Editorial
En el fondo, lo que está ocurriendo se parece a la Tupperware de los fundadores. Hay quien pone rostro al capitalismo, como los bancos de Wall Street, y quien de verdad tiene el dinero, que son los chinos, los rusos o los fondos soberanos de los países árabes. En Tupperware, la imagen pública arrebatadora de su primera ejecutiva, Brownie Wise, llegó a hacer pensar que no existía el señor Tupper, cuya única ocupación y preocupación después de patentar el cierre hermético era la fabricación de los envases, como un anónimo proveedor cualquiera. Solo se supo de su existencia el día que despidió a su presidenta, aquella vendedora que llegó a ser el símbolo del éxito en América y cuya intuición descubrió casi todos los secretos del marketing moderno, aunque hoy ni siquiera aparezca en las fotos de los anuarios antiguos de la empresa. Aquí, hemos tenido que darnos un batacazo para saber que vivíamos a crédito gracias a una importación masiva de dinero y que, algún día, un chinito dirá, como Mr. Tupper, que el negocio es suyo y que se ha acabado.
Si el ex presidente del Fondo Monetario Internacional afirma que los pobres entre comillas han puesto el dinero durante diez años, que todo el crecimiento mundial de los últimos dos se lo debemos a ellos y el que podamos tener en los siguientes, también, ha llegado la hora de repensar en todo lo que creíamos. Ya advirtió Guillermo de la Dehesa hace algunos meses en Santander que el día que se pinche el globo de la inmigración nos daremos cuenta de que los nacionales no generamos crecimiento, porque la mejora de nuestra productividad ha recaído exclusivamente sobre los salarios baratos de los recién llegado y de ahí han salido, entre otras cosas, las generosas reducciones que nos hemos concedido en el tiempo real de trabajo.
Ahora que nos hemos acostumbrado a vivir bien es poco aceptable cambiar de hábitos, así que sólo cabe hacer de los emergentes unos clónicos nuestros y conseguir que compren como locos, dado que aquí ya no compramos ni como cuerdos. El economista David Ricardo descubrió que el comercio genera riqueza por sí mismo y Rato lo expresó de otra forma: Si en vez de seguir acumulando una gigantesca bolsa de ahorro con lo que nos venden, en estos países optan por repartir un poco y crear una amplia clase media, se convertirán en una descomunal máquina devoradora de todo lo que esté en venta; ahí va a estar nuestra oportunidad.
Largo nos lo fía Rato, pero vamos a confiar en que una sociedad que se tomó milenios para hacer pequeñas reformas, como la china, aproveche uno de esos momentos de aceleración histórica que sólo se viven cada muchos siglos, porque tampoco tenemos otra alternativa. En cualquier caso, hay que reconocer que si ese es el camino, en Cantabria llevamos algún trecho avanzado gracias a los viajes que inició el consejero Pesquera que, a este paso, va a quedar como un Marco Polo visionario.