero sí para otras muchas actividades.
Se trata de la auténtica reserva estratégica de toda la cuenca baja del Besaya, que nadie ha querido ver, porque en Cantabria estamos más abonados a las lamentaciones que a los hechos. Si por fin el actual Gobierno se atreve a poner ese suelo en uso habrá hecho un servicio impagable a la ciudad, que lleva muchos años secuestrada por la falta de coraje de los gobernantes y la resignación general.
Cuando en 1992 la fábrica estuvo cerrada durante diez meses, el líder socialista en la región, Jaime Blanco mantuvo reuniones secretas con Armando Álvarez para tratar de conseguir que instalase en aquellos terrenos otra de sus fábricas. Las conversaciones nunca avanzaron porque, cuando el PSOE quiso preparar a la opinión pública e hizo algunas insinuaciones sobre la necesidad de buscar alternativas para la planta cerrada, la ciudad se levantó en armas: Sniace o nada. Sniace reabrió, gracias al esfuerzo de Mezquita y Reparaz y al dinero de Enrique Quiralte, y los socialistas se llevaron un batacazo electoral terrible en la comarca en 1993, pero nadie puede asegurar 25 años después que el horizonte de Torrelavega no hubiese sido más esplendoroso de haberse reordenado aquel enorme espacio infrautilizado para asentar más empresas.
Ya es hora de que los sindicatos hagan autocrítica, de que un Gobierno se atreva a buscar una solución real al problema y de que sepamos por qué el Partido Popular le tiene tan especial inquina a Blas Mezquita, su hombre durante tantos años, que como decía el alcalde de Santander del propietario de la Colección Lafuente, en otra ciudad tendría una estatua. En Torrelavega las estatuas son para Mero el Barrendero y Vicente el Policía. No es coña, es la gris realidad de una decadencia que ya no puede bajar un peldaño más, aunque algunos están tan adaptados a ella que les incomoda que se busquen soluciones.