¿Y cuando ya no haya cuotas, qué?

El sector lácteo español ha quedado reducido a unas 25.000 granjas, poco más o menos las que había en Cantabria a comienzos de los años 80, y apenas un 10% de las existentes en el país hace sólo dos décadas. Pero ni siquiera una criba tan espectacular permite suponer que las supervivientes tienen garantizada la continuidad.
Cuando en 2015 desaparezca el sistema comunitario de cuotas, que preserva su derecho a producir (y prácticamente les garantiza la venta) y se eliminen muchas de las medidas de protección de las que aún goza el sector, los autores del informe presumen que se producirá un sensible aumento de la producción y una caída de precios. Este abaratamiento debería inducir a un incremento del consumo pero, cuando se trata de productos tan maduros como los lácteos y con una demanda tan poco alterada por los precios, el aumento de la demanda será insuficiente para reequilibrar el mercado.
En este escenario, los autores no descartan la reaparición de los excedentes lácteos históricos y ponen en duda la capacidad de adaptación del sector productor europeo y, especialmente, el de los ganaderos asentados en las comarcas de montaña, porque la producción se concentrará en las zonas más eficientes.
Aunque sólo sea por los gastos en alimentación de los animales, los ganaderos españoles e italianos parecen tenerlo aún más difícil que el resto, porque pagan por ello más o menos el doble que los franceses, holandeses o alemanes. Los efectos serán aún mayores en las explotaciones de Andalucía y Cataluña, que descansan en el trabajo asalariado y, por tanto, tienen mayores costes.

Un precedente

Las convulsiones que han sufrido los precios de la leche en España en los últimos años, a raíz de un ligero descenso en la oferta de materia prima, pueden ser un buen ejemplo de lo que nos espera. Bastó ese pequeño desequilibrio para que los precios en origen (los que se pagan al ganadero) se disparasen hasta niveles desconocidos anteriormente. Y cuando los productores apenas habían podido disfrutar de tener, por fin, unos márgenes satisfactorios, sirvió una pequeña reorientación del consumo para que el mercado sufriese un movimiento pendular y se pasase a una sobreoferta. El resultado fue una drástica caída de los precios pagados al ganadero hasta alcanzar los menores niveles de los últimos veinte años.
Esta inestabilidad del mercado lácteo ha activado las alarmas entre los expertos y, especialmente, ante el escenario aún más duro que se avecina, por el progresivo desmantelamiento de la campana protectora que ha venido protegiendo a los ganaderos comunitarios.
Hasta la reforma de 2003, las medidas reguladoras de la Unión Europea habían conseguido aislar al mercado interno de la volatilidad que es tradicional en los precios internacionales de la leche. Las compras que hacían los organismos comunitarios evitaban que los precios se desplomasen por debajo de un determinado nivel, una intervención que pocas veces resultaba necesaria, porque las cuotas de producción, las ayudas al consumo de algunos productos y las exportaciones lograban mantener unas cotizaciones más elevadas y estables que fuera de la UE, a lo que también ayudaban los aranceles impuestos a los productos importados. Pero esta red protectora ha ido desapareciendo, al rebajarse sustancialmente los precios de intervención, lo que, a su vez, ha reducido el almacenaje privado y las exportaciones. Al menos, quedan las cuotas, pero las murallas de esta última fortaleza también comienzan a derrumbarse y en 2015 habrán desaparecido del todo.
El efecto de algunas de estas medidas no es inmediato, como ocurrió con las de 2003, pero puede ser muy desestabilizador. Bastó con que se produjese un pequeño descenso de la producción de Nueva Zelanda y Australia, de donde sale más de la mitad de la leche y mantequilla que mueve el comercio internacional, y que los países emergentes tirasen del consumo para que en Europa los precios se disparasen y para que, poco después, se hundiesen, cuando los productores internacionales respondieron aumentando la oferta. Esos enormes dientes de sierra no se hubiese producido, al menos en Europa, con el anterior sistema de intervención, ya que los stocks públicos hubiesen contenido las subidas iniciales y los precios de intervención el posterior descenso a los abismos.
Los cambios en la política comunitaria también han dado lugar a una cierta reorientación de las producciones, reduciéndose tanto la leche en polvo como la mantequilla, una materia prima que, en buena parte, se ha desviado a la producción de quesos.

Los refugios

El informe de Calcedo, Sineiro, Santiso y Lorenzana, buenos conocedores de la realidad láctea del país, cree que uno de los pocos refugios de los ganaderos nacionales puede estar en los etiquetados de proximidad, los que vinculan el producto a la zona de origen. En cualquier caso, con su previsión de precios a la baja tras la desaparición de las cuotas, temen que muchos lugares donde la producción es poco eficiente queden definitivamente fuera del mercado, lo que representaría un grave problema social y ambiental para zonas que no suelen disponer de otras alternativas económicas.
Tampoco lo van a tener mucho mejor las industrias lácteas nacionales que, aunque han evolucionado mucho desde el viejo concepto de centrales lecheras, siempre se han visto limitadas por el déficit de materia prima del país, lo que hace que no haya grupos con capacidad de liderazgo internacional o con una cierta polivalencia.
El consumo de leches fermentadas, postres lácteos y quesos es posible que siga aumentando a tasas próximas al 1% anual, una vez pasada la fuerte expansión en el consumo de yogures y postres que se produjo a comienzos de los 90. Si estas tendencias se mantienen, la industria española tendría que estar preparada para un trasvase de hasta 500 millones de litros de leche líquida hacia este tipo de productos, a los derivados frescos y a los quesos. No será nada fácil, porque la industria nacional es muy dependiente de la leche envasada y, a la vez, tiene un problema con el excedente de grasa que genera y que no logra colocar en el mercado interno por los bajos consumos españoles de mantequilla y nata.
Aparentemente, el eslabón más fuerte de la cadena está en la distribución, en los hipermercados y supermercados, que prácticamente imponen las condiciones al resto, pero tampoco salen bien librados del informe. Los autores creen que han banalizado tanto la leche envasada como producto que ahora tendrán que buscar estrategias conjuntas con los productores para tratar de revalorizarla.

Futuro incierto

El informe aventura un escenario incierto en la leche una vez que las políticas comunitarias queden reducidas a una intervención muy limitada de mantequilla y leche en polvo, por la dificultad para conseguir con tan escasos medios una mínima estabilidad de precios. Por ese motivo, insisten en la necesidad de un sistema de contratos transparente que dé al ganadero la seguridad de que su leche será recogida y, a su vez, garantice a la industria que va a tener materia prima en unas condiciones razonables de volumen y precio. “Las reglas de la competencia no pueden llevar a riesgos de crisis inasumibles”, dicen.
Se consiga o no, advierten a los ganaderos españoles que será imprescindible una mejora de su productividad, con el uso de más forrajes, mejoras en la gestión y en la logística de los alimentos que compran para el ganado. Además, tendrán que hacer cambios progresivos en el modelo de producción, algo que difícilmente conseguirán las explotaciones situadas en zonas desfavorecidas, por mucha voluntad que pongan. Por eso, les auguran un mal futuro, a pesar de la relevancia social que la ganadería de leche tiene en esos lugares.
La industria nacional tampoco sobrevivirá, en su opinión, si no continúa el proceso de concentración para alcanzar el tamaño de sus competidores internacionales y, a la vez, se lanza a una estrategia para dar mayor valor a una leche que en España se ha trivializado, al haberse convertido en un mero reclamo de las grandes superficies para la venta de otros productos.

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