La biomedicina como última frontera científica

Un área de frontera, un territorio por explorar que se intuye como inagotable y que concentra buena parte de la investigación que se realiza en el mundo. Es el territorio de la biomedicina y en él la región cuenta con un actor de peso, el Instituto de Biomedicina y de Biotecnología de Cantabria (IBBTEC). A pesar de que la escasez de recursos le impide cumplir con la aspiración de diseñar un plan estratégico que oriente su actuación a largo plazo, sus 17 grupos de investigación trabajan en la generación de ciencia básica al más alto nivel, aunque sin perder de vista que sus hallazgos deben concretarse en avances que repercutan en la mejora de la medicina o en aplicaciones biotecnológicas.
El papel que cumple el Instituto no se agota en su capacidad investigadora; también presta servicios sustanciales como apoyo al nacimiento de nuevas empresas de biotecnología o aportando su conocimiento al asesoramiento de la industria alimentaria. Y su equipamiento de altísimo nivel puede ser utilizado por empresas e investigadores ajenos al Instituto que puedan necesitarlo.

Una investigación de vanguardia

En las instalaciones que el IBBTEC inauguró en 2013 en el Parque Tecnológico trabajan cerca de 120 personas, entre investigadores y técnicos de apoyo. Aunque su financiación varía mucho de año en año, cuenta con unos seis millones de euros por ejercicio, procedentes de convocatorias europeas y de fundaciones privadas. Este presupuesto se dedica íntegramente a la investigación porque los gastos de funcionamiento de las instalaciones, que rondan los 350.000 euros, son cubiertos por las instituciones de las que depende, la Universidad de Cantabria, el CSIC y, en menor medida, Sodercan.
Como suele ser habitual en cualquier área de investigación, son los propios grupos los que captan la financiación para su proyectos y los que directamente acusan vacíos como los que ha provocado la no convocatoria del plan nacional de investigación el pasado año. Aún así, el Instituto mantiene proyectos de investigación con recursos que consigue en otros organismos públicos y privados. El director del IBBTEC, Piero Crespo, cuenta, por ejemplo, con una aportación de la Asociación Española Contra el Cáncer como apoyo a su investigación en biología molecular del cáncer, que le ha valido ser incluido en la red Ciber –Centro de Investigación Biomédica en Red– creado por el Instituto de Salud Carlos III. Su objetivo es encontrar el motivo por el cual las señales moleculares que indican a las células cuándo deben proliferar se alteran en el caso de los tumores, de manera que, sin recibir esa señal, se multiplican desordenadamente. Las farmacéuticas están invirtiendo mucho dinero en encontrar nuevos fármacos que modulen esas señales descontroladas.
Es solo un ejemplo de las líneas de investigación en las que se trabaja en el Instituto, como la que desarrolla el grupo de Ramón Merino en el campo de la artritis reumatoide; la de María Angeles Ros, una autoridad mundial en el desarrollo de las extremidades de los vertebrados, o la de Juanma García Lobo, cuyo grupo monitoriza los microorganismos de la Cueva de Altamira para prevenir las alteraciones que puedan sufrir las pinturas.
Investigaciones como estas pueden acabar desembocando en patentes, como la del nuevo tipo de antitumorales hallado por el grupo que dirige Crespo, o el anticuerpo para el diagnóstico de enfermedades antiinmunes de artrosis reumatoide, descubierto por Merino. Desde que el Instituto se instaló en el PCTCAN, se han registrado ocho patentes.

Apoyo a las empresas

La vertiente práctica del trabajo que desarrolla el IBBTEC se visualiza mejor en su relación con el mundo de la empresa. El Instituto cuenta con una Unidad de Desarrollo Empresarial y Bioincubadora que se encarga de facilitar la salida al mercado –mediante el convenio con una empresa– de los productos desarrollados por los grupos de investigación que tienen potencial para ser explotados comercialmente, como puede ser un fármaco o un kit de diagnóstico.
El IBBTEC también acoge a empresas de biotecnología creadas fuera del Instituto, como StemVital o Genetracer, a las que alquila sus instalaciones. Y prepara el lanzamiento de dos spin offs que sí se han gestado en el propio Instituto, una de ellas para el desarrollo de nuevos antidepresivos y otra para el de bacterias que puedan dar lugar a la síntesis de nuevos biocombustibles.
La relación del IBBTEC con el tejido empresarial se expresa también en forma de asesoría, y algunas industrias alimentarias han recurrido a él para resolver problemas de contaminación por microorganismos. También ofrece el equipamiento tecnológico que posee para realizar microscopía avanzada o secuenciaciones masivas y dispone de instalaciones tan exigentes como un animalario libre de patógenos, zonas para trabajar con radioisótopos o un laboratorio de bioseguridad cuyo nivel solo es superado por los que investigan el virus del ébola.
El potencial de las instalaciones del IBBTEC está aún lejos de de ser totalmente aprovechado. Un tercio del espacio del que dispone está por ocupar, y esa situación puede prolongarse si los recursos públicos que se destinan a la investigación en España continúan siendo tan cicateros. Una vía para paliar esa carencia de financiación podría ser la del mecenazgo, una fórmula que funciona muy bien en otros países y para la que aquí faltan incentivos fiscales. Sería una manera de despejar un panorama que no se presenta muy halagüeño para los investigadores, como advierte Piero Crespo: “Desde luego, para la ciencia española no ha acabado la crisis, y no vemos la salida del túnel todavía. El Plan Nacional no se ha convocado; los planes de formación de becarios cada vez son más exiguos y se dotan menos plazas; en las plantillas, tanto en el CSIC como en las universidades, la tasa de renovación es ínfima, y se están jubilando más científicos de los que entran”, se lamenta el director del Instituto, uno de los centros punteros en biomedicina y biotecnología.

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