Editorial

La diferencia entre un país desarrollado y otro atrasado no está en el PIB que es capaz de crear en un año determinado, en su ratio de escolarización o en la moralidad de sus administraciones públicas. Está en la herencia que recibe cada recién nacido. Por muy rica cuna que tenga, quien llegue al mundo en Chad, en Senegal o en Honduras tendrá que vivir en un país sin carreteras, sin electricidad en muchos casos, sin hospitales dignos de tal nombre, sin escuelas y sin universidades. Cuando nace un niño en Occidente, por modesta que sea su familia, todo eso viene en el canastilla de regalo, aunque nadie sea consciente de ello. Es la gigantesca herencia formada gracias a los impuestos de muchas generaciones anteriores que hicieron el país tal como es ahora. Es posible que buena parte de los que pagaron renegaran de tener que hacerlo y no lo disfrutaran en su momento, pero eso forma parte de un encadenamiento que nos hace servirnos gratuitamente de lo que otros hicieron y, a cambio, financiar algunas cosas que servirán para otros. Al fin y al cabo, las familias funcionan con este mismo planteamiento al tratar de acumular para los descendientes.

Es paradójico que Warren Buffet y Bill Gates, los dos personajes más ricos de Estados Unidos, que es como decir del mundo, hiciesen este planteamiento a sus conciudadanos cuando decidieron donar la mayor parte de sus fortunas a causas benéficas y defendieron la continuidad en EE UU del Impuesto sobre Sucesiones que, obviamente, les perjudicaba más que a nadie. La riqueza personal sólo es una parte de la que reúne cualquier ciudadano de un país y los españoles hemos acumulado en las últimas décadas unos activos colectivos tan importantes como para sentirnos ricos. Cantabria es un buen ejemplo. En veinticinco años nos ha dado tiempo a hacer y rehacer el Hospital Valdecilla; hemos pasado de un solo kilómetro y medio de autovía (la Recta de Parayas) a contar con una red completa de norte a sur y de este a oeste –y sin peajes, no como las de catalanes y vascos–; hemos levantado un puerto nuevo en Raos, un aeropuerto en condiciones y nuestro pequeño trasvase del Ebro.
Sin darnos cuenta, hemos acrecentado muy significativamente la herencia recibida y, al tratarse de una comunidad tan pequeña, eso ha requerido una inversión por habitante muy superior a la media nacional, pero de eso quizá tampoco hemos sido conscientes, como de nuestra deuda moral con alemanes y franceses, que financiaron una parte significativa de estas obras, aunque los nativos de ambos países seguro que tampoco lo saben y no hay peligro, no van a venir a reclamarnos.

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