Un testigo renacentista de la historia santanderina
<<... Los trabajos y miserias que se han padecido han sido los mayores que se han visto aquí en ninguna navegación; y navío ha habido que han pasado catorce días sin beber gota de agua... Estoy con tanta flaqueza que no puede ir ésta de mi mano, ni puedo pasar de aquí>>.
Entre el ruido de los compresores y del trabajo de los operarios que se afanan en concluir las obras de rehabilitación del Palacio de Riva Herrera, todavía es posible, con un poderoso esfuerzo de imaginación, escuchar el eco de las patéticas palabras con las que el Duque de Medina Sidonia informaba a Felipe II, el 23 de septiembre de 1588, del fracaso de la poderosa armada con la que se quería castigar el orgullo inglés. Santander fue el puerto de refugio de los restos de aquella quebrantada flota, que antes fue bautizada como Invencible, y el palacio de Riva Herrera, el improvisado hospedaje de su desventurado almirante.
Hoy, cinco siglos después de aquellos sucesos el renacido palacio se dispone a acoger entre sus muros un centro de enseñanza con una vocación rigurosamente contemporánea: la de formar a especialistas en medios audiovisuales: fotografía, realización, edición y postproducción de video, arte digital, animación en 3D, infografía o cortometrajes. Un contenido paradójicamente vanguardista para un edificio que ha sido testigo de páginas que han marcado la historia de Santander y que milagrosamente ha sobrevivido en una ciudad que no ha sido muy respetuosa con los vestigios de su pasado.
Cuando en junio concluyan los trabajos de reconstrucción y acondicionamiento del inmueble, comenzará para el palacio de Riva Herrera una nueva etapa, en la que sus muros y ornamentos renacentistas convivirán con los modernos materiales para conseguir una funcionalidad respetuosa con los elementos que le confieren su valor histórico.
Salvado de la ruina
A pesar del desinterés de tantas generaciones de santanderinos, el palacio ha aguantado estoicamente en pie, apenas visible desde el tramo de General Dávila que flanquea el alto de Pronillo. Una urbanización de chalets adosados, levantados a finales de los años ochenta sin muchos miramientos municipales dejó escondido el patio de armas y la sólida torre medieval, a la que la familia Riva Herrera añadió en el siglo XVI un ala de vivienda de dos plantas y una capilla. El resultado fue uno de los primeros ejemplos de arquitectura renacentista que se conservan en Cantabria y el edificio civil más antiguo de los que existen en Santander.
Su declaración en 1979 como patrimonio histórico cultural, después de una larguísima decadencia en la que llegó a ser utilizado incluso como vaquería, supuso la protección formal del inmueble pero poco más. Su penúltimo propietario fue un constructor que lo cedió al Ayuntamiento a cambio de unos aprovechamientos de edificación pero tampoco el paso a propiedad municipal mejoró su estado. El palacio, ya sin cubierta y sólo con los muros maestros en pie, seguía abandonado a merced de los elementos y con riesgo de que incluso su estructura se acabara viniendo abajo, como un informe de la Escuela de Caminos alertaba hace unos años.
Faltaba el impulso que lo recuperara para la ciudad de Santander. Un impulso que ha llegado gracias a la vía abierta en su día por José Borrell mientras estuvo al frente del Ministerio de Obras Públicas, por la cual la Administración central debe destinar el uno por ciento de los contratos de obras públicas a iniciativas culturales y trabajos de restauración del patrimonio nacional.
Por este camino ha llegado el 75% del cerca del millón y medio de euros que ha costado la rehabilitación. El resto ha sido aportado por el Ayuntamiento de Santander.
Pinturas murales
Las obras de restauración comenzaron en marzo del pasado año y, dado el precario estado del inmueble, la primera tarea fue la consolidación de sus muros. Apenas fue preciso tocar la cimentación, puesto que el palacio está construido a nivel de suelo y adaptado a un suave declive del terreno, con la capilla en una cota ligeramente superior a la de la torre. Para prevenir futuras humedades, se hizo un forjado sanitario en la planta baja y forjados de placas de hormigón en las superiores, que descargan de peso a los viejos muros y al pórtico de entrada. El delicado estado de los sillares que forman los dos arcos escarzanos del palacio hacen que tengan una función más ornamental que sustentadora de la estructura del edificio.
La limpieza de los muros deparó una sorpresa: tanto en el interior de la capilla como en la fachada había restos de pintura mural que, aunque muy deteriorados, se van a intentar reproducir para devolver al inmueble su aspecto original. Es uno de los escasos ejemplos de pintura mural renacentista en un edificio civil, algo bastante singular en España, aunque era relativamente habitual en los palacios italianos de la época.
También en la torre se han llevado a cabo trabajos de rehabilitación, recuperando los motivos que adornan la vieja atalaya medieval añadidos en la época renacentista, como gárgolas, flameros, escudos, remates de cornisa y una curiosa ventana esquinada, con vanos abiertos a dos de las fachadas, cuyos dinteles tienen dos metros de largo en cada lado y están construidos de una sola pieza. Una obra arquitectónicamente compleja para aquellos tiempos.
“Diálogo entre lo viejo y lo nuevo”
Tras los trabajos de consolidación y limpieza, quedaba despejado el camino para diseñar el interior de acuerdo con las actividades formativas que va a tener.
En la planta baja se situará la recepción, una zona destinada a la administración del centro y dos aulas para quince alumnos, dotadas con todos los avances tecnológicos para la transmisión de voz y datos que exige un centro de estas características. En un espacio contiguo se sitúa la espaciosa sala inferior de la torre, que servirá para acoger conferencias o eventos de gran aforo. Un tabique móvil permitirá su aprovechamiento eventual como sala de prensa o aula de formación suplementaria.
La primera planta está compartida por dos aulas y talleres de sonido, con equipos de grabación y de control de audio. La bajocubierta es la más llamativa en su diseño interior, con una estructura en parte agaterada en madera laminada, y en ella se impartirán enseñanzas relacionadas con la imagen, incluyendo un plató y un laboratorio fotográfico. También en el patio de armas se habilitará para el rodaje en exteriores. La antigua capilla del palacio servirá de sala de reuniones.
En este proceso de reconstrucción se ha procurado guardar el equilibrio entre el respeto y la fidelidad a los vestigios materiales del pasado y la necesidad de emplear elementos modernos. Tal y como indica la autora del proyecto de rehabilitación, la arquitecta Emma Báscones: “la premisa de esta actuación era conservar todos los elementos históricos, por muy deteriorados que estuvieran. Pero también tenemos materiales modernos –pladur, vidrio, acero corten o el zinc de la cubierta–, que van a intentar entrar en diálogo con lo viejo”.
El elemento que más desentona en el espíritu que ha guiado esta reconstrucción es el casetón del ascensor que se yergue sobre la cubierta. Pero, si por una parte era obligado dotar al edificio de un elevador para cumplir con las exigencia de accesibilidad, colocarlo en la parte menos visible del tejado (el lado oeste) habría supuesto perder un 30% de la superficie útil de un inmueble que sólo tiene 625 metros cuadrados útiles. En ese caso concreto se ha sacrificado la estética en favor de conseguir devolver la vida al edificio más relevante construido cuando Santander dejaba de ser un poblado medieval para convertirse en una villa renacentista de vocación mercantil y marinera.