‘Nuestro lema es ver, oír y callar’
P.- Su trayectoria profesional está ligada desde el principio al Gran Casino Sardinero. ¿Cómo empezó?
R.- En diciembre de 1978, coincidiendo con la apertura del Casino. En aquella época solo existían tres en España; el de Santander fue el tercero en inaugurarse, así que fue uno de los pioneros del país. Cuando presenté mi candidatura para trabajar, casi no sabía bien ni lo que era eso de crupier. Me sonaba a aquellas chicas que iban vestidas de ‘conejitos’ en los casinos de Londres (ríe). Cuando me cogieron, lo primero que tuve que hacer fue aprender a hacer cálculos y a manejar las fichas.
P.- ¿Se imaginó alguna vez trabajando en un casino?
R.- Nunca. Eché la solicitud aprovechando unas vacaciones en Santander. Nací aquí pero, al ser hija de militares, estuve viviendo en distintos lugares hasta los 17 años. Después, me fui a estudiar a Inglaterra porque quería ser azafata y, al final, me quedé durante un año y medio trabajando de au pair. Por entonces, no había mucha gente que hablara inglés y eso me ayudó a entrar en el Casino. Una de mis funciones era enseñar a mis compañeros a sacar propinas y hacer de intermediaria con los propietarios, que eran ingleses y apenas sabían expresarse en español.
P.- 36 años en el Casino son muchos. Si le pregunto por su mejor recuerdo no sabrá ni por dónde empezar…
R.- Mis mejores recuerdos en el Casino son de mi trabajo como crupier. Hacíamos vida nocturna y trabajábamos mucho, pero éramos jóvenes y teníamos buenos sueldos que nos permitían viajar. Yo he visitado muchos países del mundo.
P.- Dan ganas de verla rodeada de fichas y diciendo ‘hagan juego’…
R.- (Ríe) Es que yo, si tuviera que volver a empezar, elegiría de nuevo El Casino. Lo que nunca me hubiera imaginado es que mi hijo, que tiene ahora 20 años, trabajara de crupier en otro casino que acaba de abrir en la Gran Vía de Madrid. Él también disfruta mucho con este oficio. Me casé con un compañero de trabajo, que era crupier, y ahora mi hijo sigue la tradición. ¡Deben ser los genes!
P.- Debe ser muy emocionante ver cómo la gente gana y pierde fortunas en minutos…
R.- En los primeros años me alegraba mucho por el que ganaba y me entristecía con el que perdía pero, con el paso del tiempo, dejas de dar valor al dinero. Al principio, recuerdo que me impresionaba posar las placas de un millón de pesetas sobre la mesa y solía traducir todas las fichas a dinero, hasta que dejé de hacerlo. Para mí era una alegría venir a trabajar, no quería descansar ni en mis días libres porque me lo pasaba muy bien. Manejábamos mucho dinero y nos relacionábamos con gente muy interesante. Eran clientes con un nivel adquisitivo muy elevado.
P.- Los casinos ya no tienen el glamour de antaño…
R.- Entonces era la época de mayor esplendor, venían los famosos y Hormaechea organizaba aquí muchos encuentros. Los propietarios ingleses, que eran muy estrictos, nos hacían vestir con falda y el pelo recogido, algo que se nos hacía raro porque estábamos acostumbradas a ir siempre en pantalones. El vestuario del crupier era espectacular, con vestidos largos en verano y con falda y chaqueta de smoking en invierno.
P.- En esa pérdida de glamour, ¿ha influido que ya no se exija ir de etiqueta para entrar?
R.- Se ha pasado del glamour al vaquero y ahora se permite entrar de cualquier manera. La mayoría viene con zapatillas deportivas. Lo único que se prohíbe en el hombre son las chanclas, las camisetas de tirantes y los pantalones cortos. Pero es señal de que nos hemos ido adaptando a los tiempos. Nosotros también hemos cambiado nuestra uniformidad y la seriedad que manteníamos antes con el cliente ha ido desapareciendo y el trato es más cercano, aunque siempre con discreción.
P.- Sin esa discreción no podrían haber sido testigos de situaciones tan comprometidas como las que habrá vivido tras estos muros…
R.- Nuestro lema es ver, oír y callar. Recuerdo que una vez el jefe de mesa llamó la atención a un señor que estaba venga a molestar a la mujer que tenía a su lado en la ruleta y éste se sintió muy ofendido porque era su mujer. Es solo una anécdota pero es verdad que nunca le recordamos a nadie el día que vino al casino porque quizá entonces le acompañaba su mujer y a la semana siguiente su ‘amiga’.
P.- ¿Cómo les ha influido el auge del Texas Hold’em Poker y los casinos online?
R.- Pasado el boom de los primeros años, los casinos fueron a menos y esa moda venida de América los ha resucitado pero con un cambio de clientela. Nos han favorecido porque quien juega online también quiere coger las cartas en la mano. Es como ver un partido en el campo o verlo en la televisión. En los casinos ha habido un cambio generacional. El cliente de ahora tiene entre 20 y 35 años y antes los que venían eran de más de cincuenta.
P.- ¿Y cómo pasó de ser crupier a convertirse en la Relaciones Públicas del Casino?
R.- Pasé a ocuparme de la Comunicación y el Marketing en el año 2002. Cuando comenzaron a abrir casinos en toda España, los profesionales del Sardinero pasamos a ocupar otros puestos, porque se había formado aquí una gran cantera. En mi caso, el puesto de Relaciones Públicas encajaba con mi carácter alegre y mi gusto por tratar con la gente.
P.- ¿Cuál ha sido su principal objetivo en los años que lleva ocupando este cargo?
R.- Me siento satisfecha de haber impulsado y mantenido actividades que antes no existían, como la organización de fiestas, desfiles, presentaciones de libros, torneos de mus o entregas de premios, como el concedido a Ainhoa Arteta y Ángel Corella. Siempre he querido que la gente entendiera que el Casino no es sólo una sala de juego sino un lugar abierto al público donde se puede entrar a pasar un rato de tertulia con los amigos sin necesidad de jugar.
P.- ¿Lo ha conseguido?
R.- Sigue habiendo personas que tienen cierto miedo o respeto a entrar. Piensan, equivocadamente, que si les ven entrar en El Casino van a creer que es un vicioso del juego, pero muchos sólo entran a tomar una copa. Además, con la crisis conseguir clientes cuesta más. El bajón de la economía se ha notado mucho.
P.- Y a usted, ¿le gusta jugar?
R.- Sí, especialmente a las cartas, pero no siempre tengo suerte, lo que demuestra que los conocimientos importan pero lo que manda es el azar. Cuando viajo suelo visitar casinos porque siento curiosidad por aprender y comparar, aunque siempre he pensado que el de Santander es el edificio más bonito del mundo. Ni siquiera el de Montecarlo o los de Las Vegas lo superan. Aquí se han grabado películas como Airbag, Asalto al Casino o Black Jack, en las que he hecho de extra; sesiones fotográficas y fiestas que me dieron la oportunidad de conocer a Rafael, Norma Duval, Bertín Osborne, Lola Flores, Isabel Pantoja, Tip y Coll…