Las fábricas de Torrelavega podrían tener su propio sumidero marino de C02
La posibilidad de capturar el CO2 y enterrarlo en capas profundas de la tierra, donde la presión puede llegar a solidificarlo, se ha convertido en un nuevo motivo de debate político, tras las durísimas críticas del PP cántabro a la instalación de dos grandes sumideros subterráneos frente a la costa de Cantabria. Pero la paradoja es evidente: parece preferible que el gas se libere al aire desde las chimeneas a que se almacene en el subsuelo, como se hace con el gas natural.
La polémica recuerda a la que se produjo a mediados de los 80 al descubrirse que el aceite de colza retirado por las autoridades españolas permanecía en grandes tanques del Puerto de Raos a la espera de que los jueces autorizasen su destrucción. Ni la colza adulterada podía contaminar a nadie más que quienes por desgracia se habían alimentado con ella sin saberlo, ni el CO2 va a tener efectos distintos, si se produjese una fuga, a los que tiene ahora que se libera al aire.
Ni los ayuntamientos próximos ni la Consejería de Medio Ambiente habían sido informados de esta localización de futuros yacimientos para el CO2, que ha realizado la Fundación de Estudios de la Energía para el Ministerio de Industria. Otro tanto ha ocurrido con los nueve sumideros propuestos en el resto del país. El Estado tenía mucho interés en mantener el sigilo hasta acabar los trabajos, para evitar la aparición de especuladores (sobre todo en el caso de los emplazamientos que se encuentran tierra adentro).
De los once posibles sumideros que se ha reservado el Ministerio de Industria, cuatro son marinos y están en la costa cantábrica, frente a Llanes, en el límite entre Asturias y Cantabria, en el litoral de Suances y en Mundaka (Vizcaya). El resto se encuentran en el interior: Guardo (Palencia); Colmenar Viejo (Madrid); Tomelloso (Ciudad Real); La Murada (Alicante); Ejulve (Teruel) y La Tumba (Zaragoza).
Se trata de lugares estables, donde los yacimientos estarían situados a más de mil metros de profundidad y aislados por capas geológicas herméticas. Cada uno tendría una capacidad de almacenamiento superior a los cien millones de toneladas de CO2, para garantizar una larga vida útil, lo que, en el caso de Suances, podría dar servicio a las fábricas de la zona durante décadas, incluso después de entrar en funcionamiento la central de ciclo combinado prevista por Solvay y Viesgo.
El traslado del CO2 resultaría relativamente sencillo y barato, puesto que la distancia es corta (desde Torrelavega a la costa hay aproximadamente ocho kilómetros) y la propia Solvay ya tiene un sistema de tuberías hasta el mar, con una vía de servicio, la que utiliza para verter los residuos de fabricación menos contaminantes.
Antecedentes
El procedimiento para secuestrar el CO2 no es muy distinto al que se usa para almacenar el gas natural de importación en un yacimiento marino ya explotado que se encuentra frente a la costa de Vizcaya. Se trata de capturar el dióxido de carbono producido al quemar combustibles fósiles en fábricas y centrales térmicas e impulsarlo por un sistema de canalizaciones hacia el sumidero.
La inyección de CO2 en el subsuelo no es novedosa. En realidad, las compañías mineras y petroleras lo hacen en varios lugares del mundo, introduciéndolo en yacimientos petroleros o de gas natural para impulsar el crudo o el gas que resulta más difícil de extraer. En otros casos, se ha inyectado en minas de carbón para evacuar el metano. También hay ejemplos de simple almacenaje en viejas explotaciones de gas y petróleo o de disolución de CO2 en acuíferos salinos.
Ventajas estratégicas
Aunque la única solución definitiva para el CO2 está en buscarle utilidades para consumirlo –ya se está intentando en la producción de plásticos,– el enterramiento da un respiro en el cumplimiento de los compromisos de Kioto, ya que permite retirar del cómputo hasta un 80% de las emisiones de las fábricas o plantas térmicas donde se hagan las instalaciones de captura.
Para los países más dependientes del petróleo tiene otra ventaja estratégica, al dar nueva vida a las centrales de carbón, con las que pueden compensar el encarecimiento del crudo. Si los gases que producen durante la combustión se pueden canalizar, no habría obstáculos para abrir nuevas centrales de este tipo o usar más intensivamente las que ya existen, sin riesgo de superar los límites de emisiones establecidos.
Cualquier otra vía que se intente para eliminar el dióxido de carbono tiene un potencial muy inferior. El Ministerio de Medio Ambiente calcula que el mecanismo natural admitido para el secuestro de CO2, la ampliación de las masas forestales o el cambio de tipos de cultivos apenas equivaldrá al 2% de las emisiones autorizadas para España, un porcentaje muy pequeño, aunque no pueda despreciarse ninguna aportación.