Editorial
Es muy improbable que vuelvan a coincidir en la historia de Cantabria tres acontecimientos medioambientales como los que se van a dar este mes de junio. Por fin va a concluir el saneamiento de la Bahía (ahora, sí), se pone en funcionamiento una planta de tratamiento de residuos orgánicos en Meruelo y se somete a la consideración pública el Plan del Litoral. Mantener, como se ha sostenido tanto tiempo que el progreso exige renuncias ambientales muy importantes es un mensaje más propio del siglo XIX que del XXI y ahora vamos a comprobar que evitar la contaminación y tratar de ordenar un poco el urbanismo costero no es una rémora para el desarrollo sino todo lo contrario. Son los países desarrollados los únicos que se preocupan por el medio ambiente y a nadie se le ocurre pensar que con ello van a perder sus puestos de privilegio en favor de aquellos donde todo da lo mismo.
Hay que felicitarse de la actuación de las administraciones públicas, pero hay que criticar que lleguen tan tarde. Cantabria ha tenido el dudoso privilegio hasta ahora de encabezar el ranking de regiones donde menos se depuran los vertidos líquidos, y seguimos considerando top secret la relación de suelos fuertemente contaminados –en algunos de ellos se están construyendo viviendas con toda naturalidad–, las mediciones de la calidad del aire, y las de las aguas de baño, datos que debieran estar a disposición de todos los ciudadanos porque son relevantes para que puedan decidir donde se bañan o dónde no, cómo es el aire que respiran o qué circunstancias peligrosas puede presentar el suelo de su futura casa.
Un reciente informe del Banco Mundial –un organismo que no puede ser tachado de izquierdista, por cierto– ponía de relieve las ventajas económicas que tiene la transparencia y el sentido crítico de los ciudadanos. Al ejercer críticamente sus derechos, favorecen las reformas, las mejoras y la competitividad. En consecuencia, los países que mejor funcionan son aquellos donde los ciudadanos son menos complacientes, exactamente lo contrario de lo que creen muchos políticos, bastantes comerciantes y algunos empresarios.
Las autoridades tienen la tentación de tratar a los administrados con un paternalismo excluyente, con la convicción de que hay que resolverles los problemas pero es mejor que ni siquiera sean conscientes de que existen. Es mejor que no sepan lo que sale por sus alcantarillas, lo que respiran o lo que se autoriza (basta ver el tamaño de las letras de muchos anuncios oficiales para comprobar que quien los pone lo que en realidad pretende es que nadie los lea).
Después de 25 años de democracia y 20 de autonomía nos hemos hecho ya lo bastante mayores como para afrontar la realidad. Podemos separar la basura en nuestras casas, como hacen en cualquier otro lugar desarrollado, podemos reducir los vertidos y humos de nuestras fábricas y, sobre todo, podemos tomar conciencia de que la alcantarilla no es el agujero negro donde todo desaparece.
La Consejería de Medio Ambiente está gastando mucho dinero en infraestructuras, pero muy poco en crear una conciencia colectiva y lo uno sin lo otro tiene una eficacia relativa. Algo parecido ha ocurrido con el urbanismo del litoral. Ahora, cuando en todos los propietarios de terrenos está inoculado ya el virus de la especulación, es muy difícil que se acepten medidas fuertemente restrictivas. En este número damos cuenta de las significativas rebajas que ya se han introducido en el texto del Plan del Litoral y todo hace suponer que se reblandecerá más tras este periodo de exposición pública. Y es que no se puede luchar contra los elementos y menos en un año preelectoral. Pero hay otro problema. El Plan, con el margen de discrecionalidad que se autoconcede la Consejería para interpretarlo, puede ser muy duro o muy blando según el criterio del consejero en cada caso y eso puede que sea muy práctico para evitar nuevos revolcones en los tribunales, pero crea inseguridad jurídica, insatisfacciones y, lo que es peor, desigualdades. Quien opine lo contrario no tiene más que comprobar con los mapas en la mano dónde se puede llegar a abrir una cantera, una planta asfática o una nave aislada y verá que, si la Consejería da el visto bueno, se podrán hacer casi en cualquier lugar, por protegido que esté. Eso sí, una casa individual no.