Memoria viva de la vela en Cantabria

La década de los ochenta supuso la madurez de una espléndida generación de regatistas formada en aguas de la bahía santanderina. Los éxitos olímpicos de Gorostegui y Abascal sacaron a la luz la tarea que se había iniciado muchos años atrás, impulsada y alentada por una institución que celebra su 75 aniversario y cuya aportación ha resultado clave en el desarrollo de la vela en Cantabria: el Real Club Marítimo de Santander.
La vela deportiva, nacida como una diversión elitista, se había convertido medio siglo después en un deporte popular, y el Marítimo aportaba al país una de las hornadas más brillantes que haya dado jamás club alguno, con regatistas de toda procedencia y condición social.
El Marítimo, como se le conoce, cuenta con cerca de de 1.500 socios y organiza al año más de 200 regatas en aguas de la bahía. Sus navegantes son reclamados por armadores de toda España para participar en competiciones como la Copa América o las grandes pruebas del circuito nacional de cruceros. Todo ello le ha proporcionado la fama de ser uno de los mejores clubes de España y de Europa.

Una escisión del Club de Regatas

El espíritu deportivo que ha animado su trayectoria está en el origen de la iniciativa que llevó en los felices años 20 a un grupo de socios del histórico Club de Regatas a fundar una asociación que respondiera a sus necesidades deportivas.
El viejo Club de Regatas –fundado en 1870 y que es el club náutico más antiguo de España–, había trasladado su sede social desde su primitiva ubicación en el muelle hasta el palacio de Pombo. Su alejamiento de la machina se acompañó también del progresivo abandono de sus actividades deportivas, hasta el punto de convertirse en un casino. El cambio no fue bien recibido por los socios más jóvenes y el malestar interno dio como resultado la creación en 1927 de un nuevo Club que recuperó su raíz marinera: “Los deportistas, los que querían navegar, querían tener un edificio social en la bahía” –explica Fermín Sánchez, hijo de uno de los fundadores–. Las regatas se hacían por entonces sólo en los veranos y ellos querían mantener el ambiente de la mar durante todo el año”.
Los promotores de aquel proyecto, al que se unieron 204 socios, lograron la concesión por la Junta del Puerto de un pabellón de madera situado a la altura de la calle de Lope de Vega, que acondicionaron como club social para organizar las regatas. Tan solo dos meses después de su creación el Club se convertía en Real Club Marítimo por un decreto de Alfonso XIII, un gran aficionado a los balandros, y cuya presencia en las regatas pudo tener mucho que ver en el hecho de que gran parte de la alta sociedad santanderina se vinculase a este deporte y compitiese por conseguir en España y el extranjero los barcos más rápidos y los tripulantes más avezados. Toda una clase social, los yatchmen, tan representativos de Santander como de Biarritz o de la Costa Azul y que no eran muy distintos a los jugadores de polo que promovieron el campo de La Magdalena, el Hipódromo de Bellavista o quienes impulsaron el Club de Golf de Pedreña, con muy pocos años de diferencia.
Del dinamismo de aquellos pioneros de la vela que formaron el Marítimo da idea el hecho de que en junio del siguiente año el recién creado Club se encargaba de organizar las regatas preolímpicas de barcos de seis metros para la Olimpiada de Amsterdam.

La edad dorada de la vela

El nacimiento del Marítimo coincidió con el declive de las grandes regatas transoceánicas. Sin embargo, el buen hacer de uno de sus fundadores, Victoriano López Dóriga, logró que en 1928 se celebrara la primera regata de Nueva York a Santander (3.055 millas) en la que participaron nueve embarcaciones; goletas de dos y tres palos que precisaban para su maniobra de una tripulación numerosa, como el ‘Atlantic’, que ostentó durante muchos años el récord de la travesía del Atlántico, o el barco ganador –el ‘Helen’– que contaba con 51 tripulantes, profesionales en su inmensa mayoría. En la memoria de esta regata queda consignado el hecho de que para zarpar de Santander el ‘Helen’ tuvo que hacer una leva de nuevos marineros ante la negativa de su tripulación a continuar viaje con el mismo sueldo.
Aquella regata fue un hito histórico que viene recogido en los anales de la navegación de la época y con la que se cerró la edad dorada de los grandes yates.
En los años 1929 y 1930 se organizaron sendas regatas entre Plymouth y Santander. En la primera de ellas ganó el ‘María del Carmen Ana’, de Horacio Echevarrieta, un bilbaíno que fue el fundador de Astilleros de Cádiz. El barco había sido, con el nombre de ‘Meteor’, propiedad del kaiser alemán Guillermo II. Con estas regatas se cerró también en Europa la época de los grandes cruceros, una tradición que no tendría continuidad hasta la celebración de la primera Cutty Sark en los años cincuenta.

Lagunejas y cohetes

La agitada historia española de los treinta tuvo su lógico reflejo en la actividad del Club. La caída de la monarquía significó el fin de las regatas durante algunos años, pero eso no quiere decir que fuese una década vacía.
En 1932 el Club sufrió un incendio intencionado y de su reconstrucción, culminada en 1935, surgió su actual sede en la dársena de Molnedo, un testimonio de la arquitectura cubista de la época que se ha convertido en una referencia visual de la bahía santanderina.
Ese mismo año tuvo lugar un hecho que significó el definitivo impulso a la vela ligera: la introducción del snipe o laguneja, tal y como fue bautizada por los socios del Club (el término inglés hace referencia al ave que aquí se conoce como laguneja, becada o sorda).
La llegada del monotipo norteamericano de poco más de cuatro metros de eslora, contribuyó de forma decisiva a la popularización del deporte de la vela, que anteriormente estaba ligado a los grandes balandros. Tan sólo dos años después de su aparición en 1932, estos pequeños barcos comenzaron a construirse en Bilbao, y en 1935 el Marítimo de Santander adquirió cuatro snipes con los que los socios más jóvenes comenzaron a regatear.
Tras el trágico paréntesis de la guerra civil, la actividad deportiva no se recuperó hasta 1941. Ese año el Club organizó también regatas de traineras y travesías a nado de la bahía. En 1943 se celebró el primer campeonato del Cantábrico, con participación de traineras vascas y en 1944 el Marítimo obtuvo el Premio Virgen del Carmen como mejor club náutico de España.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se recuperó también la tradición de las regata de altura y los aficionados ingleses reeditaron por tres veces (1948, 1950 y 1952) la Plymouth-Santander.
Entre los años cuarenta y cincuenta se produce la definitiva consolidación de la vela ligera. A ello contribuye la popularización de los monotipos como el snipe; barcos de fácil maniobrabilidad y características similares que permiten a todos los competidores regatear en igualdad de condiciones.
Otro hecho que contribuyó en Santander a la expansión de este deporte, fue la aparición del ‘cohete’; un diseño netamente cántabro, que consistía en transformar los tradicionales botes o barquías de vela latina en un balandro, añadiéndoles una orza y un foque. El éxito de este modelo fue fulgurante y los seis barcos construidos en 1940 se convertían en medio centenar tan solo cinco años después. Grandes patrones de aquella época, como Tito Ocejo, Nano Corcho o Lolo Amézarri regatearon en este modelo, cuyo éxito se vio ensombrecido por la trágica perdida del ‘Cris’, desaparecido con sus tres tripulantes cuando regresaba a Santander desde Santoña. “Muchos creemos que los cohetes se terminaron por el hundimiento del Cris” –explica Fermín Sánchez–, “pero Tito Ocejo piensa que fue más bien porque era un barco complicado de manejar y que requería una tripulación numerosa”.
La llegada en los años cincuenta de los primeros modelos de la clase star dio lugar al relevo de los monotipos de vela ligera y en 1955 tuvo lugar un acontecimiento clave en la historia del Marítimo. Aquel año el club organizó el campeonato del mundo de snipes en el que participaron 17 países. El campeonato supuso un revulsivo para el mundo de la vela en Cantabria. “Vinieron cosas totalmente desconocidas” –recuerda el presidente del Marítimo, Antonio Pereda–: “Las velas de nailon, los palos de aluminio, los barcos carenados… Todo eso lo asimilamos. Fue una revolución tecnológica en la vela en Cantabria”.
La calidad de los regatistas de aquella época tiene su mejor referente en Tito Oceja, que en 1960 fue elegido para representar a España en la Olimpiada de Roma en la clase star. Oceja fue el primer cántabro olímpico en vela.
Otros, tan recordados como Gerardo Pombo, trágicamente fallecido al zozobrar su embarcación, son representantes de este mismo espíritu.

Nace la Escuela de Vela

Los cada vez más frecuentes contactos con otros clubes inspiraron a algunos de los socios la idea de crear una Escuela de Vela a semejanza de las que existían en Europa. En 1967 se creó la de El Puntal, que fue, junto a la de Arosa, pionera en España en la enseñanza de la vela ligera y en su democratización. Lejos quedaba aquel deporte de adinerados gentleman capaces de abordar el elevado precio de un balandro para codearse con la nobleza. El Club Marítimo tuvo que superar las críticas que por aquel entonces suponía el abrir un centro mixto. Pero aquella innovación significó en muy poco tiempo una cosecha de regatistas de primera línea mundial, aunque no fuera esa la intención primordial de su principal impulsor, Fermín Sánchez: “Nosotros lo que queríamos era hacer una escuela para que los chavales aprendieran a estar encima del agua. Nuestra idea no era hacer campeones sino que la gente disfrutara en los balandros con garantías, y resulta que después nos salieron campeones”.
La Escuela –cuyo testigo recogió en los años ochenta la Diputación Regional abriendo un centro en la isla de Torre– cumplió su cometido de ensanchar la base de practicantes de la vela, y en la estela de esa labor surgieron deportistas de muy alto nivel. En 1974, Gorostegui ganó el campeonato mundial de 470 y Abascal y López Alonso el mundial de la clase vaurian. Dos años después llegó el primer triunfo olímpico con la medalla de plata ganada por Gorostegui en 470, y en 1980 Abascal logró en Tallin (Rusia) la primera medalla de oro de la vela española.
Los éxitos de aquellos años han tenido su continuidad en las nuevas generaciones de regatistas vinculados al Club Marítimo. En los dos últimos años se ha obtenido el campeonato juvenil de Europa de vaurian con Guillermo González y Alejandro Ramos y este mismo año el mundial juvenil con los hermanos González Amaliach.

Un Club con solera

En la dilatada historia del Marítimo, en la que el terrorismo de ETA dejó su huella con una bomba que en 1987 dañó seriamente las instalaciones, uno de los caballos de batalla permanentes ha sido la evolución de la dársena de Puertochico, con la instalación y mejora de los pantalanes.
El Marítimo es hoy uno de los pocos clubs que organizan regatas durante todo el año, dado que las inmejorables condiciones de la bahía santanderina lo permiten, pero se encuentra ante la necesidad de resolver sus carencias para el almacenamiento de la flota de vela ligera. La creación en 1995 de la Escuela de Alto Rendimiento de Vela le supuso la pérdida del casetón en que albergaba las embarcaciones pequeñas, lo que ha ocasionado un pequeño parón en las actividades deportivas.
La resolución de este problema centra los esfuerzos de su presidente, Antonio Pereda, que se muestra orgulloso de la trayectoria seguida por el Club en estos 75 años: “Esta casa es como un barril de solera vieja en el que se van echando generaciones y del que va saliendo un exquisito plantel de regatistas”. Un estilo y una solera que, a través de las múltiples vicisitudes por las que ha atravesado el Club, los socios del Marítimo han sabido mantener generación tras generación.

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