‘Tengo una enfermedad: Me gustan los relojes’

Hablamos de lo difícil que resulta aparcar en el centro de Santander, toma un botellín de agua, no soporta el café por la mañana, y luce un reluciente Omega. Ricardo Ezcurdia Muñiz está al frente, junto a su madre, de Joyería Muñiz, el establecimiento que fundó su abuelo en 1935. Sus tíos y primos están a cargo de Matra, otra joyería familiar. “Somos la tercera generación”, apunta Ezcurdia Muñiz, de 35 años de edad, y licenciado en Administración de Empresas en una universidad americana.

Pregunta: ¿La gente sigue comprando joyas con la crisis?
Respuesta: Es un momento de crisis global y hay que tener en cuenta que los artículos de lujo no son una prioridad para las personas. La realidad es que, como todo, el sector está estancado. Pero los años de crisis agudizan el ingenio.

P.– ¿Existe mucha competencia?
R.– Sí, sin duda. Las tiendas intentan especializarse a través de las marcas de relojería. Nosotros tenemos género de todos los precios para abarcar a todo tipo de público.

P. ¿Hay demasiadas joyerías?
R. Sí, un montón. Enfrente, al lado, en todas partes.

P. ¿Ha cambiado el concepto de negocio?
R.– En el tiempo que llevo yo sí ha cambiado. Ya no tienen tanto auge los artículos de oro y se vende mucho más la plata, porque es de menor precio. Ahora, acorde con las tendencias, se compran dos o tres pulseras al año.

P.– ¿Qué hace la Joyería Muñiz para ser diferente?
R.– Las marcas que tenemos en exclusiva (Omega y Rado) y el servicio, que es óptimo.

P.– ¿El centro sigue siendo un buen sitio para vender?
R.– Sí, a pesar de que mucha gente se está habituando a ir a los centros comerciales, el centro sigue siendo un buen sitio porque siempre hay personas que van de paso o que trabajan en él.

P.– ¿Y se sienten seguros?
R.– Gracias a Dios, esto no es como Madrid o Barcelona. Pero, siempre tenemos la puerta cerrada. La tienda entera está blindada. Dispone de sensores de vibración para evitar butrones y cámaras de seguridad conectadas directamente con la Policía. El seguro también nos exige disponer de este tipo de seguridad.

P.– ¿Han pasado en instalarse en algún centro comercial?
R.– Sí. Cada día más personas acuden a los centros comerciales para hacer sus compras. Es lógico, tienen de todo: supermercado para hacer las compras de la semana, tiendas, cine y aparcamiento.

P.– ¿Las imitaciones les hacen mucho daño?
R.– La verdad es que no entiendo que se paguen doscientos euros por una máquina china, porque a ese precio el cliente puede comprar un reloj de calidad excelente. Pero, realmente, lo que nos hace daño es la falsificación de relojes. Las marcas intentan atajarlo y la Policía interviene cada vez más.

P.– ¿Por qué recomendaría al cliente que compre en su joyería?
R.– Porque siempre le vamos a dar el mejor servicio y la máxima calidad. Y con los años de experiencia que tenemos estoy seguro de que tenemos el producto que más se adapte a sus necesidades.

P.– ¿La tienda debe tener un diseño específico?
R.– Es fundamental el escaparate, que es nuestra tarjeta de presentación, y la iluminación. Una vez que entra el cliente, las piezas tienen que estar expuestas de una manera ordenada y de forma que se pueda ver toda la variedad del género. Hay otro detalle importante: estar situado, como estoy yo, en la mejor esquina de Santander [el encuentro de las calles Calvo Sotelo e Isabel II].

P. ¿Cuál es su joya preferida?
R.– Tengo una enfermedad y es que me gustan todos los relojes. Para mí es un vicio. Es de los pocos complementos que podemos llevar los hombres. Las mujeres tienen más: cadenas, pulseras, pendientes…

P. – ¿Y lo más solicitado?
R.– Se venden más relojes que joyas. En joyas, se solicita la típica pulserita, las alianzas de boda, las sortijas de pedida y los caprichos que nos piden las mujeres.

P. ¿Hay suficiente apoyo al comercio?
R.– Los comerciantes siempre nos quejamos, pero la verdad es que el apoyo que recibimos nunca es suficiente. En mi opinión, hay que facilitar el servicio de transportes urbanos y, a ciertas horas, el precio del billete debería ser reducido. Creo que se debe de hacer del centro un gran centro comercial.

P.– Ser autónomo, ¿es una faena?
R–. Sí, no pintamos nada en ningún lado. Sólo para cotizar.

P.– ¿Abrir los sábados es positivo?
R.– Sí, si todos los comerciantes nos pusiéramos de acuerdo y se diera información de que vamos a abrir. De todos modos, en Santander no existe un hábito de comprar los sábados por la tarde. Incluso la tarde de los viernes flaquea y, en verano, la gente se va a la playa. En mi caso, tengo que reconocer que no abro los sábados por la tarde.

P.– ¿Llegará el día que tengan un horario continuo cómo ocurre en el Reino Unido?
R.– No sólo en el Reino Unido, sino en toda Europa. Pero, en Santander no lo veo porque aquí a la hora de comer no hay nadie por la calle.

P.– En la calle San Francisco han cerrado nueve negocios. ¿Es el principio del fin?
R. Los ciudadanos están mentalizados de que estamos en una crisis, que uno no sabe cuanto va a durar. Está claro que el comercio tradicional se está perdiendo y que al final va a haber menos negocios. Yo sigo apostando por agudizar el ingenio.

P. ¿Por dónde pasa el futuro del sector?
R. Eso, no lo sabe nadie. ¡Si yo tuviera una varita mágica! Lo que está claro es que como dice el refranero popular, al mal tiempo buena cara, y hay que seguir luchando el día a día.

P. Las peleas entre los representantes del sector ¿les afectan negativamente?
R.– Yo paso de este tema, aunque formo parte, como vocal, de la junta directiva de la Asociación de Joyeros que está dentro de la CEOE. Pero en esas guerras me mantengo totalmente al margen.

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