Editorial
Un ciudadano con un ordenador puede ser una empresa. Con él también puede trabajar a distancia y hasta puede encontrar pareja. En realidad, el ordenador (o el móvil) es todo. Es el cable que nos conecta con nuestro universo y también es nuestra dependencia. Quedarse sin conexión ya resulta para muchísimos ciudadanos más angustioso que una enfermedad.
Cuando hay que relatar tantos cambios en tan poco tiempo, las novedades se banalizan, porque se amontonan y la permanente actualización de la información por internet ha llevado este problema al paroxismo. El ser humano no está hecho para procesar semejante caudal y Cantabria Económica ha tratado de poner cada mes un poco de orden en esta catarata que se nos ha venido encima. Nos hemos empeñado en rescatar lo importante y descartar lo superfluo, porque a ninguno de nosotros nos cambia la vida la declaración de un portavoz político, la respuesta que le dé su rival o un mero dato de coyuntura. La vida es lo que pasa mientras estamos esperando que pase y para no perdérnosla es mejor pararse a reflexionar.
En estos 25 años han cambiado tantas cosas que llevamos camino de no saber quiénes somos y desde esta revista hemos tratado de valorar lo conseguido. Hay muchos motivos por los que nuestra generación no puede despedirse con una sensación de fracaso, aunque las circunstancias actuales sean difíciles.
La transformación de la región y del país ha sido tan rápida y profunda que ahora las piezas están descolocadas, pero el tiempo las pondrá más o menos en su sitio. Para entonces habremos comprobado que no hemos sido los únicos sumidos en el desconcierto. Nadie está adaptado a una realidad que avanza más rápido que cualquier planificación, hasta el punto que sirve de muy poco especular sobre cómo será el mundo dentro de otros 25 años. No siquiera sabemos si se trabajará como ahora; si parte de la población se tendrá que resignar a no tener actividad alguna y, no obstante, cobrará por ello; qué oficios habrá y qué estructuras políticas pervivirán. En un horizonte tan abierto, los debates nacionalistas que ahora nos ocupan tanto parecen de mero campanario. Ni sirven de mucho las previsiones económicas ni se puede hacer política del siglo XIX en el siglo XXI.
En lo que todo el mundo parece de acuerdo es en la necesidad de cambiar nuestro modelo productivo pero sin una idea clara de hacia donde. En este cuarto de siglo la industria ha perdido un peso significativo, los servicios se han demostrado demasiado dependiente de los otros sectores, la construcción se ha achicado –quizá para siempre– y el sector primario se ha convertido en casi testimonial. Hoy es más probable que los visitantes vean más jirafas en Cabárceno que vacas en los prados. Todo el terreno perdido por estos sectores lo ha ganado la Administración, el único que no decrece ni durante la crisis. Y aunque la Administración es un factor de igualación social, su capacidad de generar de riqueza es discutible.
Afortunadamente, en Cantabria tenemos dos factores a nuestro favor, el medio natural, y talento. El segundo se nos está agotando, porque hemos expulsado a la generación que debía rentabilizarlo y, si no están ellos, tampoco habrá la siguiente. El medio lo conservaremos mientras el cambio climático y las leyes lo permitan, y con el paso del tiempo se comprobará su importancia. La zona templada del mundo es muy estrecha, porque coincide con grandes masas oceánicas, y estamos en una de las pocas que cuenta con estándares de bienestar muy avanzados, unas circunstancias que no son fácilmente reproducibles. Como los grandes movimientos humanos buscan los entornos climáticos más favorables (sobre todo los pudientes, que cada vez son más) antes o después Cantabria será un destino muy atractivo para residir, como hoy lo son otras costas. Pero lo será gracias a otro factor de éxito del que ni siquiera somos conscientes: la seguridad. Entre las razones que arguyen los visitantes de nuestra región, la primera no es el paisaje ni las playas ni la gastronomía ni la cultura. Vienen aquí, y repiten, porque se sienten seguros. Así que quizá sea hora de utilizarlo para captar inversores y visitantes de alto nivel, en un mundo en el que hay tantos temores como dinero. Ese es nuestro auténtico nicho de mercado.