Editorial
En aquel momento pronosticamos que Merkel se consolidaría como una de las grandes líderes occidentales y que, en cambio, sus compañeros de coalición, los socialdemócratas entrarían en una crisis de identidad. Entonces era un hipótesis. Hoy, ambas circunstancias ya son perfectamente constatables. Merkel, con su imagen doméstica, ha conquistado a un electorado que no pide genios de la política, sino personas comunes con problemas comunes. Sin embargo, el SPD está a la busca de un líder y, sobre todo, de un programa propio, incapaz de conseguir que el electorado distinga entre las acciones de gobierno de los ministros conservadores y las de los progresistas.
En Cantabria, Lola Gorostiaga tiene un problema parecido. Por mucho que las consejerías que controla el PSOE se hayan lanzado a una carrera desenfrenada de políticas sociales, subvenciones o modernizaciones, el electorado no puede distinguir esta acción de gobierno de la que puede hacer el PRC y, probablemente, eso sea lo mejor para ambos, puesto que al menos se transmite una imagen de unidad. Y tampoco basta con ser la portavoz del Gobierno para ganar el protagonismo que acapara Revilla. Querámoslo o no, una parte de la sociedad sigue funcionando con roles masculinos y femeninos, y atribuye a Gorostiaga ese papel secundario.
Pero ese mensaje es demasiado simple. Hay otras razones añadidas. Vallines fue vicepresidente del Gobierno de Gestión que presidió Jaime Blanco y en el pacto de coalición se reservó la mayor parte de las consejerías. Eso, en teoría le debiera haber permitido compensar el haber obtenido la presidencia. Pero fue inútil. Blanco obtuvo 17 diputados, un resultado que el PSOE nunca antes conoció ni ha vuelto a tener, y el PP de Vallines, sólo 9. Es evidente que, para la inmensa mayoría del electorado, en el gobierno sólo hay un líder, quien lo preside.
Hormaechea era plenamente consciente de que la capacidad de discriminar de los votantes es bastante menor de lo que creen los propios políticos y procuraba convertirse en el protagonista de cuantas inauguraciones hacía el Estado en la región, eclipsando al ministro de turno. Sabía perfectamente que, a los seis meses, casi nadie iba a recordar quién hizo la carretera, así que lo más efectivo para un cazador de la política como él, era apuntarse todas las piezas como propias. Revilla tiene esa misma intuición y no ha dejado de rentabilizar sus abrazos a Zapatero cada vez que encuentra la menor oportunidad de dárselos.
Gorostiaga tendrá que acostumbrarse, como los socialdemócratas alemanes, a un papel subsidiario, porque no hay forma humana de evitarlo. Ni todas las campañas propagandísticas del mundo, ni todas las propuestas de subvención, ni todas los guiños a colectivos van a cambiar este estado de cosas. Y da la impresión de que lo tiene asumido.