El mercado del trípoli pasa por Castro Urdiales

Si algún fabricante de pastas para pulimentación basadas en el abrasivo conocido como trípoli, quiere aprovisionarse de materia prima tan sólo puede acudir a dos proveedores en todo el mundo: uno está situado en Norteamérica y el otro en Castro Urdiales. Se trata de la centenaria empresa Herrán y Díez cuya filial, Tierras Industriales, exporta anualmente cerca de 3.500 toneladas de trípoli con destino al mercado europeo (Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, Portugal, Suecia, Finlandia), al norte de Africa, y a países tan alejados como Irán, Sudáfrica, Australia o Nueva Zelanda.
El de Castro Urdiales es uno de los dos únicos yacimientos en explotación en todo el mundo de los que se extrae esta tierra abrasiva, conocida en la población castreña como toba, y que recibe el nombre genérico que se utilizaba para designar a la tierra de diatomeas que se extrae de una región cercana a Trípoli, en Libia.
Herrán y Díez explotan en el término municipal de Castro Urdiales cinco concesiones de las que extraen la tierra abrasiva que, tras ser sometida a un proceso de calcinación y molturación, se convertirá en un polvo fino, de color rosado. Mezclado en las proporciones adecuadas con ceras, aceites y aditivos, el trípoli da lugar a las pastas que sirven para la pulimentación de productos fabricados con metales blandos como cobre, latón o aluminio (lámparas, herrajes, etc.), plásticos y, en menor medida, para el tratamiento de hierro y aleaciones.
Para pulir los productos fabricados con metales ferrosos (hierro o acero) se necesitan abrasivos de mayor dureza que el trípoli –corindones, bauxitas, alúminas– que la empresa de Castro Urdiales también comercializa pero cuya materia prima debe importar. Con ella hace pastas pulimentadoras que le permiten abastecer al 85% de la industria nacional de menaje, cuchillería, herramienta, tubería y automoción.
Las dos mil toneladas de pastas pulimentadoras que fabrica anualmente la empresa castreña la convierten en la primera firma nacional en este mercado, con una facturación que se aproxima a los 300 millones de pesetas, a los que añade los 200 millones que provienen de la exportación de trípoli a los mercados internacionales.

Una empresa centenaria

El origen de Herrán y Díez se remonta a 1983 cuando un farmacéutico y un ingeniero (Estanislao Herrán y Manuel Díez) crearon la firma para aprovechar industrialmente las tierras silíceas que existían en la zona de Islares. Tras una primera fase en la que se dedicaron a la fabricación de azulejos y baldosas, el descubrimiento de las cualidades abrasivas de la toba –el trípoli– que existía abundantemente en las proximidades de Castro Urdiales, les llevó a fabricar un limpiametales al que pronto buscaron aplicaciones industriales en competencia con los productos de pulimentación de fabricación francesa con los que se abastecía la floreciente industria del metal que había en el norte de España.
En 1917, la asociación con la empresa francesa Grauer y Weil permitió a Herrán y Díez elevar su nivel tecnológico, aumentando la gama de productos y ampliando su mercado a otras zonas de España. De aquella época data la profundización en el desarrollo de productos para el tratamiento de superficies por vía mecánica (galvanoplastia) y por vía química (galvanotecnia) con productos para el tratamiento de niquelados, cromados y anodizados.
El aprovechamiento de las tierras refractarias de Cérdigo e Islares, llevó a Herrán y Díez a fundar, a finales de los años veinte, una nueva empresa (Productos Cerámicos y Refractarios) cuyo principal cliente fue la industria siderúrgica del País Vasco. La crisis del sector a últimos de los años setenta, forzó la desaparición de esta empresa filial, aunque el negocio principal de Herrán y Díez, la elaboración de pastas para pulir, se había visto para entonces reforzado por la creciente demanda de trípoli que existía en el mercado internacional. La escasez de yacimientos de este abrasivo convertía a la empresa castreña en detentadora de un cuasi-monopolio para aquellas industrias que, por razón de la distancia, no podían acudir a los Estados Unidos para aprovisionarse.
Ya en los años treinta Herrán y Díez vendía trípoli a la India, pero fue en la década de los setenta cuando se potenció la exportación de este abrasivo a todo el mundo salvo al continente americano.
Paralelamente, Herrán y Díez prosiguió con la fabricación de artículos para el tratamiento de superficies. En 1964 puso fin a su asociación con la empresa francesa, adquirió en exclusiva la marca patentada Grauer y se convirtió en el primer fabricante nacional de productos para la pulimentación. El auge de la industria automovilística, en cuya cadena de producción era preciso el pulido final de elementos metálicos como los parachoques o los tapacubos, repercutió en la buena marcha de la empresa que contaba también con muchos pequeños clientes en la industria del menaje.
La creciente aplicación del plástico en la fabricación de automóviles y la concentración que se ha producido en el sector de la cubertería, ha estrechado el campo de aplicación de las pastas para pulir de Herrán y Díez, aunque el acabado final del plástico que se utiliza tanto en automoción como en electrodomésticos, tiene posibilidades aún inéditas que están siendo estudiadas por la empresa.
Ha sido la mala evolución de la industria del menaje la que ha creado los mayores problemas a la planta castreña, al verse afectada por los avatares de los fabricantes a los que provee, que en algunos casos tuvieron que superar situaciones de crisis. “Hace muchos años –reconoce el presidente de Herrán y Díez, Hermann Díez del Sel–, este era un mercado de muchísimos clientes que tenían pequeños talleres, muy repartido, pero en los setenta la grandes industrias como Magefesa, Guernica o Malta, pasaron a dominar el mercado con lo que quedamos en manos de una docena de compañías que se llevan el 80% de lo que producimos. Esta situación es mejor que la anterior, pero si cualquiera de ellos cae te puede hacer daño”.
Las crisis económicas de Guernica en 1977, de la Cruz de Malta en 1991 y de Magefesa en 1984, fueron momentos de riesgo para Herrán y Díez que, en algún caso tuvo que cobrar en especie, con un camión de cubiertos.
Un siglo después de su creación, la empresa sigue en manos de los descendientes de los fundadores, a los que vino a añadirse como accionista una tercera familia, Díez Romeral, del que fue gerente de Herrán y Díez hasta su jubilación en la década de los setenta.

La atracción del mercado sudamericano

Además de las pastas para pulir, tanto en forma sólida como en emulsión, Herrán y Díez complementa su producción con la elaboración de abrillantadores para uso doméstico e industrial, oxidantes para envejecer el latón, el bronce o la plata, y con la fabricación de algunos de los accesorios para la pulimentación como los discos de una fibra vegetal denominada sisal que se utilizan para aplicar el abrasivo sobre los metales.
Aunque no los fabrica, comercializa otros productos y accesorios y realiza trabajos de maquila para otras empresas de la zona como Derivados del Flúor (secado del hidrato de alúmina), y Raymar para la que moltura las arenas refractarias que se utilizan en el revestimiento de hornos.
La estabilidad del mercado internacional de pastas para pulir limita las posibilidades de crecimiento de Herrán y Díez y por ese motivo proyecta desde hace tiempo su aproximación al mercado sudamericano. Países como Brasil y Venezuela, con los que ya ha existido algún contacto, podrían ser las puertas de entrada en el continente.

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