¿El Racing se apaga?
Cuando en 1996 el entonces consejero de Economía, Rafael Gutiérrez, entregó las acciones del Racing a los nuevos propietarios, el Gobierno regional calculó haberse quitado de encima definitivamente un problema insidioso. Desde que en 1992 se intentó la primera privatización con unos resultados bochornosos –los directivos más conspicuos se limitaron a comprar una acción de 10.000 pesetas– el Racing se había convertido en un problema político. Afortunadamente, en 1996 las condiciones eran muy distintas, con unos contratos televisivos muy jugosos que tuvieron la virtud de multiplicar el amor a los colores de muchos aficionados. La vocación racinguista aumentó de una forma tan espectacular que la demanda de acciones multiplicó en varias veces la oferta y tres grupos hicieron extraordinarios esfuerzos por conseguir el control accionarial del equipo.
El espejismo de la televisión
La batalla se saldó con un candidato derrotado (accionistas que eran calificados despectivamente de madrileños en una campaña no demasiado limpia, ya que en realidad estaban encabezados por el empresario cántabro, Ángel Pérez Maura) y un pacto entre los restantes. El club fue adquirido al Gobierno regional por 272 millones de pesetas y los compradores no prestaron demasiada atención a su situación económica, que era tan precaria o más que ahora mismo, con apenas 48 millones de recursos propios. Lo importante para todos no era el pasado, sino el esplendoroso futuro económico que se avecinaba con las guerras entre las televisiones por los derechos de retransmisión.
El equilibrio accionarial interior se fue desmoronando poco a poco. Emilio Bolado optó por retirarse, y Santiago Díaz atrajo hacia sí al principal inversor que respaldaba al presidente del club, Manuel Huerta, quien decidió abandonar temporalmente.
El paso del tiempo también permitió comprobar que existe una ley física en el fútbol que impulsa a gastar siempre más de lo que se ingresa, por mucho que sea. Los contratos televisivos permitieron multiplicar los ingresos pero las fichas de los jugadores alcanzaron niveles estratosféricos. El resultado es que las cuentas de la temporada volvían a los mismos o peores números rojos donde solían.
Subsistir gracias a las ventas de jugadores
Si cuadrar los presupuestos resultaba muy difícil en Primera División, el descenso a Segunda suponía una auténtica prueba de fuego. Los ingresos por televisión se reducían en mil millones de pesetas y, en cambio, las posibilidades de recortar los gastos eran mínimas. El Racing, acostumbrado a vivir de milagros desde que se fundó, necesitaba el año pasado dos simultáneos: volver a Primera en una sola temporada y vender algún crack que sanease el resultado económico de la temporada como anteriormente ocurrió con Salva y Munitis. De los dos se produjo uno, lo cual no es mal porcentaje.
Las pérdidas de Segunda
El club calcula que una sola temporada en Segunda le ha costado 1.800 millones de pesetas. Una cuantía que ahora mismo no tiene posibilidad alguna de absorber. El Racing no solo se encuentra en situación legal de quiebra técnica sino que las deudas a las que tendrá que hacer frente a corto plazo exceden en 13,7 millones de euros al circulante (casi 2.300 millones de pesetas). Si de inmediato no se alcanzan los acuerdos con Caja Cantabria –y no es fácil que una sociedad en liquidación encuentre financiadores– el horizonte previsible es un colapso financiero a corto plazo.
Pero ese equilibrio sobre la cuerda floja no es tan inhabitual entre los clubs de fútbol y la decisión de los accionistas del Racing de proceder a la liquidación del club no solo resulta insólita en la Primera División de la Liga Española, sino que, si se produce, daría lugar a un sobresalto nacional. A pesar de que el equipo cántabro ha sido el primero en mostrar sus verguenzas económicas, posiblemente sea el club menos endeudado, lo que permite hacer todo tipo de suposiciones sobre los milagros contables que están permitiendo la supervivencia de otros equipos.
El Racing partía en 1996 de una situación de endeudamiento inferior a la media y ha sido uno de los que ha conseguido un saldo más favorable en la compraventa de jugadores, que le ha proporcionado unos ingresos atípicos de 12.000 millones de pesetas desde entonces, muy importantes, pero insuficientes para mantener un club que no consigue reducir su presupuesto anual por debajo de los 3.500 millones de pesetas, de los cuales 1.600 van destinados a pagar la nómina de la plantilla deportiva. Una cifra que puede resultar modesta en la Liga de las Estrellas, pero que sextuplica los ingresos que el club obtiene por abonos y socios (apenas 266 millones de pesetas el pasado año).
Es fácil comprender que la brecha entre los ingresos y los gastos ordinarios sólo puede ser compensada por la televisión y por las subvenciones públicas y en ambos casos, pintan bastos. Las guerras entre emisoras para quedarse con derechos de retransmisión a cualquier precio pertenecen al pasado y las ayudas públicas cada vez se restringen más en todas las autonomías.
¿Deuda histórica?
El Gobierno cántabro y el Ayuntamiento de Santander, después de un largo tira y afloja, han llegado a ofrecer mil millones de pesetas repartidos en los próximos cuatro años. Los principales accionistas del club indican que los 250 millones por temporada hubiesen sido suficientes hace algunos años, pero no ahora, y reclaman una deuda de 706 millones de pesetas, curiosamente equivalente a la retroactividad de la ayuda ahora ofrecida, y que supuestamente se generó en 1998 cuando el Racing se hizo cargo del Balonmano Cantabria. Según el club, entonces se alcanzaron algunos acuerdos verbales que nunca se llegaron a documentar ni a ejecutar y que desbordan los 566 millones que el Ayuntamiento y el Gobierno han pagado al Racing desde entonces.
Lo que pueda ocurrir a partir de ahora va a ser consecuencia de muchos factores. El más improbable es la aparición de un accionista que desee adquirir el 57,2% que controla la familia Díaz a través de empresas de su grupo. Desde hace algún tiempo, Santiago Díaz se muestra dispuesto a ceder este paquete de control pero no han aparecido candidatos a la compra y Francisco Pérez, segundo mayor accionista a través de la sociedad Alauza, vinculada al grupo Prisa, no quiere ampliar sus responsabilidades.
Si no surge un comprador, la familia Díaz avalaría créditos por importe de 1.000 millones de pesetas, pero la cuantía que necesita el Racing a corto plazo es, al menos, el doble.
Una bomba en la Liga
La liquidación efectiva de la sociedad, que se iniciaría a partir del próximo 15 de enero tampoco parece un escenario probable, dadas las consecuencias que desencadenaría. En esas circunstancias, el Racing, que ya tiene unas deudas a corto plazo de 22,3 millones de euros (3.700 millones de pesetas) estaría prácticamente inhabilitado para refinanciarlas y mucho menos para conseguir nuevos préstamos, por lo que se vería en la imposibilidad de concluir la temporada. Semejante decisión resultaría una bomba para el fútbol español, dado que obligaría a reformar por completo la clasificación, anulando los partidos ya jugados por el Racing, además de originar cuantiosos quebrantos a otros equipos al suspenderse los partidos que le restasen al club cántabro por jugar.
Semejante catástrofe futbolística no es imaginable, por lo que sólo cabe pensar que estos dos meses de reflexión van a ser utilizados por los accionistas para forzar a las instituciones a que sean más generosas y para cambiar el clima popular hacia el Centro de Ocio, que hoy es claramente negativo. Todos los intentos de presentarlo ante la opinión pública han chocado, en el mejor de los casos, con el desinterés y el propio Ayuntamiento no ha querido llegar más lejos en la tramitación al comprobar la frialdad del electorado ante la posibilidad de entregar al club un espacio público.
La justificación política del centro de ocio es aún mucho más complicada después de la opinión negativa de los Comerciantes del Centro de Santander y de los hosteleros, que a través de una encuesta interna, se pronunciaron masivamente en contra. Los argumentos que hubiese podido utilizar el Ayuntamiento para respaldar las pretensiones del equipo y entregar los terrenos –el positivo efecto económico que el Racing genera sobre la hostelería y el comercio– han quedado definitivamente arrumbados por la posición de estos colectivos. Un duro golpe que Santiago Díaz demostró haber acusado durante la junta de accionistas.
En estas condiciones, la pelota lanzada en 1996 por las autoridades al privatizar el Racing ha vuelto a su tejado. Y es que, antes o después, los males del fútbol tienen que ser recompuestos siempre por las Administraciones. En las próximas semanas asistiremos a un progresivo enardecimiento de la calle ante la posibilidad de que el Racing se disuelva, probablemente impulsado desde el propio club, y el 15 de enero, sabremos quien gana este pulso.