Textil Santanderina levantará una fábrica de tejidos en China
La definitiva liberalización del textil, cuyas últimas barreras a las importaciones han desaparecido en Europa con la llegada del 2005, ha encendido las alarmas de un sector que viene soportando desde hace años el embate de los productos de bajo precio fabricados en los países asiáticos. En sólo dos años, la industria textil española ha perdido más de 35.000 puestos de trabajo y han cerrado sus puertas cerca de 800 empresas.
Sin embargo, la globalización ofrece también oportunidades de negocio a quienes tengan la capacidad y la audacia suficientes para asumir sus retos.
Textil Santanderina ha decidido enfrentarse con el monstruo de frente. Si hay un país que infunda temor por su capacidad para inundar el mercado con productos textiles, ese país es China, pero la empresa de Cabezón de la Sal ha decidido que el gigante asiático también puede ser una formidable plataforma para los fabricantes europeos.
Santanderina, una de las empresas más destacadas del Continente tanto en el campo de las hilaturas como en el de los tejidos, va a construir en Tianjin una fábrica de 30.000 metros cuadrados con la que espera poder penetrar con mayor facilidad en el mercado chino, tan tentador como inaccesible desde el exterior, debido a sus barreras arancelarias. En sociedad (joint venture) con una firma local, Textil Santanderina va a invertir 10 millones de euros para poner en pie la nueva fábrica, con la que confía alcanzar una producción de 25 millones de metros de tela en el plazo de tres años.
La única defensa contra las copias
Su intención es orientar la nueva planta hacia los tejidos que mejor pueden encajar en aquel mercado. Por eso, ha optado por producir telas para usos laborales e industriales y para la incipiente moda que se empieza a desarrollar en China. La decisión de fabricar en un lugar tan alejado cultural y geográficamente tiene que ver con el conocimiento de las posibilidades que ofrece su mercado después de seis años de distribuir allí sus productos y de afrontar los problemas que plantea la piratería local. “Los tejidos que vendemos allí resultan muy caros debido a los aranceles, y a los quince días ya te los encuentras por la calle copiados por compañías chinas –explica el gerente de Textil Santanderina, Juan Parés–. Lo que pretendemos es evitarlo vendiéndolos desde nuestra propia factoría en la zona”.
La presencia en Extremo Oriente obviamente servirá también para abrir nuevos canales comerciales a los productos que Santanderina fabrica en Cantabria y que ya distribuye en más de sesenta países.
La iniciativa ha llamado la atención de algunos de los clientes europeos de la firma cántabra –empresas de confección y distribuidoras–, que se están planteando acompañarla en esta aventura y ubicar sus propios centros de trabajo en el polígono textil de Tianjin, una ciudad portuaria situada cerca de la capital china que, curiosamente, también ha sido elegida por otra firma cántabra, Fushima, cuya intención es levantar allí una fábrica de cepillos de dientes.
Un nuevo escenario textil
El paso dado por Textil Santanderina se enmarca en el nuevo escenario abierto desde enero con la liberalización total del sector textil, percibida como una amenaza por las empresas de confección europeas.
Los precedentes no invitan al optimismo. A medida que han aumentado las exportaciones de China a la UE –que en algunos productos previamente liberalizados como las parcas, chándals y anoraks, se han multiplicado por cuatro– los precios se han desplomado, con caídas de hasta un 75%. Las empresas europeas se aprestan ahora a defenderse de otro previsible aluvión de prendas de vestir y ropa de hogar confeccionada en Asia, una vez desestimada por la OMC la petición de organizaciones textiles de cincuenta países para retrasar hasta el 2008 la desaparición de los contingentes.
El gerente de Textil Santanderina, no obstante, cree que las consecuencias de esta apertura no serán tan relevantes como se espera, porque buena parte de las empresas occidentales ya han elaborado estrategias para continuar siendo competitivas. “Cuando estas viendo que tus productos los están copiando, que están haciendo un claro dumping, porque hay precios a los que no se puede llegar, y que tú no tienes alternativas para ser competitivo, lo que haces es buscar acuerdos o deslocalizar parte de la producción”, admite Parés.
El gerente de la empresa cántabra da por sentado que en Europa el textil ha sido, durante mucho tiempo, una moneda de cambio, y se ha sacrificado para proteger a otras industrias. Las autoridades comunitarias tampoco prestan mucha atención a las peticiones del sector para su defensa frente a prácticas comerciales ilegales o abusivas de terceros países. “Yo creo –dice– que necesitamos un comercio transparente, justo y sostenible en el sector textil y lo que pedimos es que se establezcan situaciones de reciprocidad”. Esto implicaría una enérgica respuesta de la UE ante el proteccionismo que se aplica a estos productos no sólo en China, donde pueden llegar a gravarlos con aranceles de un 50%, sino en países tan liberales como Estados Unidos. También reclaman un sistema de alertas para proceder a una rápida intervención cuando se detecten aumentos de importaciones o reducciones de precios fuera de lo normal, que podrían ser indicios de competencia desleal.
Mientras esperan a que los responsables de la Unión Europea reaccionen, las empresas europeas cuentan todavía con importantes bazas. Una de ellas es diversificar los productos para buscar los de más valor añadido y, otra, utilizar intensivamente la tecnología que hoy permite una multiplicidad de acabados para un mismo tejido.
La moda, con las variaciones que introduce, y las diferentes costumbres en cuanto a vestimenta de los países que componen la UE son el principal aliado de la industria textil europea para defenderse de la asiática, acostumbrada a una clientela de gustos mucho más uniformes.
La prueba de que estos y algunos otros factores le permiten mantenerse competitiva es que el textil comunitario aumentó sus exportaciones en 2003 hasta alcanzar los 40.000 millones de euros, casi el 25% de todas las ventas que hace la UE al exterior.
Transferencia tecnológica
Una de las mayores amenazas para las empresas textiles del Continente proviene del propio proceso de deslocalización en el que se ven forzadas a embarcarse. Nadie puede ocultar que la construcción de fábricas en terceros países conlleva un desplazamiento de tecnología que puede acabar volviéndose contra Europa.
Además, las limitaciones medioambientales impuestas en la UE a las industrias químicas, ha hecho que estas compañías hayan trasladado la investigación a Asia. Las productoras de fibras, el primer peldaño del proceso de fabricación en el sector textil, han desaparecido prácticamente de Europa, y la innovación en este campo se encuentra ahora en países como Japón, Corea o China. “Al ir desapareciendo el textil y el entramado económico que eso significa –señala Juan Parés–, las bases del conocimiento también se están trasladando hacia los lugares de producción. Eso hace que la perspectiva sea realmente incierta”, reconoce el gerente de Textil Santanderina.
La percepción de que el futuro del textil en Europa no está despejado tiene su reflejo en la demanda de formación. El pasado año, en España sólo se titularon tres ingenieros textiles y ni siquiera llegaron a 30 en toda la UE. En ese mismo periodo, en la India fueron más de 600 y en China casi 10.000.
Aunque el panorama pueda parecer algo sombrío, Parés sigue confiando en la capacidad de adaptación del sector y en las nuevas posibilidades que abre el mercado global. Un buen ejemplo es la iniciativa de la empresa de Cabezón para abrir en China su propia planta fabril, para la que acaban de obtener la licencia que les permitirá comenzar la obra. Una situación que otros países más desarrollados vivieron antes, cuando sus empresas se vieron forzadas a convertirse en multinacionales y fabricar en lugares con mano de obra más barata, como era España. Ahora, ese papel globalizador le toca a las españolas.