Los negocios no son para siempre
Los trabajadores de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre puede que sean envidiados por todos los demás, porque nadie más que ellos tienen la posibilidad de crear dinero físicamente. Pero, pasada la emoción inicial, su trabajo es como cualquier otro. Eso sí, como cualquier otro trabajo de por vida. Siempre ha hecho falta dinero y cada vez más, sean euros o pesetas. Pero esta convicción, como otras muchas, puede quedar arrumbada. La tarjeta ha sustituido al papel moneda en casi todos los pagos de cierta cuantía y mucho más ahora que el Gobierno ha restringido los que se pueden realizar en metálico para reducir los movimientos del dinero negro. Pero incluso en las pequeñas cantidades, el uso de la moneda tiene los días contados. En muchos países orientales y, sorprendentemente en algunos africanos, cada vez es más corriente pagar con el móvil el autobús o el material escolar.
Al desaparecer las monedas, no sólo dejarán de tener ocupación quienes las fabricaban. Cada día se desplazan por las carreteras españolas tráiler cargados con euros y céntimos de euro, porque la moneda abulta bastante más de lo que suponemos los que las manejamos. Una ristra de camiones de gran tonelaje vinieron con los euros a Cantabria hace trece años, cuando sustituyó la peseta, para que los bancos estuviesen abastecidos el primer día y, a partir de ahí, empresas, comercios y ciudadanos en general.
Muy pronto no sólo no habrá que transportar dinero. Tampoco contarlo, hacer arqueos cada tarde en las tiendas, llevarlo al banco, volver a contarlo allí… porque el dinero virtual ni ocupa lugar ni casi ocupa tiempo, se cuenta solo.
Del cine en las salas a las descargas
Con el cierre de Megaupload, la plataforma que permitía la descarga gratuita de películas de cine y teleseries, se creó la expectativa de una inmediata vuelta a los cines. Pero las estadísticas indican lo contrario. Los usuarios han encontrado otras alternativas, lo que indica lo complicado que es cortar las hemorragias en Internet donde en el tiempo que se cierra una puerta se abren tres ventanas.
En 2014 la venta de entradas de cine creció en España después de varios años de caídas, como consecuencia de algún éxito esporádico, como el de Ocho apellidos vascos, pero los tickets vendidos (88 millones) están muy lejos de las 144 millones de butacas ocupadas hace diez años. Además, se ha producido un desvío de espectadores hacia las salas más baratas o a las proyecciones con ofertas, de forma que la recaudación de todo el país ha bajado a 518 millones de euros, menos de lo que facturan algunas cadenas de tiendas.
Alguien puede pensar que esa evolución es consecuencia de cierta lenidad a la hora de perseguir la piratería en España. De hecho, lo piensan todas las productoras cinematográficas, que estiman que el 90% de las películas, series y partidos de fútbol que se divulgaron a través de la Red el año pasado eran ilegales.
En cualquier caso, es el momento de replantearse si ha llegado la hora de cambiar de negocio, y muchos propietarios de cines ya lo han hecho. De los 1.200 que había en el país a inicios de la pasada década, sólo quedan 710.
El fin de las grandes marcas fotográficas
Ni España es el único estado donde las nuevas tecnologías han desafiado a las regulaciones ni el cine es el único sector puesto en apuros.
La empresa japonesa de carretes fotográficos Fujifilm es una clara víctima de la evolución tecnológica. La fotografía digital ha arrumbado para siempre la vieja película pero Fuji no se ha rendido. Ha buscado un hueco distinto y lo ha encontrado… en la cosmética. Por insólito que parezca, ha optado por esa vía para aprovechar los avances que había realizado en los colágenos y en los antioxidantes que utilizaba en las películas. Ya no tienen utilidad para fijar unas imágenes que nadie registra en celuloide pero sí pueden combatir el paso del tiempo en la piel humana y la compañía ha entrado con fuerza en la cosmética de alta gama con la marca Astalift. También ha diversificado en el campo la medicina y ha fabricado algunos de los tratamientos aplicados para combatir el ébola hasta la aparición de la vacuna.
Kodak, la marca que introdujo la película fotográfica y consiguió popularizar la fotografía entre las familias, quebró después de 125 años de éxito, algo que parecía inimaginable hace solo década y media. Después de veinte meses de estancia en el infierno, ha resucitado pero como una empresa mucho más pequeña para dedicarse al negocio de la venta de equipos de impresión digital para empresas, donde tampoco lo tendrá fácil, ya que la competencia es muy fuerte y asentada.
Los fabricantes de móviles no se libran
Ni Kodak ni Polaroid, que en Estados Unidos tenía un gran predicamento se subieron a tiempo al cambio tecnológico, quizá porque su producto pertenecía a otra época y no era reinventable. Pero también los fabricantes de teléfonos móviles (el aparato que hoy triunfa) pasan por malos momentos. La finlandesa Nokia, que era líder del mercado y madre de muchas de las innovaciones, subió en Bolsa un 70% entre comienzos de 2007 y mediados de 2008. Desde entonces, como consecuencia de la competencia de Apple y de Samsung ha llegado a perder un 90% de su valor y hubiese desaparecido de no haber sido adquirida en 2013 por Microsoft para dedicarla al campo de las redes y los servicios. La taiwanesa HTC, que introdujo el sistema Android hace siete años ha vivido un proceso muy parecido. Sus títulos repuntaron un 75% en año y medio (entre mediados de 2010 y 2011). En 2012 la firma se desplomó un 70% y ahora cotiza diez veces por debajo, mientras se pronostica su desaparición.
El negocio de la información telefónica también desaparece o, en el mejor de los casos, cambia de manos. Las Páginas Amarillas (Yell Publicidad), los 11822 de Telefónica o el 11811 de Telegate puede que tengan los días contados porque ahora quien encuentra los teléfonos es Google. Mientras que las llamadas a los servicios de información telefónica cuestan un euro por minuto de media, Internet lo ofrece gratis. Así no es es difícil entender que los servicios telefónicos lleven más de treinta trimestres seguidos de caída de facturación y que las páginas amarillas cada vez sean más delgadas y menos consultadas.
La Red compite con las inmobiliarias
En Cantabria ha llegado a haber más de 400 inmobiliarias, pero todas ellas saben que ahora vende más su página de internet que las fotos de su escaparate. Eso no significaría más que un cambio en el vehículo de venta, pero la realidad es que Internet no necesita 400 portales para canalizar esa oferta, le basta con uno, dos o tres lo suficientemente conocidos y de alcance nacional. Son esas páginas que atraen miles de anuncios de particulares y millones de visitantes las que amenazan con dejar fuera de juego a todo un sector.
Los periódicos se hunden
El mundo no ha perdido la sed por estar informado, pero eso no significa que los periódicos se vayan a mantener. Las tiradas están bajando a ritmos anuales de dos dígitos y el problema es que ya están muy cerca de la línea del subsistencia y muchos la han rebasado. Por debajo de un determinado número de ejemplares no sale rentable imprimir y distribuir esos periódicos a miles de puntos de venta. Dado que en muchos de ellos apenas se venden ya más de una o dos copias, el esfuerzo hercúleo resulta aún menos justificable. Las rotativas se pararán para siempre sin tardar mucho.
Es cierto que su demanda sigue existiendo, aunque ahora trasladada a Internet y, en teoría, eso debiera ser una noticia magnífica para los medios de comunicación, que ahora pueden llegar al público sin los desmesurados costes que supone la impresión y la distribución, para un producto que se vende a poco más de un euro, pero en realidad es una muy mala noticia. En Internet no se paga por lo que se lee y los intentos por implantar un peaje de acceso están teniendo muy poco éxito. Cuando un lector comprueba que su periódico le cierra las puertas en Internet no está dispuesto a pagar para abrirlas de nuevo, sino que se busca otro que siga ofreciendo las noticias gratis. El resultado es que la difusión en papel bajó el pasado año un 20%, sin que esta pérdida de ventas se compense por los ingresos de la publicidad en las ediciones digitales.
Como esta crisis en el modelo de negocio coincide con la crisis general, que ha vaciado de publicidad todas las ediciones (las tradicionales y las digitales), el resultado es ruinoso. La prensa cántabra ha perdido en dos años un 34% de los ingresos, y la evolución no es muy distinta en la prensa nacional. El sector es, después de la construcción, el más afectado por la crisis en porcentaje de empleo perdido y las expectativas son francamente malas, porque nadie sabe cuál puede ser la salida.
De los productos industriales a as apps
Aparentemente, hay sectores con los que nunca podrá la economía virtual, porque se basan en productos físicos que no pueden tener una versión digital. Pero esa convicción también empieza a ser socavada por la realidad. Para qué quiere alguien ahora una pequeña linterna, una cámara de fotos, otra de vídeo, una grabadora, una máquina de videojuegos, una calculadora o un reloj si todo eso lo tiene ya su teléfono móvil. Es posible que durante algún tiempo mantengamos la inercia de contar con estos aparatos redundantes pero antes o después llegaremos a la conclusión de que cuantas menos cosas llevemos encima y más polivalentes resulten, mejor.
¿A qué se dedicarán entonces las miles de fábricas y millones de personas que ahora hacen estos aparatos? La respuesta, hasta hace poco, salía de forma espontánea: harán teléfonos o las aplicaciones informáticas que han virtualizado estas funciones. Pero cada vez parece más improbable. En una sola fábrica de China se hacen todos los Iphone del mundo y los creadores de aplicaciones, aunque sean más numerosos y diversificados, son y serán limitados. Basta con que un pequeño equipo haga un programa atractivo para que de inmediato todo el planeta pueda disfrutarlo a un precio ridículo o nulo. En la era industrial, para abastecer el mercado era necesaria una fábrica en cada país o en cada región.
Cinco empresas españolas se colaron el año pasado en el selecto grupo mundial de diseñadores de apps que han logrado más de diez millones de descargas con alguna de ellas, pero ni siquiera eso les ha garantizado la continuidad, porque los ingresos directos que se originan por estos éxitos son muy escasos y efímeros.
La tienda local ya tiene competidores mundiales
El entramado de tiendas de todo tipo es lo que ha distinguido tradicionalmente una gran urbe de una pequeña población. En las ciudades “hay de todo”, en expresión popular. Pero ahora, por muy aislado que alguien viva, también encuentra “de todo” con solo abrir el ordenador, y lo que compre en ese universo virtual no sabe de dónde vendrá. Lo que es seguro es que le llegará a la puerta de su casa.
Esos grandes centros comerciales de la red es probable que ni siquiera estén en España. Amazon, por ejemplo, hace sus envíos desde Alemania o Inglaterra, pero al comprador poco le importa. El coste de transporte es el mismo que si se lo envían del pueblo de al lado o incluso inferior.
En estas condiciones, no le será fácil sobrevivir a los negocios de toda la vida, que necesitan un stock, un local, iluminación, dependientes y, sobre todo, un número suficiente de clientes. Y los clientes existen, pero son cada vez más volátiles y menos fieles. Con cualquier comparador de precios puede encontrar ese producto al precio más barato y comprarlo al instante en la tienda de internet que lo ofrezca. Que el almacén donde se encuentra ese producto esté en el otro extremo del mundo ya no tiene importancia.
Diagnósticos a distancia
Hay prestaciones que parece inevitable que permanezcan. Es evidente que en las administraciones públicas hacen falta muchos menos funcionarios ahora que el propio ciudadano hace solicitudes informáticas que nadie más tiene que teclear, registrar o archivar. Parece más difícil, en cambio, sustituir prestaciones personales, como las sanitarias, pero tampoco eso es tan seguro. La telemedicina va a conseguir que cualquiera, con un terminal en su casa, pueda hacerse un chequeo básico y sólo será necesaria la intervención de un profesional cuando aparezcan valores anómalos. De esta forma dejarán de ser necesarias las visitas recurrentes que saturan los consultorios. De hecho, muchas de las rutinarias ya han desaparecido con la receta electrónica.
Incluso las pruebas diagnósticas más sofisticadas es probable que se hagan a distancia, en lugares de bajo coste. Hay hospitales de Estados Unidos que envían por Internet a la India y Pakistán las pruebas de radiodiagnóstico hechas a sus pacientes para que médicos de aquellos países las informen, con un coste bastante menor y la ventaja de que la diferencia horaria permite que ese trabajo esté en los ordenadores de los doctores norteamericanos a la mañana siguiente.
El ejemplo de la empresa cántabra NetBoss puede ilustrar lo que significa la deslocalización en este ámbito de los servicios. Gracias a su servicio de citas médicas, un paciente de Cádiz o de Toledo que llama a la consulta de su oftalmólogo o su dentista para ser recibido, en realidad está contactando con unas oficinas del Zoco de Santander donde se manejan las agendas de médicos de todo el país, sin que estos hayan de contar con una persona para atender el teléfono las 24 horas de día.
Este tipo de servicios inteligentes a distancia no son más que la evolución de las tareas de racionalización que inició la industria. Uno de los primeros ejemplos locales fue el de Electra de Viesgo que desde los años 70 empezó a telecomandar sus saltos de agua de la región, Asturias y Lugo. Desde un centro de control en Candina, en Santander, podían abrirse o cerrarse las compuertas de las presas, por alejadas que estuviesen, turbinar y dar paso a la red de la energía producida, amortizando los puestos de trabajo de quienes a turnos mantenían su vigilancia las 24 horas del día. De hecho, sería posible, incluso, manejar una central tan importante como la de Aguayo, que no solo turbina el agua del embalse construido al efecto, sino que lo vuelve a subir de noche, con lo que obtiene el notable margen que supone el vender la energía cara (de día) y consumirla barata (de noche).
Los centros de control se han impuesto en la mayoría de las grandes fábricas, desde los que unos pocos operarios manejan todos los procesos productivos. Y a veces esos centros de control están muy lejos. En el único parque eólico instalado en Cantabria, el de Cañoneras, hay un pequeño equipo que controla los molinos y hace su mantenimiento, pero podrían abandonar las instalaciones y ser llamados exclusivamente para las incidencias, porque Iberdrola controla todos sus parques automáticamente desde un centro instalado en la provincia de Toledo. Desde allí puede dejar un molino fuera de servicio, orientando sus aspas para que no hagan resistencia al viento, o reactivarlo y conectarlo de nuevo a la red.
Una vez dinamitado el factor distancia y convertidos muchos servicios en intangibles que pueden obtenerse a través de una terminal de teléfono o de ordenador, millones de trabajadores de todos los sectores se tendrán que buscar otras salidas. Lo que nadie sabe muy bien es cuáles. No obstante, no es un problema exclusivo de Cantabria, ni siquiera de España. Quizá ni siquiera valga la pena preocuparse ahora por saber cuál será el sitio concreto donde reencajarlos, porque hay quien sostiene que la mitad de los trabajos de 2025 no están aún inventados. Ojalá entre esos estén los nuestros.