Los cien años de Lostal, en un libro
El siglo de vida de Lostal, una de las empresas más reconocidas de Cantabria, ha quedado plasmado en un libro. Una aventura que comenzó en el pequeño negocio del matrimonio formado por Eduardo Lostal y Matilde Gutiérrez y que pocos pudieron pensar que llegaría tan lejos, porque el temprano fallecimiento del padre de familia dejó al frente de la empresa a su viuda, con cinco hijos muy jóvenes que tuvieron que afrontar las circunstancias.
Como Viuda de Lostal, el almacén de materiales de construcción de la calle Cervantes siguió adelante. Se sirvió de la edificación de varios nuevos barrios en Santander para crecer y pronto demostró un notable espíritu emprendedor, al adquirir una mina y una fábrica de yeso en Sobarzo. Antes de concluir la década de los veinte del siglo pasado, la familia ya había comprado otra mina de yeso en Gajano. Desde entonces ha sido una constante la vinculación de Lostal con las canteras y la materia prima destinada a la construcción.
Las baldosas hidráulicas que fabricaba Lostal empezaron a cubrir los suelos de viviendas y establecimientos comerciales de toda la provincia. Incluso los de la Prisión Provincial, construida en 1931 y recientemente derribada, donde el volumen de trabajo fue tan notable que optaron por trasladar la maquinaria a la propia obra y producir las piezas in situ.
Al finalizar la Guerra Civil, los Lostal adquirieron un nuevo local en la calle Ruiz de Alda, donde reubicaron la fabricación de baldosas.
El fallecimiento de la cofundadora, Matilde Gutiérrez, en 1940, dio lugar a una nueva forma societaria. Sus cinco hijos vivos constituyeron un comunidad de bienes, que en 1952 tomó la forma de sociedad regular colectiva E. Lostal y Cía. Pocos años antes habían inaugurado unas instalaciones en la Plaza de los Remedios, que convirtieron en tienda, almacén y oficinas –el mismo lugar donde permanece la sede y parte de las instalaciones de la compañía– aunque mantuvieron los almacenes de Ruiz de Alda y Cervantes.
Tras el incendio de Santander, en 1941, Lostal iba a tener un papel protagonista en la reconstrucción del centro de la ciudad, literalmente desaparecido. La propia empresa se sintió empujada a construir unos bloques de viviendas en la calle Castilla para alquilárselos, a un precio simbólico, a sus trabajadores, consciente de la dramática situación que atravesaba la capital, sin alojamientos para miles de personas que habían perdido sus hogares.
En 1952, la familia entró a formar parte de una explotación de antracita a cielo abierto situada en Guardo (Palencia), una vinculación que mantuvo hasta los años 90. En esa época, también invirtió en canteras y en un horno de cal situado en Igollo.
En la década de los 60 se produjeron varios acontecimientos que ratificaron a Lostal como una de las grandes empresas de la región. Transformada en sociedad anónima, adquirió 20.000 m2 en el Polígono de Candina donde instaló nuevas fabricaciones de terrazo y tuberías de hormigón. También en esa época se alió con otras tres familias con intereses en el sector de las canteras (los Chacarra, los López-Tafall y los Arruti) para dar un salto cualitativo en el negocio de los áridos y fundar Candesa.
El perímetro de la empresa había crecido tanto como la demanda de materiales de construcción, en una década en la que se estaba reasentando una buena parte de la población española y Santander, aunque no recibió una avalancha de nuevos habitantes como otras ciudades industriales españolas, se ampliaba con el barrio de Cazoña.
Las dimensiones que había alcanzado Lostal llevaron a la familia a incorporar la informática cuando apenas nadie había oído esta palabra. En 1964 adquirían el primer ordenador que, en realidad, era un conjunto de grandes equipos informáticos que ocupaba una gran sala, aunque la memoria de la unidad central era de unos modestísimos 12 kilobytes.
La tabuladora de fichas perforadas y la maquinaria complementaria costaron nada menos que 2,6 millones de pesetas de la época. Ese carácter pionero y la relación que cuajó Lostal con IBM darían origen, con el tiempo, a otra de las empresas del grupo, Cesoin, especializada en software y hardware.
Lostal tampoco estuvo ausente de las grandes obras de los años 70, como el nuevo Hospital Valdecilla o el Mercado de Ganados de Torrelavega, y por entonces tomó una participación en la fábrica de cementos Alfa, con la que mantenía una relación estrecha desde su fundación en 1930.
Además, la familia añadía a su larga lista de negocios otras participaciones en Forjas de Reinosa, Yesos de Aguilar y Azulejos Bellido.
La tercera generación de los Lostal se incorporaba a la empresa en esos años, entre ellos el actual presidente, Jesús García-Lostal, y ampliaba los puntos de venta, con la apertura de exposiciones en Torrelavega, Noja (donde está acompañada de un almacén de materiales) y Valle Real, aunque este último no llegó a consolidarse.
El centenario ha llegado en un mal momento para la construcción y los sectores vinculados, pero con una Lostal que difícilmente pudieron imaginar sus fundadores.