Editorial

Es duro encontrarse con un escenario tan desesperado y más si Diego se compara con sus predecesores, que tuvieron la posibilidad de gastar a manos llenas. Pero la política es así y uno ha de jugar con las cartas que le tocan. Lo que ha decidido es jugarlas con inteligencia, lo que probablemente no sea suficiente en este caso. Imputando toda la deuda, incluso la que va a reconocer este año, al 2011, al menos presentará un ejercicio de 2012 ‘aseado’, ese amaneramiento que se utilizaba para juzgar los beneficios que mejoraban, pero no lo bastante como tirar cohetes. Y lo mejor para quedar ‘aseado’ es guardarse alguna baza el año anterior con el fin de sacarla en el momento oportuno. En esta ocasión, la baza es imputar a 2011 todos los gastos no regularizados de años anteriores, lo que dispara el déficit del ejercicio. Eso hará que las cuentas de 2012, siendo muy malas, parezcan bastante mejores y para entonces ya casi nadie recordará que medio año del 2011 gobernó el PP.
El otro problema es que la gente empieza a desentenderse de unas cuentas que le marean tanto como al propio Gobierno, que en quince días ha pasado de asegurar que el déficit de 2011 era de 300 millones a sostener que fue de casi el doble y en sólo cinco días de decir que “no hay un euro” a ofrecer 200 millones para impulsar la economía. El ciudadano medio parece mucho más interesado en las soluciones que en tratar de digerir semejante barullo de cifras contradictorias.
La marea de descontentos, que por ahora están muy tranquilos, puede ser incontenible si alguien prende cualquier cerilla –la torpe gestión de la primera manifestación de Valencia da fe de ello– y los sindicatos lo saben. Por eso, miden muy mucho cuál va a ser su respuesta a la reforma laboral y a los recortes, no porque teman un fracaso en las protestas, sino porque saben que en estas circunstancias es más fácil sacar a la gente a las calles que devolverla otra vez a sus casas.
Incluso en el caso de que esta enfermedad la pasemos tranquilamente encamados, la crisis se va a llevar por delante muchas cosas. En Grecia, el gobierno que venía a resolver los desmanes del precedente, apenas duró un año y Cascos, al convocar las elecciones en Asturias, es posible que se haya limitado a valorar si le compensa gestionar una agonía. Ignacio Diego goza en Cantabria de una mayoría absoluta y tiene el respaldo de un gobierno nacional del mismo color, pero eso no le va a eximir de un auténtico viacrucis. Por lo pronto, no va muy lejos con un plan que sólo resuelve 147 millones de euros de un déficit anual que, según él mismo dijo, viene siendo de 300. No hay que hacer muchas cuentas para deducir que, sin la posibilidad de endeudarse, tendrá serios problemas para pagar la nómina del último trimestre del año. Y cuando no hay dinero ni siquiera es fácil contentar a los propios.
Quitar cuatro diputados del Parlamento para tener un poco más de margen a la hora de conservar la mayoría absoluta en las próximas elecciones es calcular a demasiado largo plazo para los tiempos que corren. Los que ahora habitamos esta región nunca hemos vivido una crisis parecida y tampoco hay referencias de cómo puede reaccionar una sociedad que ya no necesita a los políticos ni a los sindicatos para convocarse en la calle, porque le basta y sobra con internet. Lo único seguro en este momento es que hay que ser muy cautelosos al gestionar el desánimo.

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