Paseos por los cielos de Cantabria

Quedamos con el piloto de Hélice Aviación en la cafetería del aeropuerto. Tras las presentaciones oportunas pasamos el control de seguridad que da acceso a los aviones. Te sientes especial, sin esperas, sin facturaciones; eres un pasajero VIP en un vuelo privado fletado para tí. Mientras caminamos hacia el avión, el piloto comenta las características de su aeronave y la ruta a seguir. Cuando llegamos al aparato hace una concienzuda revisión prevuelo. Luego viene el brieffing y la preceptiva explicación de los procedimientos de emergencia.
Ya dentro, asistimos con cierta perplejidad al ritual de la puesta en marcha. Para el pasajero resulta sorprendente la presencia de tantos mandos e indicadores en un avión tan pequeño. Al fin, ruge el motor. Más comprobaciones y empezamos a movernos. Un enorme Boeing 737 nos cede el paso camino de la pista.
Sin darnos cuenta, estamos en el aire cuando creíamos que apenas iniciábamos la carrera de despegue. La avioneta sorprende por su estabilidad y las grandes ventanas.
Hélice dispone de un Cessna de cuatro plazas, con ventanas panorámicas y capacidad para tres pasajeros y un piloto. Tanto los vuelos fotográficos como la realización de vuelos turísticos con pasajeros requieren autorización de Aviación Civil y ésta es la única empresa cántabra autorizada para hacerlo, lo que le obliga a cumplir estrictos requisitos de certificación e inspecciones.
A unos 500 metros dejamos de subir y sobrevolamos el valle de Camargo y el río Pas a su paso por Puente Arce. Tras pasar Torrelavega nos llama inmediatamente la atención un enorme cráter artificial convertido en pozón. Es la vieja mina de Reocín. Luego, Villapresente y Santillana del Mar. Atravesamos el zoo dejando a la izquierda las cuevas de Altamira y hacemos un giro completo alrededor del núcleo urbano. El excursionista descubre pronto la colegiata y puede ver perfectamente el interior del claustro, con su patio verde a pesar de la sequía.
Abandonamos Santillana camino de la costa, que alcanzamos en Ubiarco. A la izquierda, la mies y los acantilados que llegan hasta Puerto Calderón. A la derecha, la ermita de Santa Justa empotrada en la roca que durante siglos batió el mar. Las viejas ruinas que daban un aspecto medieval y sombrío al conjunto han desaparecido y han sido sustituidas por un parque recoleto.
Continuamos el vuelo sobre el mar dejando a nuestra derecha la playa de Tagle, Suances, la Punta del Cuerno rodeada de islotes, Usgo… Estamos abstraídos con la belleza del paisaje y en la cabina reina un silencio sólo interrumpido por las comunicaciones de radio entre piloto y torre de control. Dejamos atrás la desembocadura del Pas que separa las playas de Robayera y Valdearenas, y disfrutamos de los arenales de Liencres, sus dunas y acantilados hasta llegar a esa serie de playas resguardadas en los mordiscos que el mar ha dado al acantilado: Pedruquío, Somocuevas, Cerrias, Portio, La Arnía y Covachos… Es la Costa Quebrada. Aparece la Aguja de las Gaviotas y hacemos un viraje completo sobre la isla de Covachos, con la suerte de poder contemplarla en bajamar.
Cada segundo del vuelo nos descubre rincones nuevos en lugares que creíamos conocer. Pasando La Virgen del Mar y la larga línea de acantilados, interrumpida sólamente por la playa de La Maruca, llegamos al faro de Cabo Mayor, la cala de Mataleñas, Cabo Menor, El Sardinero… Otro viraje de 360º, esta vez alrededor del palacio de La Magdalena, y seguimos por la fachada sur de la ciudad hasta virar, ahora alrededor de la plaza de toros, para sobrevolar el centro de Santander. Dejando el campo de fútbol a la derecha, salimos nuevamente al mar por Piquío. Tomamos rumbo sur y cruzamos la Bahía, el Puntal y Pedreña. Frente a la frondosa península de Pedrosa giramos a la derecha y enfilamos la pista de Parayas en un suave planeo final. El contacto con la pista es casi imperceptible, a pesar de que el pasajero tiene visión al frente, algo que nunca tendrá en un avión comercial.
Todo esto ha ocurrido en media hora. El tiempo en vuelo sí que pasa volando. Antes de despedirnos nos quedamos un rato en la cabina charlando con el piloto. Hablamos de aviones, de instrumentos, de motores y hasta de cómo hacerse piloto.

La costa oriental

Cantabria es pequeña, pero hay pocas regiones con tantas posibilidades de hacer rutas distintas, y todas atractivas. La reserva del Saja, los Collados del Asón, las Marismas de Santoña, los valles pasiegos y un interminable listado de parajes únicos por riqueza y variedad conforman una Cantabria realmente infinita. Como segunda experiencia nos disponemos a recorrer la costa oriental. Allí descubriremos molinos de marea, faros, palacios, casonas, ermitas y conjuntos de cabañas pasiegas, cada vez más amenazadas por la apisonadora urbanística. ¡Abróchense los cinturones!
Una bonita mañana de sábado quedamos temprano para desayunar en el aeropuerto. Mientras apuramos el café delante de un mapa, vamos recorriendo con el dedo la ruta que queremos sobrevolar. Intercambiamos opiniones y planificamos cada detalle de nuestro vuelo. La llegada hasta el avión y todos los rituales que hace el piloto antes del despegue ya nos van resultando familiares, pero la emoción es, si cabe, mayor que la primera vez, quizá por estar más relajados.
Tras el despegue, viramos hacia Somo. Durante el ascenso, la perspectiva nos permite ver cómo se funde la Ría de Cubas con la bahía. La bajamar delata la silueta de los restos de algún barco hundido y antes de darnos cuenta estamos ante la isla de Santa Marina. Un hermoso acantilado nos conduce desde Loredo hasta la playa de Langre, luego Arenillas y Galizano. Vamos perfilando la línea de costa con un vuelo apacible desde el cabo Quintres hasta el de Ajo.
El piloto comenta, con cierta nostalgia, que cuando comenzó a volar no existía ninguna de las urbanizaciones que proliferan en el entorno del faro, y para no dejarnos mal sabor de boca vira hacia el sur, recorriendo la poco conocida ría de Ajo. Bajamos por la ribera este y volvemos hacia el mar por la oeste descubriendo uno de esos molinos de piedra con los que durante tantos años se aprovechó la fuerza de las mareas.
De nuevo en la costa, proseguimos nuestro vuelo hacia Noja. Divisamos la belleza de un fondo marino único, salpicado por cientos de rocas afiladas que conforman un escenario idílico que hoy nos parece caribeño. La playa de Helgueras, protegida de la especulación por la ladera, nos conduce hasta la Punta del Brusco y, como en un cambio de plano cinematográfico, aparece ante nosotros la playa de Berria. La bordeamos en dirección a la punta del Águila y seguimos el contorno del monte Buciero hasta el singular Faro del Pescador. Luego, el Faro del Caballo.
La luz de la mañana ilumina cada detalle de este abrupto cantil con sus numerosas cuevas y recovecos. A medida que viramos hacia la bahía de Santoña vamos ganando un poquito mas de altura. Las marismas son una zona de fauna sensible y debemos mantener una distancia mínima para no molestar a las aves.
Ante nuestros ojos aparece el arenal de Laredo, sin duda decepcionante. Enormes bloques construidos sobre la misma duna en un entorno paisajístico inigualable. Las marismas nos devuelven el sosiego, vida y color en estado puro.
Retornamos por el interior, sobrevolando Escalante hacia Meruelo. Una nube de gaviotas se cierne sobre el vertedero en busca de alimento. A uno y otro lado podemos ver ermitas y pueblos, laderas con demasiados eucaliptales y las mieses ganaderas más jugosas de la región. A la vuelta, pasamos sobre Puente Agüero, Orejo y Elechas, dejando a nuestra derecha Rubayo y Pedreña, antes de enfilar la pista de Parayas en un suave planeo final.
Ya en el suelo comentamos nuestros descubrimientos: –¿Os habéis fijado en esa cascada que salía del acantilado? Nos hacemos la foto de rigor junto al avión y, aunque el vuelo ha finalizado, seguimos flotando un poquito gracias a la emoción. Hemos hecho parte de la ruta de la costa oriental, nos hemos saltado la parte de la ciudad que ya habíamos visto en el vuelo anterior y quedamos emplazados para continuar nuestras excursiones aéreas por otros parajes.

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