El tanatorio El Alisal cobra vida
Hasta ahora, cuando un cántabro fallecía, sus familiares y conocidos no tenían otro remedio que hacinarse en los estrechos pasillos de un hospital para velarle. De hecho, Valdecilla es ya uno de los pocos hospitales españoles que presta servicios de tanatorio, aunque no esté obligado por ley. En principio, le hubiera bastado con unas cuantas cámaras frigoríficas y un par de salas de uso interno, pero la ausencia de otros tanatorios privados en la región –a excepción de la Clínica Mompía– le ha llevado a acoger casi todas las despedidas de difuntos en Cantabria.
Esta arraigada costumbre de visitar las viejas salas del complejo hospitalario está a punto de cambiar. Ni siquiera está claro el futuro de estos catorce velatorios que, de acuerdo al Plan Director de Valdecilla, podrían ser sustituídos por un Instituto Anatómico Forense. En realidad, su desaparición no supondría un problema para los cántabros, que dispondrán del moderno tanatorio construido por Funeraria La Montañesa en El Alisal y, con el tiempo, podrían contar con otro más porque, siguiendo sus pasos, Nereo Hermanos, va a levantar otro tanatorio similar en La Albericia, a pocas manzanas del anterior.
Los tanatorios no son un invento nuevo, existen en toda España pero a Cantabria han tardado en llegar. “Quizá por las dificultades para acometer un proyecto de estas características”, dice el consejero delegado de Funeraria La Montañesa, Miguel Marcote. Y es que han sido necesarios diez años con el proyecto bajo el brazo, dieciséis meses de obras y una inversión superior a los mil millones de pesetas, para que el tanatorio cobre vida metafórica. Tiempo y dinero que, como explica Miguel Marcote, justifican un proceso lento y complicado: “Llevamos diez años tras esta iniciativa, pero es un proyecto costoso y, además, debíamos encontrar el lugar idóneo para ubicarlo”.
En este sentido, Marcote cree que montar un tanatorio no está al alcance de cualquier inversor privado. “Para tener éxito dentro de un sector con unas connotaciones tan peculiares como éste, se necesita el respaldo de una funeraria”, señala. La Montañesa cumplía con todos los requisitos. Actualmente, realiza el mayor número de servicios fúnebres –unos 2.000 al año–, sirve al 90% de las compañías de seguros especializadas en decesos, y cuenta con delegaciones en Santander, Torrelavega, Castro Urdiales, Laredo, Santoña, Camargo, Potes o Los Corrales de Buelna. Quizá por eso no muestra preocupación ante la posible competencia de otras funerarias o del propio Hospital Valdecilla que, en opinión de Marcote “ni es un negocio, ni mucho menos nuestra competencia. Bastante hace con prestar este servicio a los vecinos de Santander, cuando no es su misión”.
Una misión social
Para comprender que la muerte se está desmitificando cada vez más, basta con ver la zona elegida por La Montañesa para trasladar las dependencias de la funeraria y ubicar el tanatorio. Lejos de estar aislado del frenético ritmo de la ciudad, preside uno de los nudos con mayor crecimiento urbanístico y comercial, donde, por el momento, se ubica un centro Carrefour, una gasolinera y varias macrotiendas. Por si fuera poco, el Cierro del Alisal también será el emplazamiento del nuevo restaurante de comida rápida de la firma McDonald’s y de un supermercado de la cadena Mercadona. Para los más susceptibles ante la construcción de un tanatorio junto a sus viviendas, Miguel Marcote deja claro que las instalaciones de La Montañesa respetan el entorno y no van a suponer ningún perjuicio para los vecinos. “Ni lío, ni ruidos, ni problemas de aparcamiento”, confirma.
Lo que sí comparte el consejero delegado de la funeraria cántabra es el nuevo sentido que la sociedad está dando a la muerte. Por eso, defiende que un tanatorio cumple, ante todo, una misión social. “Si fallece un ser querido, sus familiares y conocidos quieren pasar las últimas horas con él de la forma más cómoda posible y en un entorno agradable. De no ser así, serviría con una cámara frigorífica”, comenta. Y para conseguir que su tanatorio cumpla con esta ‘función social’ se han tomado una serie de medidas. “Nuestro objetivo es cambiar la típica imagen de las funerarias donde todo, hasta el personal, va acorde”, señala Marcote. Para su responsable, deben prestar un servicio tan personalizado como el de un buen hotel y, para lograrlo, han contratado azafatas jóvenes, pero con experiencia en atención al público, que hagan que esta situación dolorosa sea más llevadera. “En La Montañesa, cada vez trabaja más gente joven con formación universitaria. No deja de ser como cualquier otro trabajo, salvo que se necesita una dosis mayor de psicología”, explica el empresario.
No obstante, Marcote confiesa que el ambiente de un tanatorio no siempre se corresponde con la imagen dramática que tiene asociada. “A excepción de la muerte de jóvenes o de accidentes inesperados, donde la atención de los empleados de la funeraria debe duplicarse, los parientes más afligidos se refugian en un lugar más apartado, y el resto afronta la situación con cierta serenidad”, destaca. Y es que, pese a la atmósfera que le rodea, la muerte forma parte de la naturaleza.
Una estética acorde con la vida
Este nuevo concepto de la muerte, ligado más que nunca a la vida, ha servido como punto de partida para el diseño de las instalaciones. “Hemos tratado de quitarle todo el hierro posible al asunto para que el visitante encuentre paz”. Así, ni las azafatas vestirán de negro ni ninguna otra cuestión que esté al alcance de la funeraria nos recordará, en principio, a la muerte. Por el contrario, la recepción más bien evoca a la de un hotel y, hasta los carteles con el nombre de los difuntos, han sido reemplazados por modernas pantallas de plasma con un directorio de las salas, similar al de los aeropuertos.
El tanatorio es un edificio vanguardista y funcional, con zonas verdes y enormes cristaleras. “Además de luz y jardines, hemos buscado claridad a través de la altura de los techos, el volumen irregular del edificio, el suelo de cerámica, el acero, las maderas, la suave pintura de las paredes o la iluminación”, puntualiza Marcote. Y lo cierto es que han dotado al edificio de un diseño fresco que, para el consejero de la Montañesa, “debe estar más acorde con los jóvenes, que generalmente son los que se quedan, que con los que se van”. Marcote, que ha visitado muchos tanatorios españoles antes de acometer la obra, dice no haber encontrado otro con una presencia parecida.“Si no supiéramos lo que es, nos vendríamos a vivir”, bromea con sutileza.
Aunque el edificio no se olvida de otras características constructivas, distintas a las meramente estéticas, como la instalación de un avanzado sistema de climatización para regular la temperatura de un lugar donde, previsiblemente, se reunirá mucha gente, o la fachada ventilada de piedra gris artificial –donde la cerámica va separada unos centímetros de los rastreles–, que además de inalterable al paso del tiempo y a las duras condiciones climatológicas del norte, no se había utilizado anteriormente en ningún otro edificio de la región.
Servicio integral
Sin salir de los 7.000 m2 construidos, el usuario puede acceder a todos los servicios que se convierten en necesarios tras la muerte de un allegado. Hasta allí llegará dirigido por la propia funeraria, en caso de estar asegurado por una compañía, o libremente, si no dispone de seguro. A estos últimos, el tanatorio les cuesta unos 360 euros (sesenta mil pesetas) añadidas al coste del servicio fúnebre, que puede incluir, desde los trámites sanitarios a las flores o la inserción de una esquela en el periódico.
La intención de La Montañesa es poner en marcha un servicio de traslado gratuito desde cualquier hospital o vivienda hasta el tanatorio, poniéndose a disposición del cliente a partir de una simple llamada de teléfono y a cualquier hora, dado que su servicio como funeraria es permanente.
Una vez en el tanatorio, ya no tendrá que desplazarse para enviar unas flores, porque allí mismo se topará con una floristería, o para elegir la caja, ya que habrá una completa exposición de arcas. Y lo mismo si necesita una sala de reuniones para resolver en familia cuestiones de última hora o una cafetería-restaurante para tomarse un café o comer.
Desde fuera, el tanatorio parece el resultado de la unión de tres edificios pero, desde dentro, se percibe como un espacio global donde los tres cuerpos están comunicados entre sí, aunque, cada uno tiene un número distinto de plantas: el ala central con varias zonas comunes y las oficinas de la funeraria, un extremo con doce velatorios repartidos en tres alturas, y un tercer ala con la tienda de flores, la cafetería y una capilla con capacidad para albergar a unas 250 personas.
Como un signo más de los nuevos tiempos, la capilla no sólo está abierta a la religión católica, sino también a cualquier otro tipo de culto. “Es una capilla aconfesional y la simbología cristiana podría eliminarse si el interesado, por ejemplo, es ateo”, detalla Miguel Marcote.
El tanatorio tiene dos plantas más subterráneas. La superior, ocupada por un parking privado con una superficie aún mayor que la del propio tanatorio y, la última, con plazas reservadas para los furgones o coches carrozados de la funeraria, una sala de tanatopraxia, otra de autopsias y las cámaras de frío, para la conservación de los cadáveres con o sin caja, durante el mínimo de 24 horas que establecen las autoridades sanitarias antes de enterrar o incinerar.
A excepción de unos cuantos pases para los familiares más directos, el parking será de pago, aunque Marcote se compromete a fijar una tarifa más económica que la de otros subterráneos de la ciudad.
Doce velatorios
La joya del edificio, para el responsable del tanatorio, son sus doce velatorios, auténticos apartamentos de más de 50 m2 con aire acondicionado, hilo musical, armarios empotrados y varios ambientes separados por mamparas de cristal al ácido, para que familiares y amigos puedan reunirse en función de la proximidad con el difunto.
Al haber sólo cuatro velatorios por planta se evitarán las aglomeraciones y el pasillo, que seguirá siendo un lugar frecuente para la reuniones, será ancho y con bancadas.
Una de las novedades es que nadie podrá acceder directamente al cadáver porque, como dictan las leyes sanitarias, debe estar aislado en un túmulo, con temperatura adecuada para su conservación y la de las flores.
A no ser que la persona acceda hasta el fondo del velatorio, normalmente ocupado por la familia más íntima, no tendrá por qué ver el féretro. El diseño del edificio ha previsto una zona restringida con un montacargas para el traslado de los cadáveres desde el sótano, de forma que nadie pueda cruzarse con ellos. Todo está pensado para que el edificio recuerde lo más posible a un hotel y cuanto menos a la muerte.