Historias de la economía actual
Todos entendemos más o menos lo que es una marca en el sentido corriente de la palabra y los que tienen hijos adolescentes más, pero, desde la perspectiva legal, es todo signo o medio que sirva para distinguir unos productos de otros similares. La marca puede estar constituida por palabras, imágenes o formas.
Una vez sentadas las bases, vamos a contar una historia que se refiere a una marca deportiva, concretamente de un club de fútbol inglés, uno de los más populares, aunque no sea el que más torneos gana, el Arsenal londinense, que quiere decir literalmente lo mismo que se entiende en español; allí se les conoce popularmente como los gunners, o sea los cañoneros, y su emblema es, como podía esperarse, un cañón y un escudo.
El club inglés, o mejor dicho esta sociedad, tiene desde 1989 registradas las marcas “Arsenal” y “Arsenal Gunners” y diseña y distribuye todas esas cosas que los hinchas se ponen alborozados cuando van a ver a su equipo, entre las que se encuentran camisetas, bufandas, gorras o calzado deportivo.
La tía
Mrs. Hutchington se había acercado aquel domingo por la tarde hasta el tradicional campo de Wembley con su sobrino Mathew, aficionado del Arsenal desde la infancia y que llevaba tiempo insistiendo a su tía para que le acompañara a contemplar la victoria de su equipo ante los rivales también londinenses del Chelsea.
Mrs. Hutchington era una dama bastante extravagante, actitud que había mantenido desde hacía 65 años que eran los que tenía, y poseía una vitalidad considerable para esa edad. Vivía en una mansión de estilo victoriano de Baker Street y poseía, además, unas cuantas miles de acciones de varias de las empresas mejor cotizadas en la Bolsa.
Antes de entrar en casa de su tía, el sobrino se había enfundado la gorra del equipo, la bufanda y la camiseta, que le daban un aspecto ciertamente llamativo.
El mayordomo Mortimer le comunicó que había llegado su sobrino y se tomó la libertad de añadir: “Si me permite la señora le diré que su señor sobrino presenta hoy un aspecto bastante pintoresco”.
–“Oh –exclamó ella mientras se colocaba la pamela de cuando los tiempos de Chamberlain y que era lo más parecido a una ensaladera sólo que en vez de lechugas y tomates tenía unas flores enormes azulonas y amarillo limón del tamaño de repollos–. ¿Y a que es debido eso exactamente, Parker?, añadió de manera mecánica.
–Pues verá, my lady, es que su sobrino viene caracterizado de supporter de ese equipo de los cañones, el…, el…
–El Arsenal, completó ella con un perfecto acento cockney, o sea comiéndose el sonido de la letra r y haciendo mas larga la a inicial.
–Efectivamente, my lady, e incluso se ha pintado la cara con los colores del equipo. ¡Qué falta de gusto! si me permite la señora decirlo.
–Te lo permito, Mortimer, te lo permito, le respondió sin hacer más caso que si hubiera entrado un soplo de aire por la ventana, el gato, o el fantasma de Canterbury, porque ella permanecía enfrascada delante del espejo colocándose la pamela, tan grande, tan ancha y tan alta que ni se le podía ver la cara, ni ella ver a nadie, a menos que estuviera en un radio de dos metros o tirado por el suelo.
Para convencerla, el sobrino argumentó que iban a ir a un palco privado que él convenientemente había reservado con antelación y que podría tomar el tea tranquilamente a eso de las cinco en punto, un assam orange pekoe golden tip traído esta misma semana desde la laderas del Himalaya por su primo Sir William, el explorador.
La tía se empeñó en entrar con la pamela puesta al estadio, a pesar que la anchura de las puertas de Wembley no estaba previstas para esos casos, pero no era cosa que usara la destinada a los vestuarios o el antiguo acceso de carrozas.
Antes de entrar, y ya en los alrededores de Wembley, exclamó: “!Mira, sobrino, que típico… Me gusta, creo que voy adquirir un gorrito de esos. Parker please, vaya a comprar uno de esos accesorios”.
–Esto… ejem, tía, es que esos productos son ilegales –le interrumpió el sobrino que además de joven abogado, era casualmente unos de los accionistas del club–. Copian nuestros modelos y nuestros distintivos.
–Of course Mathew –respondió ella–. Pero observa que el vendedor tiene un letrero donde indica que no se trata de los productos oficiales esos que dices tú.
–Efectivamente tía, y en un cartel por cierto bastante mal escrito, reconoció el sobrino, quien pensó que si le explicaba el estado de la situación desde el punto de vista legal, ella lo entendería.
La confusión
–Verás tía –empezó Mathew su exposición economicojurídica–. Nos hemos visto obligados a ejercer una acción por responsabilidad extracontractual y otra por violación de nuestro derecho de marca.
–Mira, sobrino –respondió ella–. Tu difunto tío, como bien sabes formó parte durante cuarenta años de la House of Lords, pero yo de cuestiones legales no tengo la menor idea, así que explícamelo mejor porque no lo entiendo.
–Bueno, pues lo que pasó –continuó Mathew– fue que la High Court of Justice desestimó sorprendentemente nuestra acción por considerar que no habíamos conseguido probar que hubiera una verdadera confusión en la mente del público entre los productos no oficiales vendidos en la calle y los oficiales del Arsenal.
A todo esto ya había empezado a llover en Londres como es normal y Mortimer, el mayordomo, siempre precavido, sacó un par de paraguas, pero que en el caso de Mrs. Hutchington resultó completamente inútil puesto que el diámetro de la pamela era bastante mayor que el del paraguas.
–No obstante –continuó Mathew con su discurso, ajenos a las inclemencias meteorológicas–, las sentencias del Tribunal Europeo nos dan razón. En nuestro caso es evidente que hay un riesgo de confusión en la mente de los seguidores respecto a la procedencia de los productos, y en particular esa advertencia en forma de cartel que ponen en el puesto no garantiza nada, puesto que los productos no oficiales son perfectamente confundibles con los originales en cuanto salgan de este tenderete. Y el Tribunal Europeo tampoco da validez al hecho de que esos productos falsificados se perciban por el público como un testimonio de apoyo o lealtad a un club –terminó, por fin, Mathew– porque quien lo fabrica y lo vende no lo hace exclusivamente por amor a unos colores, sino para ganar dinero.
Dicho lo cual, se dispusieron ambos a ver el partido que, por si a alguien le interesa acabó con el resultado de Arsenal 3, Chelsea 1.