Pedro Gutiérrez Liébana, concesionario de Renault VI y Peugeot

El pasado año, Pedro Gutiérrez Liébana SA vendió 154 camiones nuevos y 150 usados. Un número espectacular en un mercado tan estrecho como el de Cantabria, donde ha habido años recientes, como el de 1993, en los que apenas se alcanzó esa cifra entre todas las marcas. Los tiempos han cambiado, pero cuando las distancias se hacen abismales es al comparar el negocio actual de Gutiérrez Liébana con el pequeño garaje que montó hace casi 40 años y al que debían acudir con reiterada obstinación aquellos recompuestos camiones de los años 50 cuyos motores originarios de gasolina habían sido transformados en diesel por Eduardo Barreiros, desafiando el criterio de todos los técnicos que juzgaron imposible tal reconversión. Claro que seguramente también hubiesen considerado impensable que los camiones pudieran venderse, como ahora hacen los hijos de Gutiérrez Liébana, con la ayuda de un ordenador que ofrece instantáneamente la transformación de la imagen del vehículo, del peso y del precio final al introducirle las más de 90 variantes, con sus innumerables combinaciones, que permiten al comprador personalizar cada modelo.

Los inicios

Pedro Gutiérrez Liébana nació en el pueblo leonés de Cabreros del Río en 1930. Es el mayor de ocho hermanos, de los cuales siete son varones. A los 14 años dejó la escuela para trabajar con su padre, un labrador que también criaba cerdos. En 1948 es enviado a Santander con el objetivo de sacar el carnet de conducir: “Hasta entonces funcionábamos con carretas y caballos y mi padre decidió que había que motorizarse”, explica. Comenzó a trabajar en un taller como aprendiz de mecánica sin cobrar hasta que en verano hubo de volver a casa para la recolección del cereal. Pero ya había tomado la decisión de volver a la ciudad “algo que mi padre entendió”.
Poco antes de concluir el servicio militar se interesa por el local donde trabajó como mecánico. Los dueños tenían intención de trasladarse a uno más grande y consiguió de su padre 8.000 pesetas para asegurarse el alquiler. Con esa ayuda y un permiso indefinido concedido tres meses antes de licenciarse, se había convertido en empresario.
Corría el año 1952 y en aquel local, en el número 4 de la calle Eduardo Benot únicamente trabajaban un aprendiz y él. Paulatinamente se fue incrementando el trabajo de reparación de automóviles y camiones y llegaron a ser siete personas. Demasiadas para la superficie y el movimiento que había adquirido el taller, por lo que Gutiérrez Liébana en 1960 optó por buscar otro más grande en la calle Ruiz Zorrilla, 6. Unas naves de 600 metros cuadrados que quería especializar en las reparaciones de motores diesel. La empresa pasó a tener quince trabajadores y una maquinaria muy notable para la época, lo que le valió para conseguir, a los seis meses, la adjudicación del Servicio Oficial de Asistencia Técnica de Barreiros Diesel.
Fue entonces cuando se casa con María Antonia Liébana, un matrimonio del que nacieron cinco hijos, todos ellos licenciados en carreras vinculadas con la gestión empresarial o el Derecho.

Volver a empezar

La evolución ascendente del negocio tuvo una interrupción brusca en 1964 cuando un incendio destruyó totalmente las naves de madera, maquinaria, almacén de recambios y las oficinas. Tampoco se salvaron los 14 vehículos de clientes que se encontraban en proceso de reparación. No quedó absolutamente nada. “Al día siguiente por la mañana, al comienzo de la hora del trabajo era una desolación”, recuerda. “Fueron momentos muy amargos. Por la tarde, tras una nueva reunión con los trabajadores y analizada la situación, decidí seguir adelante. No podía abandonar a las personas que habían colaborado conmigo desde el inicio de mi actividad”.
Una de las primeras tareas fue reconstruir, de memoria, el fichero de clientes y visitarles, uno a uno “para ver si estaban de acuerdo con las facturas que tenían en su poder pendientes de pago y si nos las podían pagar. Al menos, que nos aceptaran unas letras y, de esta forma, reconstruir los saldos contables de cada cliente. No nos falló ninguno”.
Otra satisfacción fue la llamada personal de Eduardo Barreiros, el famoso constructor de los camiones, un Henry Ford a la española, para prestarle su apoyo. “Me animó a seguir y me comunicó que cuando me instalara nuevamente, los recambios destruidos serían repuestos por parte de su fábrica sin cargo alguno para mi empresa”.
De nuevo era necesario buscar un local y lo halló en la calle Peña Vejo, en la carretera de Parayas. Eran las únicas naves existentes por entonces en el amplio descampado que mediaba entre La Marga y Nueva Montaña.
A pesar de la precariedad de empezar de cero y de haber elegido una zona sin carretera, sin teléfono y sin más suministro de agua que un pozo particular, Gutiérrez Liébana empezó con veinte hombres, amparado en su buen conocimiento del negocio, la fidelidad de sus clientes y el respaldo de una gran marca de camiones en un mundo donde apenas había elección: o Pegaso, o Barreiros.
Tres años después abría enfrente unas nuevas instalaciones de 2.000 metros cuadrados para el servicio y la reparación de los camiones Barreiros, con unas naves diseñadas bajo el patrón de la marca y con una sala de recepción de clientes, exposición de motores, oficinas… y un alineador de direcciones de camiones con doble eje delantero, uno de los pocos que existían en España.

El mundo de los automóviles

En 1968 Gutiérrez Liébana se adentra en la reparación de automóviles, para lo cual crea una nueva empresa, Automoción y Servicios de Santander (Autosander), en plena ciudad. Unas instalaciones de 2.000 metros cuadrados que, con quince operarios, ofrecían todo tipo de servicios especializados para las marcas Seat, Renault y Simca.
Su vinculación con el mundo del automóvil se estrecha más tarde. En 1963 había entrado en España la multinacional norteamericana Chrysler al adquirir por mil millones de pesetas el 33% de Barreiros Diesel. Cuatro años después se hacía con el 77% y en 1969, cuando Eduardo Barreiros dimite como presidente la empresa, la vieja Barreiros se convierte en Chrysler España. Algún tiempo antes ya había comenzado a vender los automóviles Dodge Dart y Simca y había iniciado una política de comercialización nueva. En Santander, en concreto, se había instalado su filial Sociedad Anónima de Tractores Españoles (SATE), con un local de 5.500 metros cuadrados en la Avenida de Parayas donde vendía los automóviles, tractores y autobuses producidos por la marca en la factoría de Villaverde (Madrid) creada por Barreiros. A pesar de que SATE era, a su vez, servicio oficial, Gutiérrez Liébana no perdió el suyo: “Yo tenía un buen servicio, bien equipado, con mucho prestigio, no solamente con los clientes de Cantabria sino también de otras provincias”.

Creación de Auto Norte

A finales de 1968, Chrysler España tomó la decisión de vender algunas de sus bases de servicios, entre ellas la de Santander y Pedro Gutiérrez Liébana, al conocer la decisión, puso todo su empeño en adquirirla. La negociación duró un año largo y finalmente una empresa constituida al efecto por el empresario de origen leonés y los hermanos Betanzos, Auto Norte, se convertía en la concesionaria de las marcas Dodge y Simca en automóviles, de los camiones, autobuses y motores Barreiros, además de servicio de asistencia técnica y de venta de recambios.
Auto Norte consiguió la concesión pero no el dinero suficiente para adquirir las instalaciones de Chrysler en Santander. Lo resolvió gracias a un contrato de alquiler con opción de compra que a los cuatro años le permitió hacerse con la propiedad. La empresa de Gutiérrez Liébana también se hacía cargo de los cuarenta trabajadores de SATE.
Gutiérrez imprimió un nuevo talante en la concesionaria, con cambios sustanciales en el taller y en el aspecto comercial. Bien sea por estas circunstancias o por la evolución del mercado, lo cierto es que a partir del segundo mes ya se apreció un sensible incremento en la venta de coches.

El traslado a Bezana

En 1974 Gutiérrez Liébana adquirió unos terrenos de 10.000 metros cuadrados en Santa Cruz de Bezana con la idea de trasladar allí los servicios oficiales de Barreiros que tenía en Parayas y que se habían quedado pequeños. Las nuevas instalaciones, con un almacén de 4.000 metros cuadrados, fueron diseñadas conjuntamente con Chrysler. En la nave central se habilitaron 30 puestos para atender simultáneamente a otros tantos vehículos, y con un banco independiente por operario.
La nueva base, una de las mejores del país, fue inaugurada en 1976, “una fecha inolvidable para mí, para mi familia y para todos mis colaboradores”, asegura Gutiérrez Liébana. Además de las autoridades regionales y decenas de empresarios locales, acudió la cúpula directiva de Chrysler España y se aprovechó la ocasión para presentar los nuevos camiones Barreiros de la serie 300/77.

Auto Norte se especializa en Peugeot

La multinacional norteamericana deja el continente europeo en 1980, al vender sus fábricas al grupo francés PSA-Peugeot y un año más tarde Peugeot, poco interesado en los camiones, cede el 50% de Dodge a Renault Vehículos Industriales, que además asume los 2.600 empleados que tenía Talbot. En 1983 Renault Vehículos Industriales (RVI) ya controlaba el 90% de esta sociedad, denominada Hispavinsa y, deseosa de crear un red independiente, propuso separar la comercialización de los camiones y los automóviles dentro de la misma base. Tras una negociación a tres bandas entre RVI-Hispavinsa y Auto Norte, se llegó al acuerdo de entregar a la sociedad Pedro Gutiérrez Liébana SA la concesión de Renault Vehículos Industriales para Cantabria, la decisión más obvia, puesto que ya representaba a la sociedad como servicio oficial.
Pedro Gutiérrez Liébana SA asumió el personal que Auto Norte tenía dedicado a vehículos industriales y Auto Norte pasó a dedicarse exclusivamente a la comercialización de automóviles Peugeot-Talbot para la zona de Santander, además de la asistencia técnica y los recambios. De forma casi simultánea, Gutiérrez Liébana adquirió su participación en la empresa a los hermanos Betanzos.

El atentado de 1987

La evolución de la sociedad presenta un nuevo hecho reseñable en 1987, cuando se produce un atentado terrorista contra las instalaciones. Quizá por comercializar vehículos de patente francesa, quizá por error, lo cierto es que una bomba destruye las naves del almacén de recambios, la exposición y las oficinas y hace desaparecer el tejado en una noche desquiciada en la que también saltan por los aires las instalaciones del Club Marítimo, las oficinas de Renfe y Pryca.
“Tardamos seis meses en reconstruir los daños y volver a la normalidad. El seguro por los daños producidos en atentados terroristas es competencia del Consorcio de Seguros y la negociación fue difícil”, expone Gutiérrez Liébana. “Después de acordar el importe, el pago aún se demoró casi un año”. En cualquier caso, un episodio más llevadero que el incendio sufrido veintitrés años antes en la calle Ruiz Zorrilla cuando perdió todo y ni siquiera había seguro.
Por su parte, Auto Norte fue sometido a un remozamiento en 1989, de la mano de los técnicos parisinos de Peugeot, que dio como resultado una exposición de 800 metros cuadrados para vehículos nuevos y de ocasión.

Representante del sector

A pesar de la sencillez castellana de Gutiérrez Liébana, en los últimos años ha tenido varios reconocimientos, entre ellos la designación como Hombre de Empresa Ejemplar por CEMIDE. En 1982 fue nombrado vicepresidente de la asociación creada por la red de concesionarios Peugeot-Talbot; en 1984 ocupó el mismo cargo en otra asociación que incluye a los representantes de los vehículos industriales Renault y en 1987 fue elegido presidente de la Asociación Renault de Vehículos Industriales, cargo que ocupó durante seis años. También ha sido vocal de la junta directiva de la Asociación de Nacional de Vendedores de Vehículos a Motor y consejero de Transaval, una sociedad de garantía recíproca domiciliada en Madrid.
Como representante de los concesionarios ha tenido que negociar durante varios años los contratos con las marcas, las condiciones de venta, los objetivos y los márgenes, eternos caballos de batalla del sector. Un trabajo del que se siente satisfecho por los resultados y por el bagaje profesional que le proporcionaron los contactos con tantas personas de dentro y fuera del país.

Sucesión preparada

Ahora, Pedro Gutiérrez Liébana, que ya ha preparado cuidadosamente la sucesión, reparte su tiempo entre los consejos de administración de Auto Norte y la empresa de vehículos industriales que lleva su nombre, que sigue presidiendo. Su hijo Pedro Luis dirige la concesión de Renault Vehículos Industriales desde 1990 y otro de sus vástagos, Fernando, asumió en 1995 la gerencia de Auto Norte, concesionario de los automóviles y vehículos comerciales Peugeot.
El hecho de que parte de sus hijos trabajasen en las empresas del grupo ha facilitado la sucesión que ha venido preparando en los últimos años, y que Gutiérrez Liébana no duda en calificar de rotundo éxito. Aunque se trata de un proceso intangible, el fuerte alza de las cifras de facturación en los últimos años ratifica, cuando menos, que la solidez del negocio no sólo no se ha resentido, sino que se ha reforzado.
El método empleado ha sido la diferenciación de empresa y familia y la creación de determinados órganos que regulan las relaciones entre ambas: un protocolo familiar y un consejo de familia donde se tratan las cuestiones familiares que se solapan con las empresariales y viceversa.
Al margen de sus negocios, Gutiérrez Liébana tiene una vida activa como rotario, empeñado en proyectos solidarios con países lejanos. El pasado año recibió la condecoración Paul Harris, la más importante de las que concede esta organización sin ánimo de lucro, y ahora no es difícil verle en visitas a alcaldes, instituciones o empresas para pedir su colaboración en un proyecto destinado a construir casas para los afectados por el huracán Mitch en Managua.
“Todos estos años de vida como empresario han sido de plena dedicación y de muchas e intensas horas de trabajo, pero no ha sido ninguna carga. Yo diría que he disfrutado con lo que he hecho”, asegura. Con sus hijos no ha podido estar el tiempo que hubiese querido, –“ahí ha estado mi mujer”– y ahora se resarce con sus nietos. También ha encontrado algún tiempo más para el golf –“que tenía muy abandonado”–, para el inglés, que está decidido a aprender, y para la informática –“por aquello de Internet, sobre todo”–.
Gutiérrez Liébana utiliza su ejemplo para convencer a las nuevas generaciones de que la voluntad puede conseguir casi todo: “El empresario no nace, sino que se hace a sí mismo, pero eso requiere fuerza de voluntad, esfuerzo, ganas de crear y de hacer cosas. Los jóvenes de ahora tienen mayor formación de la que hemos podido tener muchos empresarios como yo; por eso no deben desanimarse. Hay que trabajar con ganas y con ilusión. Con el tiempo se puede llegar lejos y hacer cosas muy importantes”.

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