Editorial
En la política española hemos pasado de estar sin entrenador a contar con cuatro o cinco, una situación mucho más insostenible aún, porque no hay banquillo que lo resista. Puede resultar idílica la idea de que, sin mayorías, todo deba ser pactado, pero con una oposición envalentonada por poder derrotar al Gobierno en cada pleno y, a la vez, enfrentada entre sí, serán más sencillos los acuerdos para tumbar todo lo que el PP decidió en la pasada legislatura que para aprobar alternativas, así que cuando se agote la revisión del pasado y Rajoy se harte de perder tendrá una coartada perfecta para convocar unas nuevas elecciones.
En Cantabria ocurre algo parecido. A falta un voto para la mayoría, PRC y PSOE cada otoño han de pasar por las horcas caudinas de Podemos, que ha de significarse ante la opinión pública para todo el año, o de Ciudadanos, que también necesita estirar todo lo posible ese espacio de protagonismo. Ya sea cediendo ante uno o haciéndolo ante el otro, la factura nunca sale gratis en términos presupuestarios y de sentido común, así que hay que aceptar unos cuantos brindis al sol. Por si fuera poco, a ese juego se han sumado esta vez la tardía referencia nacional sobre el techo de gasto, la chapucera elaboración que ha hecho la Consejería de Economía y el PRC, encendido por haberse visto obligado a administrar sus consejerías con tan poco dinero que solo daba para la vida contemplativa.
Es verdad que el Gobierno parece un cenobio medieval y que un lustro con tanta frugalidad ya no es virtud, porque sin el dinero público la economía de Cantabria no funciona y los ingresos fiscales siguen bajando. Pero ni tiene la máquina de hacer billetes ni autorización para endeudarse, por lo que vive en una situación perversa, la misma que ha padecido el Ayuntamiento de Santander desde los despilfarros de los años 80, y de la que lleva dos décadas tratando de recuperarse.
Siempre hay quien tiene soluciones fáciles para las situaciones complicadas y el consejero de Economía ha acabado por ceder ante quienes dan por hecho que basta con poner sobre el papel unos números más altos para disponer de más presupuesto. Ya veremos lo que ocurra en otoño al agotarse la liquidez. Cuando llegó Ignacio Diego en 2011 no le alcanzó el dinero para la nómina de diciembre y tuvo que pedir el favor a una fundación privada para salir del paso. Como dejar de pagar al personal levantaría una auténtica rebelión interna, los gobiernos recurren a vaciar otras partidas, hacer pequeños trucos, como el de las facturas en los cajones, o cerrar el ejercicio apresuradamente.
La paradoja es que quienes exigían más trasparencia van a ser los primeros en propiciar que se esconda el polvo debajo de la alfombra, pero es la opción que prefiere una parte significativa de la población, o al menos, sus representantes electos, que dan por hecho que si el Gobierno no gasta es porque no quiere.
Que los diputados se dejen llevar por estos simplismos de barra de bar es preocupante, porque ellos sí son conscientes de que el presupuesto regional es un juego de suma cero. Lo que se pone de más en una partida o en una consejería ha de quitarse de otra, y nadie está dispuesto a asumir ese coste, de ahí la infantil respuesta de un dirigente de la oposición al ser preguntado desde el Gobierno de dónde detraer lo que exigía añadir: “Ése es vuestro problema”.
El PSOE, que maneja la Consejería de Economía, ha cedido, y efectivamente encontrar ese dinero va a ser su problema. Ni lo hay ni lo va a haber, porque los ingresos, sobrevalorados para cuadrar estos presupuestos a martillazos, no se van a cumplir. Pero la vida cada vez es más cortoplacista y lo que ahora necesita el Gobierno es salvar el trámite de aprobar unas cuentas, las que sean.
Cuando la realidad no nos conviene, no hay nada como autoengañarnos. Claro, que ni son los primeros presupuestos que se han hecho de esta manera tan chapucera ni serán los últimos.