Editorial

Como de nuevo los mercados reaccionaron en contra de lo esperado, los expertos echaron mano a una tercera explicación: el desbarajuste autonómico. Y así, sucesivamente, se habló de que los mercados no acaban de creerse el ajuste del déficit comprometido por Rajoy, que luego se renegoció para hacerlo más realista, o que el problema estaba en el sector financiero (y Rajoy hizo no una sino dos reformas)… Pero nada. Para entonces ya estaba claro que el Gobierno propone y los mercados disponen lo que les da la gana. Tanto que cuanto más apretaba Rajoy a los españoles para ganarse la confianza de los mercados, éstos se mostraban más desdeñosos: las agencias de calificación, que hace solo un año nos mantenían en lo más alto del ranking, nos bajaban los escalones de solvencia de dos en dos y de tres en tres hasta dejarnos al nivel de países tercermundistas que ni sabíamos que existían. Y tampoco se podía echar mano del socorrido mal de muchos, porque la prima de riesgo española, que con Zapatero estaba algo mejor que la italiana, ha pasado a superarla con Rajoy. ¿Qué diablos podían querer los dichosos mercados si no les bastaban los cambios de gobierno, las reformas, los ajustes ni los compromisos?
La única solución resultó ser echar más madera a la pira, y así fue preciso recurrir humillados a Bruselas a pedir que rescatasen a nuestros bancos. Con 100.000 millones, el trabajo parecía hecho y no solo era una impresión de Rajoy. Todo el mundo lo dio por resuelto… menos los mercados, que volvieron a atizar a España hasta llevarla al borde del precipicio. Así que los analistas de cabecera, que nunca estarán dispuestos a reconocer su error, encontraron un nuevo culpable: Grecia. Pero en Grecia ganaron los buenos y, sin embargo, la prima de riesgo española volvió a subir. No pasa nada, porque ya está detectado el nuevo culpable, y esta vez por elevación: el propio euro. Claro que por este camino han llegado al mismo punto del que partíamos en la época de Zapatero, cuando decía que el problema era importado.

Habría que analizar cómo es posible que alguien se equivoque en sus predicciones seis o siete veces en seis meses y mantenga la credibilidad, lo cual permite entender por qué siguen teniendo seguidores los gurús de esas religiones que anuncian el fin del mundo a cada poco. Pero ha llegado el momento de reconocer el fracaso general: hoy por hoy, nuestras herramientas frente al mercado son muy pobres, por más que algunos intenten hacer ver lo contrario.
Todo lo que hemos hecho hasta ahora no es para congraciarnos con Merkel, sino para poder seguir teniendo la financiación de los mercados a un precio razonable, pero el resultado es exactamente el contrario: cada vez pagamos más por la deuda, con lo que, en vez de bajar, el déficit español aumenta y todos los esfuerzos de contención del gasto resultan estériles. No estaría de más que todos los que encontraban la solución tan obvia (un gobierno que diese confianza, reformas, ajustes de gasto…) nos explicasen por qué ha empeorado la situación, en lugar de mejorar. Debieran contarnos, también, cuál es ahora la receta, pero es evidente que están tan desconcertados como el propio Gobierno. Los mismos que nos catequizan por la mañana con la idea de que nadie puede gastar más de lo que ingresa, van por la tarde a pedir 100.000 millones de endeudamiento para salvar a los bancos y, ya de puestos, otros 120.000 para recuperar la economía comunitaria. Para bien o para mal, los problemas de dinero sólo se arreglan con más dinero. Todo lo demás es tratar de curar heridas de guerra con tiritas.

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