La lata más bonita del mundo

Juan Fernández perdió sus primeros sueldos (25 pesetas) que había reunido estuchando a mano latas de anchoas en las fábricas de salazones Santoña al salir de clase, como hacían otros muchos niños del pueblo por entonces. Han cambiado los tiempos pero nadie lo recuerda como una explotación infantil sino como una oportunidad para tener un dinero de bolsillo en una época en que ningún niño recibía otras pagas.
Guardaba el dinero enterrado en los límites de una pequeña playa que se encontraba junto a las fábricas y nunca llegó a saber cómo se esfumó pero la casualidad hizo que muchos años después levantase su propia fábrica en la misma parcela donde estuvo su maltrecha hucha.
Seguramente da los cinco duros por bien invertidos ahora que se empresa se ha afianzado como una de las más importantes del sector, al menos en calidad. Ganar el premio de la Feria de Santoña, una especie de ‘olimpiada’ del sector, es un motivo de orgullo y puede representar un buen empujón para la marca en el mercado cántabro y en el nacional, pero sabe que aunque anchoa no es una desconocida fuera de Cantabria, la anchoa de calidad, sí. Es difícil convencerle de su valor a quien solo quiere meterla al horno sobre una pizza, porque para el resultado reseco que va a conseguir le vale con cualquier anchoa que venga en una lata de un euro.
Juan Fernández, que está al frente de la empresa familiar con su hermana Ana María, decidió hace tiempo que el envase tenía que representar mejor la calidad del contenido para que el consumidor de sus anchoas fuese consciente de que se trata de un producto gourmet. “Queríamos transmitirle al mundo que unas anchoas excepcionales necesitaban un envase a la altura y se nos ocurrió la idea de la lata más bonita del mundo”, dice.
El resultado es una serie que acaba de ponerse en el mercado en la que el cierre de la lata puede separarse con facilidad del cuerpo, sin dejar rebordes, para invitar al cliente a que la conserve después de consumir las anchoas. “Nuestra lata es un recuerdo y nadie quiere deshacerse de un recuerdo”, explica.
Con esta ilusión, buscaron a la persona indicada para hacer el diseño, “que resultó ser una licenciada en Bellas Artes que, una vez interiorizado nuestro proyecto, dio rienda suelta a toda su creatividad y consiguió transmitir nuestros esfuerzos, sentimientos e ilusiones, como un eslabón más de la cadena de esfuerzos de nuestros pescadores”.
La lata representa, precisamente, un marinero en un mundo de sueños y está realizada en aluminio, para ser más reciclable.

Rápida evolución

Conservas Ana María fue producto de la iniciativa de su madre, que después de trabajar durante 35 años como encargada de otra fábrica, decidió establecerse por su cuenta. Su evolución ha sido rápida en estos últimos años, y siempre centrada en la anchoa de calidad. Un producto que está sometido a la incertidumbre sobre la materia prima, ya que no siempre aparece anchoa en el Cantábrico y cuando aparece no siempre tiene el tamaño adecuado. No es el único problema. El otro es la competencia de países donde la mano de obra es más barata, lo que lleva a algunas empresas locales a subcontratar parte de los procesos en esos lugares, y la venta al exterior de anchoa pequeña que luego retorna a nuestro país a bajos precios, una situación con la que Fernández es muy crítico.

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