El Corte Inglés de Santander abre nuevas vías de negocio al grupo

El Centro Comercial Bahía de Santander no pudo construirse cuando estaba previsto, porque una sentencia judicial echó por tierra la recalificación de los terrenos de Nueva Montaña Quijano pero, cuando finalmente se acometió, tres años más tarde, dio lugar a una nueva generación de centros de El Corte Inglés. No sólo repartía las secciones en horizontal, en lugar de hacerlo por plantas, sino que se unían en un mismo edificio las dos enseñas principales del grupo, los grandes almacenes y el hipermercado Hipercor. Con el paso del tiempo, ha protagonizado otras innovaciones, como la acogida de franquicias ajenas, una iniciativa que hay quien interpreta como un experimento para reorientar el negocio clásico de los grandes almacenes y acercarlo al de los centros comerciales.
En realidad, el modelo de negocio de El Corte Inglés se transforma progresivamente aunque no lo parezca. A veces los cambios son muy sutiles, como la cesión de espacios de las secciones de moda a marcas con tirón popular, y no todos los experimentos funcionan, pero el director de cada centro debe tratar de aprovechar todas las oportunidades de negocio. Los centros de El Corte Inglés suelen estar tan aprovechados que ni siquiera es fácil habilitar un corner para hacer pruebas, pero el centro comercial de Santander, con cerca de 60.000 metros cuadrados de superficie, nació con una clara ventaja sobre el resto: las dimensiones. Y desde un principio optó por aprovecharlas, ofreciendo alojamiento a firmas de servicios complementarios, como la peluquería explotada por la empresa local Eduardo & Pilar Pescador que, tiempo después, se convirtió en todo un wellnes center, al incorporar un spa.

Distinto desde el principio

El centro de Nueva Montaña ya se ideó con la intención de albergar en su interior unos multicines, que se adjudicaron a la cadena Cinesa, y esa innovación, compartida con la tienda de Cádiz, llevó a solicitar a las autoridades autonómicas de Comercio unos horarios de apertura más dilatados para las llamadas tiendas de conveniencia (libros, discos…) instaladas a su alrededor y para crear una zona de restauración más completa de lo que es habitual en los grandes almacenes del grupo.
Inicialmente, toda la restauración estaba gestionada por El Corte Inglés pero, con el paso del tiempo, los responsables de Santander decidieron que podía ser un buen aliado una sandwichería madrileña muy conocida, la cadena Rodilla. Rodilla aceptó la propuesta y al instalarse en Santander se le han abierto las puertas de otros dos grandes almacenes de El Corte Inglés, que han secundado la iniciativa, y de siete tiendas Supercor.
En el ámbito hostelero, el centro cántabro también ha introducido la firma local La Cúpula del Rhin y ha optado por dejar en manos de la cadena Café & Té la explotación de la terraza de la plaza central, que anteriormente gestionaba por sus propios medios.
Otras iniciativas ajenas al grupo que funcionan bajo la enorme pirámide de cristal de El Corte Inglés santanderino son la tienda de golosina Belros, el parque infantil y la tienda de cafés El Dromedario.

Un viaje con más aliados

La aceptación de cadenas de hostelería resulta significativo porque El Corte Inglés tenía vedado este negocio a terceros. El cambio de orientación que se ha producido en Santander se va a reforzar con la llegada de más franquicias de este tipo y la ampliación de la oferta de ocio. No obstante, fuentes del establecimiento se apresuran a puntualizar que esa estrategia de dar entrada a otras empresas no puede entenderse como un intento de convertirse en un centro comercial, sino “una simple extensión de la fórmula del gran almacén”.
En la política de encontrar nuevos nichos de negocio con la aportación de empresas especializadas, El Corte Inglés de Santander llegó a estudiar un proyecto de gimnasio que nunca se ha llevado a cabo. Quizá no ha llegado su momento. Para otros centros del grupo, en cambio, sí ha llegado el de incorporar iniciativas nacidas en Santander y un ejemplo es la apertura de un spa en la octava planta de El Corte Inglés de Callao, en el centro de Madrid.
En realidad, la incorporación de enseñas ajenas ya era habitual en el ámbito de la moda. Desde hace años, un puñado de diseñadores tienen su propio espacio en las tiendas de El Corte Inglés, que explotan con regímenes de alquiler y de personal muy distintos, aunque, por lo general, suelen pagar al establecimiento un canon sobre las ventas realizadas. El centro santanderino ha extendido esas prácticas a otros terrenos y esa política empieza a cuajar en otros establecimientos del grupo, en función del espacio del que disponen, lo que ha llevado a conjeturas sobre la posibilidad de que el establecimiento cántabro esté siendo utilizado por El Corte Inglés para ensayar un nuevo modelo comercial. Fuentes del centro sostienen lo contrario y aseguran que “lo que ha ocurrido en Santander no responde a una estrategia preconcebida y, simplemente, es producto de las posibilidades de espacio que tiene y el deseo de aprovechar las oportunidades de negocio que surgen”.
Son distintas interpretaciones de un mismo hecho, pero de lo que no cabe duda es que el establecimiento de Santander, por superficie o por tener una mayor iniciativa, se ha convertido en un pequeño laboratorio de ideas para el grupo y que El Corte Inglés cada vez hace su viaje comercial con más aliados.

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