La Covadonga enciende de nuevo el horno
Que un ladrillo fabricado en Maliaño con arcilla de una cantera de Los Tojos acabe formando parte de la decoración de una tienda de ropa en Melrose Place (Los Angeles), quiere decir que cualquier producto puede ser exportable. También es indicativo del potencial de una tejería, La Covadonga que, sin embargo, se vio obligada a cerrar en 2014.
De la mano de nuevos propietarios, la centenaria fábrica cántabra de ladrillos se dispone a abrir una nueva etapa, basada en la singularidad de uno de sus productos, el ladrillo klinker, cocido a muy elevadas temperaturas y con alta resistencia a humedades y heladas. Sus especiales cualidades pueden abrirle un hueco en el mercado porque pocos competidores pueden disponer de una arcilla tan idónea para la fabricación del que se considera el mejor ladrillo caravista de todos los existentes. Estas ventajas, muy apreciadas sobre todo en el centro y norte de Europa, encierran un gran potencial de crecimiento en el mercado exterior en opinión de los nuevos dueños de la empresa, que confían en relanzar la fábrica a través de una nueva sociedad, Klinker La Covadonga, que adquirió los activos de la firma desaparecida.
Un Plan de internacionalización
Según el plan de negocio presentado a Sodercan, que ha servido de base al préstamo de un millón de euros concedido por la empresa pública, la planta de Maliaño podría crear 40 nuevos puestos de trabajo, que vendrían a sumarse a los 18 con que ya contaba, y alcanzar en 2019 una facturación de 10 millones de euros.
Estas previsiones están basadas en el convencimiento de poder acceder con éxito al mercado exterior, que será el destinatario principal de sus klinkers. Los anteriores propietarios de La Covadonga, la familia Arche, ya habían iniciado la internacionalización de sus productos, pero su excesiva dependencia del mercado interior, hundido tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, desembocó en un concurso de acreedores y en la liquidación de la empresa.
La Covadonga, no obstante, continuaba teniendo un gran atractivo. Por un lado, su centenaria marca es muy conocida en el sector, que también reconoce la calidad de la arcilla de la cantera de El Tojo. Por otro, la fábrica ocupa 36.000 m2 en una zona de Maliaño de alto valor urbanístico. De hecho, esos terrenos llegaron a ser calificados como urbanos en el Plan General de Camargo de 1996, siendo alcalde Angel Duque. La anulación de aquel Plan por los tribunales frenó el proyecto de trasladar la planta al pie de la cantera, que se iba a financiar con el dinero obtenido por la venta de los terrenos.
Esa posibilidad, que continúa abierta a la espera de lo que determine el nuevo PGOU, explica que una de las dos ofertas que se presentaron ante los administradores concursales para la compra de La Covadonga procediera de un promotor alicantino. Finalmente, la opción elegida fue la de unos empresarios toledanos, los hermanos Jerez Alonso, con larga trayectoria en la fabricación de ladrillos, a los que acompaña en esta aventura una empresa madrileña experta en suelos, Laneman.
La inversión realizada hasta ahora, tanto en la compra como en la puesta en marcha de la fábrica, es de 1,2 millones de euros, pero el nuevo gerente, Fernando Jerez, estima que será necesario otro millón más para desarrollar el plan de exportación que debe garantizar el futuro de la empresa: “La internacionalización ya se había iniciado de forma incipiente en la anterior etapa” –señala Jerez–, “y de no haber existido ese componente exterior no me hubiera interesado por La Covadonga, porque en España el sector está muerto; yo de hecho tengo fábricas paradas en Toledo”, admite.
Modernizar las instalaciones
La primera tarea que tuvieron que abordar los nuevos propietarios fue poner la fábrica parada en condiciones de volver a producir.
Las expectativas creadas por el traslado, tras la venta del suelo como urbanizable, habían llevado a los anteriores propietarios a dejar de invertir en la planta y ahora ha sido necesario reformar los hornos (tanto en el suelo móvil, las llamadas ‘vagonetas’, como en el refractario de las paredes); y cambiar las conducciones desde los hornos de cocción –que alcanzan temperaturas de 1.050 grados– hasta el secadero, para aprovechar el calor sobrante en el secado de los ladrillos. También será preciso modificar la instalación eléctrica.
La ventaja es que estas inversiones supondrán un importante ahorro de energía. “Nosotros estimamos que esta fábrica puede ahorrar en torno al 50% de los costes energéticos” –afirma Jerez–, “y eso es fundamental, porque el 60% del coste de un ladrillo es energía: Térmica, por el gas que consumen los hornos, y eléctrica, para mover los motores de la fábrica”.
También se han hecho inversiones en la puesta a punto del equipo extractor en la cantera de El Tojo, dañado por la falta de uso y los robos. Klinker Covadonga dispone allí de unas 40 hectáreas de las que extrae la materia prima de los klinkers. La cantera está situada a 15 kilómetros de la fábrica y desde que se reinició la actividad, en septiembre, un par de camiones recorren diariamente esa ruta para abastecer los hornos, aunque la producción, todavía intermitente, está lejos de alcanzar la plena capacidad de la planta, unas 140 toneladas de ladrillos al día.
Un ladrillo con múltiples usos
Frente a la caída de otros ladrillos caravista, arrastrados por la paralización del mercado inmobiliario, el klinker resiste mejor. En parte, por sus valores funcionales y decorativos, y en parte por el aprecio que tiene este producto en otros países. La Covadonga fabrica también klinkers esmaltados, con una amplísima gama de colores (212), lo que puede justificar que su ladrillo sea uno de los preferidos por los arquitectos como elemento decorativo tanto en las fachadas como en los interiores. Este papel se ha visto reforzado con los esmaltados metálicos, una innovación que ya se ha empleado este año en obras realizadas en París.
Su resistencia a la humedad y a las bajas temperaturas también hace que sea muy valorado en las obras públicas. Todas las bocas del metro de Madrid están construidas con klinker procedente de La Covadonga, empleado también en el revestimiento de túneles, pantallas acústicas y como pavimento cerámico.
No se descartan otras salidas. La fábrica de Maliaño acaba de iniciar un proyecto, con una empresa de prefabricados de Logroño, para construir viviendas bioclimáticas utilizando el klinker como plaquetas.
Nuevos mercados
A esta versatilidad del producto se une el hecho de que La Covadonga puede fabricar las piezas con las formas y el tamaño que precise el cliente, una opción que tiene muy buena acogida en los gabinetes de arquitectura.
A la espera de que se reactive el mercado interior, el presente de la fábrica pasa por incrementar su presencia en otros países. Actualmente el 60% de lo que produce va destinado a la exportación, y el resto a zonas de España donde el klinker tiene más demanda, como Cataluña o la Cornisa Cantábrica.
Los ladrillos de la empresa cántabra ya se han utilizado en edificios construidos en Gran Bretaña, Francia, Holanda, Rusia y Estados Unidos. La nueva dirección también ha sondeado el mercado sudamericano y el del norte de Africa, unos destinos que resultan impensables, por su coste, para los ladrillos convencionales pero que sí están al alcance del klinker (33 céntimos por unidad, frente a los diez o 12 céntimos de otros ladrillos caravista).
Será un largo viaje hasta otros continentes para un humilde ladrillo nacido de unas arcillas cántabras.