Editorial
La publicación de dos encuestas en los medios de comunicación regionales han provocado un cierto estupor. Una desconocida para más de la mitad de la población regional, Dolores Gorostiaga, aventaja en dos puntos al presidente Martínez Sieso, que gobierna desde hace dos legislaturas y que ahora aspiraba a la mayoría absoluta. La verdad es que ni siquiera con la guerra de Irak y con la catástrofe del `Prestige´ a cuestas era previsible algo parecido. Sólo el nerviosismo del Gobierno dejaba intuir que las cosas no iban bien. Pero siempre hemos encontrado justificaciones: primero, la incertidumbre del Congreso del PP en Cantabria, que amenazaba con enfrentar a los piñeiristas con los siesistas. Más tarde, el desapego de Miguel Angel Revilla, cada vez más convencido de poder exigir la presidencia. Ahora sabemos que en el fondo hay razones de más peso: la posibilidad de perder.
Es cierto que el PSOE ya ganó en 1991, con 16 diputados, y entonces el PP sólo sacó 9, pero eran tiempos de división de la derecha, y pronto se olvidó la promesa realizada por José María Aznar ante lo que creía que era el cadáver político de Hormaechea de que jamás cambiaría dignidad por votos. Los juramentos se los llevó el viento cuando comprobó que Hormaechea aún respiraba y que sus escaños permitían la permanencia en el poder, con lo cual la derecha nunca ha dejado de gobernar en Cantabria en los 21 años de autonomía.
¿Por qué tiene ahora expectativas la candidata de perfil más desconocido que hayan presentado los socialistas en las siete legislaturas? Misterios de la política que no responde como creen muchos a la evolución de la economía, ni a las ofertas de los programas, sino a algo tan etéreo como el estado de ánimo de la población. Basta recordar que los demócratas perdieron la Casa Blanca en las últimas elecciones después de más de diez años de bonanza económica continuada –el ciclo más largo que se recuerda– y que Bush las volvería a ganar hoy, a pesar de que con él llegó la crisis.
La enseñanza más obvia de las encuestas cántabras es que, a excepción de personajes singulares, como Hormaechea, en la reacción del votante poco influye quién sea el candidato. Si ahora gana las elecciones Gorostiaga no será por su imagen fresca y renovadora, será por una tendencia nacional y si las pierde Martínez Sieso no será por deméritos propios, sino por los de su partido.
Efectivamente, Martínez Sieso ha hecho un mandato razonablemente bueno, aunque algún factor impide que este Gobierno transmita ilusión. El tándem PP-PRC ha disfrutado de un poder extraordinario, con la administración de todos los recursos del Objetivo 1, el control de la inmensa mayoría de los municipios, del Parlamento regional, de la Caja, de las empresas públicas, de enormes cantidades de recursos publicitarios y de un largo etcétera no han sido suficientes para crear a los cántabros la convicción de que vivimos mejor que otros o que, al menos, ganamos parte del mucho terreno que hemos perdido en los últimos veinte años.
El hecho de que el PRC tampoco consiga mejoras sustanciales en sus resultados después de los ocho años de gobierno puede ser igual de sintomático de esta incapacidad gubernamental para transmitir ilusión.
Y es que el mundo ha cambiado mucho sin que los políticos en el poder sean conscientes de ello. Las nuevas generaciones de españoles son incapaces de recordar el nombre de más de dos ministros, pero están dispuestas a presentarse en las costas para limpiar chapapote sin que nadie les llame. Son inmunes a publicidades de carreteras, a libros hagiográficos sobre obras y promesas, y sólo creen en una mística muy particular donde, en un extraño revoltijo, se mezclan marcas comerciales y un sentido benéfico de la vida. Y, aunque Aznar no se haya dado cuenta, huyen como gato escaldado de caras agrias, solemnidades ridículas y crispaciones.
¿Estamos al borde de un cambio histórico en Cantabria? En un mes empezaremos a saberlo. Por lo pronto, de lo que podemos estar seguros es de que Revilla va a encontrar muchos compradores a la hora de subastar sus escaños al mejor postor para formar la nueva mayoría.